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Estados Unidos (el precio del poder)
Alejandro Castro Espín
ISBN:978-987-1750-82-5
1º edición
Precio AR$15000.00.-
Precio U$D14.00.-

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Biografía del Autor:

Alejandro Castro Espín

Nació el 29 de julio de 1965, en la Habana. Doctor en ciencias políticas, Master en relaciones internacionales e ingeniero investigador de temas vinculados a la defensa y Seguridad Nacional, sobre los que desarrolló su tesis doctoral. Titular de varios postgrados y autor de ensayos sobre: politología y seguridad nacional e internacional, economía y finanzas globales, diplomacia e historia, dirección y formación de recursos humanos, innovación en la gestión de información y producción de análisis en diversas esferas del conocimiento, así como la investigación, desarrollo y aplicación de las nuevas tecnologías y la ciberseguridad.

Estados Unidos (el precio del poder)
Alejandro Castro Espín
ISBN:978-987-1750-82-5
1º edición
Precio: AR$15000.00.- / U$S14.00.-


La investigación realizada en este libro abarca los acontecimientos que condicionaron la evolución y formulación de las proyecciones estratégicas de esa selecta clase social, que conduce los hilos de la política imperial en el tercer milenio, dirigida a asegurar la preeminencia de los intereses de la super potencia norteamericana y evitar la conformación de otros países que pudiesen disputarle la pretendida supremacía mundial

\"Las declaraciones del 17 de diciembre de 2014 de los presidentes Raúl Castro Ruz y Barack Hussein Obama, quienes anunciaban la voluntad política de los respectivos gobiernos de la República de Cuba y de Estados Unidos de América de iniciar un proceso de mejoramiento en las relaciones bilaterales, no solo sorprendieron positivamente a la comunidad internacional, sino que marcaron una necesaria pauta en un conflicto de más de medio siglo, generado por la actuación agresiva de las diez administraciones norteamericanas precedentes al mandato del actual dignatario. Este reconoció categóricamente que la política de sus antecesores sobre Cuba había sido errada y no les permitió alcanzar el objetivo trazado: la destrucción de la Revolución cubana.

Para comprender en toda su dimensión este acontecimiento histórico, es preciso evaluar con objetividad los orígenes del ideario y la actuación imperial de la clase dominante estadounidense, que desde el surgimiento de esa nación anheló apoderarse de Cuba para sumarla como una estrella más a la unión norteamericana.

La investigación contenida en el presente libro no se limita a la implicación y consecuencias para el pueblo cubano de estas prácticas imperiales, sino que aborda el tema de manera integral, con la aspiración de ilustrar y explicar, desde una perspectiva analítica, el comportamiento de quienes pretenden someter a la humanidad para satisfacer sus intereses y objetivos hegemónicos. Estas páginas abordan, precisamente, el surgimiento y desarrollo de la ideología de las élites de poder que por más de dos siglos han conformado el llamado establishment estadounidense.

La investigación abarca los acontecimientos históricos que condicionaron la evolución y formulación de las proyecciones estratégicas de la selecta clase que conduce los hilos de la política imperial en el tercer milenio, dirigida a asegurar la preeminencia de los intereses de la superpotencia norteamericana y evitar la conformación de otros polos que pudiesen disputarle su pretendida supremacía mundial.

La primera edición del texto se concluyó a principios de 2009 y se presentó en La Habana durante la Feria Internacional del Libro de ese año, cuando la administración de Barack Obama recién se estrenaba, después de que la humanidad sufriera durante ocho años los excesos de uno de los peores gobiernos que haya tenido Estados Unidos. El suceso histórico que suponía la primera elección de un presidente afroamericano en esa nación elevó las expectativas y constituyó motivo de esperanza para sus compatriotas y para muchos pueblos del mundo.

Con un discurso aparentemente radical, Obama abogaba por un cambio profundo en la fatigada y escéptica sociedad norteamericana. Hablaba de retirar las tropas de Irak en breve plazo y lograr la paz en Afganistán, conflictos en los que las víctimas mortales rebasaban en ese momento el millón de personas, mientras se aproximaban a cinco mil los soldados estadounidenses muertos en ambas contiendas.

Argumentando la necesidad de preservar y defender los valores cívicos de la sociedad de su país, el presidente anunció su determinación de cerrar los centros de detención y torturas habilitados en la base naval norteamericana de Guantánamo, ubicada ilegalmente en territorio cubano, en contra de la voluntad de su pueblo, al trascender los desmanes y las abominables prácticas a que eran sometidos seres humanos por efectivos del ejército y de los servicios de Inteligencia de Estados Unidos, en nombre de la lucha “contra” el terror, y que tanto rechazo habían suscitado en la comunidad internacional.

Obama cuestionaba la Estrategia de Seguridad Nacional aplicada por su antecesor en la Casa Blanca, sustentada en la concepción de la guerra preventiva, que había provocado semejantes barbaries en pleno tercer milenio, y desatado una cruenta cruzada “anti”-terrorista global.

George W. Bush y su equipo de halcones agredieron militarmente a varios países árabes, mientras satanizaban la religión islámica con una estructurada campaña mediática que alentó el extremismo xenófobo contra las personas que la profesaban o simplemente tenían su origen étnico en esa región. Su propósito fue influir en la opinión pública norteamericana e internacional para legitimar los falaces pretextos esgrimidos y consumar sus actos de rapiña imperial.

El nuevo mandatario rechazaba tal precedente, objetaba las prácticas financieras especulativas y los excesos del gasto federal en que incurrieron sus antecesores, que habían sumido a la nación y al mundo en la más severa crisis económica, y enfatizaba su determinación de revertir la situación.

Sin embargo, la voluntad presidencial de promover el “cambio” requerido en las proyecciones de política interna e internacional, que debía acometer el gobierno demócrata para afrontar retos y las amenazas, no se expresó objetivamente con replanteamientos esenciales en la formulación y aplicación de la Estrategia de Seguridad Nacional concebida y aprobada por Obama, de modo que rompiera la percepción global belicista e inflexible heredada del prolongado mandato de W. Bush.

En la introducción del texto de dicha estrategia divulgado por la Casa Blanca en mayo de 2010, el presidente aseguraba que su país estaba viviendo un momento de “transición y cambio”, debido a que el mundo globalizado era tan dinámico que generaba tanto oportunidades como peligros. Entre las principales amenazas señaló el terrorismo internacional, la proliferación de armas de destrucción masiva, la crisis económica, el cambio climático y las pandemias.

Destacó que su estrategia se enfocaba en la “renovación nacional y el liderazgo global de EE.UU.”, y que “ninguna nación está mejor posicionada para liderar una era de globalización que América”. Paralelamente, le adjudicó a las Fuerzas Armadas la responsabilidad de constituir la piedra angular de la seguridad de la nación y de la supremacía militar global.

Trascurrida la mayor parte del mandato presidencial de Barack Obama, se aprecian algunos “cambios” que no se corresponden con las expectativas generadas cuando asumió el cargo. Han sido aprobados los mayores presupuestos de defensa en la historia del país, a pesar de la persistencia de severos efectos de la crisis financiera y su impacto en la sociedad, en la que se han agudizado las desigualdades, millones de personas perdieron sus empleos y hogares, y el pueblo ha asumido el peso de una descomunal deuda pública que supera los 16 billones de dólares, aproximándose al valor estimado del patrimonio total acumulado por la nación.

La Oficina de Presupuesto del Congreso pronosticó que si se combinan varios factores de probable ocurrencia, la deuda superará el Producto Interno Bruto para 2021 y casi lo duplicará en el próximo cuarto de siglo.

Estados Unidos es el país más endeudado del planeta y continúa financiando sus excesivos gastos con el ahorro de la comunidad internacional, debido a los privilegios que le otorga la injusta arquitectura financiera impuesta por esa nación al mundo cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial, como se explica en el libro.

Esta prerrogativa hegemónica es cada vez más rechazada y cuestionada, incluso por sus propios aliados y otras importantes potencias internacionales con creciente peso específico en la economía mundial, que disputan el liderazgo norteamericano en ese estratégico frente, y promueven la evaluación del asunto en diversos mecanismos de concertación económica y política que agrupan a la gran mayoría de los Estados del orbe. Abogan, en consecuencia, por rediseñar el sistema financiero internacional amparándolo en una divisa fuerte, que no esté supeditada a la peligrosa y nociva inestabilidad de la moneda norteamericana.

Fueron precisamente los privilegios imperiales los que permitieron “salvar”, con astronómicas cifras de devaluados United States Dollars, a sus principales bancos y empresas de la devastadora crisis generada precisamente por su especulación desenfrenada. Ello provocó que la crisis se extendiera a la economía mundial, globalizando los perniciosos efectos sociales en detrimento de las clases más desfavorecidas de múltiples países, tanto del Norte como del Sur. Ahí radica la génesis del actual clima de inestabilidad e ingobernabilidad que está creando conflictos de diversa índole en varias latitudes del planeta.

Resulta a todas luces irónico que las élites de poder norteamericanas y sus aliadas en las potencias occidentales, responsables de la actual situación y de sus incalculables consecuencias para la humanidad, utilicen el manido pretexto de la violación de los derechos humanos y “la responsabilidad de protegerlos”, como medio de injerencia e intromisión en los problemas internos de naciones soberanas de África, Europa, Asia y América Latina. Cada día son más los que comprenden que actúan movidas por la ambición de controlar los recursos estratégicos exigidos por sus opulentas, irracionales e insaciables sociedades.

Aprovechan de manera cínica las circunstancias derivadas de la compleja situación social y las manifestaciones populares en esos países, que rechazan el lesivo impacto doméstico del orden internacional excluyente e injusto impuesto por el llamado “primer mundo”, y sus malas prácticas económico-financieras, causantes de recurrentes crisis cuyas peores consecuencias recaen sobre las clases sociales más desposeídas y vulnerables de la inmensa mayoría de los Estados.

Esta situación genera focos de tensión social y conflictos en varias naciones, que sufren en carne propia las consecuencias de muerte y destrucción de las nuevas guerras de rapiña del imperialismo.

El genocidio cometido por la OTAN contra el pueblo libio y la implicación de sus integrantes liderados por Estados Unidos en la inestabilidad política o la ingobernabilidad en países como Siria, Ucrania y Venezuela, se pretende erigir en modelo de actuación neocolonial de las potencias occidentales en pleno siglo xxi. Para tales fines, utilizan métodos propios de la Guerra No Convencional, según la clasificación del Pentágono, con la participación de mercenarios organizados, instruidos y financiados por sus servicios de Inteligencia y fuerzas especiales.

También, emplean los avances tecnológicos de la informática y las comunicaciones para multiplicar la capacidad de su sistema de espionaje global y realizar acciones de subversión política e ideológica sobre diversos segmentos poblacionales de naciones no afines a sus intereses. Convierten al ciberespacio en un teatro de operaciones militares, en el que los ataques cibernéticos son potencialmente más letales que las armas convencionales, si tenemos en cuenta que las infraestructuras críticas que sostienen los sistemas y servicios fundamentales de los países dependen, cada vez más, de estas tecnologías.

Los Estados miembros de la alianza atlántica involucrados, subestiman las graves consecuencias de sus actos para la estabilidad de esas regiones, y para la seguridad y la paz del planeta, a la vez que pretenden desconocer la opinión de la comunidad internacional y las posiciones concertadas de importantes actores globales como China y Rusia, que han desarrollado una intensa labor para evitar que escale la agresividad y se desaten nuevos conflictos bélicos.

Paralelamente, se propagan los efectos desestabilizadores de la crisis en los países del Norte “desarrollado” y crece el rechazo popular al orden socioeconómico generalizado por la globalización del neoliberalismo.

Las consecuencias de la aplicación a ultranza de ese decadente “paradigma” y sus políticas de ajuste, impuestas por las élites de poder mundial en el llamado Consenso de Washington, propiciaron las condiciones objetivas y subjetivas para el surgimiento de movimientos populares decididos a cambiar un orden insostenible.

La explosión de ciudadanos indignados en diversos lugares del mundo, que al margen de posiciones ideológicas o afiliaciones políticas se han unido en función de reclamar reivindicaciones sociales básicas, podría derivar en procesos revolucionarios con reales proyecciones de cambio político, como sucedió en América Latina en la última década, resultado de la precaria realidad en que la sumieron años de dictados neoliberales. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños es expresión de la esperanza de remontar medio milenio de atropellos imperiales e injusticias, construyendo una verdadera integración que tome en cuenta los graves problemas sociales acumulados, las asimetrías económicas de las naciones que la integran y sus peculiaridades.

Los movimientos sociales emergentes por la indignación popular ante la funesta herencia neoliberal, consolidarán su protagonismo político en la medida en que se desacreditan y deslegitiman los gobiernos y partidos tradicionales, que cedieron ante la presión del gran capital trasnacional y las oligarquías domésticas, en detrimento de las grandes masas marginadas y desposeídas, cuyos reclamos han desoído.


En un mundo tan convulso e interdependiente, las crisis se globalizan con la misma celeridad con que se generan, y son multidimensionales, al confluir en el tiempo graves problemas económicos, financieros, medioambientales, alimentarios, sanitarios, energéticos, tecnológicos..., con severas implicaciones sociales y políticas de las que no escapa ninguna región o país, pues resultan en ocasiones impredecibles e inevitables, y originan problemas de diversa naturaleza y consecuencias.

En tal sentido, la seguridad y estabilidad de las naciones y la paz mundial dependerán cada vez más de la coordinación y cooperación entre todos los entes sociales y de la comunidad internacional, sin imposiciones o condicionamientos hegemónicos, a fin de enfrentar las verdaderas causas que generan los conflictos y la inseguridad: la pobreza y la desesperanza, la exclusión y la injusticia, las chocantes diferencias entre los países y segmentos poblacionales pobres y ricos, la falta de opciones viables para el desarrollo, la inaccesibilidad al conocimiento y la tecnología, a los recursos materiales y financieros imprescindibles para potenciar la producción de bienes, servicios y fuentes de empleo.

Por tanto, al margen de la “voluntad de cambio” y las estrategias trazadas por las potencias en función de asegurar sus intereses, se requiere encontrar soluciones sostenibles a los problemas globales, de modo que satisfagan con racionalidad las expectativas de la humanidad y esta no sea conducida a su autodestrucción por la actitud obcecada y egoísta de quienes aún aspiran a conquistar el poder mundial a cualquier precio.\"

Alejandro Castro Espín

 

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