#NoMeVengasConElCuento: Bruma
Susana Lage (*)
Como dramaturga, publicó la selección de sus obras Entre mitos y desierto. Teatro en la antología de dramaturgas “Argentina/dramaturgas” y en la antología de dramaturgos cuyanos de INT. Dirige el elenco de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes. Ha realizado el guión y la dirección general de la Fiesta Nacional del Sol 2007 y 2008.


El día en que ella supo que tenía la bruma en los huesos, hacía ya mucho tiempo que se le había instalado en su casa. Empezó apareciendo debajo de su cama y luego cubría en las mañanas toda su cocina, y se le hacía difícil encontrar el tarro de café, poner el agua al fuego, llenar la taza y mirar por la ventana mientras bebía, como todos los días desde hacía mucho tiempo. Peor aún era ubicar un libro en su biblioteca, cuando ya la bruma estaba rozando todos los tomos del diccionario enciclopédico Espasa que estaban tan altos, y se había colado entre las páginas de los libros más bajos. Tenía que hacer un esfuerzo ciclópeo para leer, detrás de la bruma, las letras borrosas y distantes, ordenadas en líneas discontinuas, así que se le ocurrió inventar la mayor parte e intuir el resto. Al principio fue divertido, sentía la omnipotencia del lector y la impotencia del escritor y se entretenía cambiando el argumento de cualquier cosa que le pasara por las manos. De tanto jugar, Madame Bovary terminó siendo la historia de una matrona que abandona a Charles por un joven atlético y al final el veneno le da indigestión; Alicia decide no seguir al conejo y llega al país de las pesadillas; Pedro Páramo encuentra nomás a su padre, comiéndose un mango y tan tranquilo; Moby Dick resulta ser un delfín que el pescador domestica y luego devuelve al mar abierto, con lágrimas en los ojos.

Pero luego el juego dejó de ser entretenido, y comenzó a sentir que la bruma no volvería a permitirle encontrarse con nada familiar, y se llenó de tristeza. Veía entre brumas el medallón de plata de su abuela, el cucharón de la sopa, la foto de su primer novio, el cepillo de dientes, su colección de mariposas, el techo de su habitación, y hasta sus manos.

Intentó resolver el problema instalando ventiladores por toda la casa, y repartiendo cajones de arena que absorbieran la humedad, pero los ventiladores sólo desplazaban la bruma de un lado al otro, y las cajas de arena se perdieron, como tantos objetos. Así que se resignó a recordar, a moverse de memoria entre cosas lejanas, desfiguradas detrás de la bruma; se acostumbró a los contornos débiles, los colores diluidos, las formas indecisas. Se hizo el hábito de equivocarse sólo dos veces por día con los pares de medias y apenas una vez con el control remoto del televisor; se disciplinó a distinguir una silla de un sillón por el aroma, a discernir entre una carta y una boleta de teléfono por el sonido que hacían al doblarlas. Se puede vivir así, y hasta se puede vivir muchos años sin problemas, se dijo, al fin y al cabo todo acaba en rutina, pero en realidad estaba calculando mal, y se dio cuenta demasiado tarde, el día en que supo que tenía la bruma en los huesos.

Fue casi por casualidad; andaba por el comedor limpiando la humedad de las paredes cuando sintió las manos de él que la acariciaban, y se sobresaltó, porque no supo si acariciaba su cabello o su cuello, ni pudo reconocer si lo hacía suavemente. La segunda vez, sentada mirando quizás hacia la ventana, quizás hacia la puerta, fue la textura de la espalda de él que, de pronto, se le deslizaba por las manos sin poder controlarlo, y pegó un respingo en la silla, porque ya no discriminaba las formas rectas de las curvas suaves, ni el arco tenso de su columna. Y cuando, una noche, o quizás una tarde, el recuerdo del olor de su piel apenas le rozaba la nariz y la voz de él sonaba por entre la bruma tan confusa que podía entenderse hola o podía escucharse adiós, comenzó a preocuparse seriamente. Pero, ni modo, ya tenía la bruma en los huesos.


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(*) Nació en San Juan. Es Magister en Letras por la UNAM (México) y académica de la Universidad Nacional de San Juan en las cátedras de Dramaturgia, Producción Literaria y Artes del Siglo XX. Como poeta, publicó su libro de poemas Desierto y poesía en las revistas mexicanas Alforja y Blanco Móvil. Como dramaturga, publicó la selección de sus obras Entre mitos y desierto. Teatro en la antología de dramaturgas “Argentina/dramaturgas” y en la antología de dramaturgos cuyanos de INT. Dirige el elenco de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes. Ha realizado el guión y la dirección general de la Fiesta Nacional del Sol 2007 y 2008. Ha publicado el bestiario "Animalia", además de teatro infantil, ensayos sobre teatrología y traducciones para editoriales mexicanas. "Menos el pecho de Deolinda", "Lo que el viento se trajo", "La tierra no es cuadrada" y "El sueño de la mujer triste", son algunas de sus obras dramáticas estrenadas en San Juan, Buenos Aires, La Plata, San Luis y México.




"No me vengas con el Cuento" presentando un cuento de Susana Lage, VER ENLACE

El día en que ella supo que tenía la bruma en los huesos, hacía ya mucho tiempo que se le había instalado en su casa. Empezó apareciendo debajo de su cama y luego cubría en las mañanas toda su cocina, y se le hacía difícil encontrar el tarro de café, poner el agua al fuego, llenar la taza y mirar por la ventana mientras bebía, como todos los días desde hacía mucho tiempo. Peor aún era ubicar un libro en su biblioteca, cuando ya la bruma estaba rozando todos los tomos del diccionario enciclopédico Espasa que estaban tan altos, y se había colado entre las páginas de los libros más bajos. Tenía que hacer un esfuerzo ciclópeo para leer, detrás de la bruma, las letras borrosas y distantes, ordenadas en líneas discontinuas, así que se le ocurrió inventar la mayor parte e intuir el resto. Al principio fue divertido, sentía la omnipotencia del lector y la impotencia del escritor y se entretenía cambiando el argumento de cualquier cosa que le pasara por las manos. De tanto jugar, Madame Bovary terminó siendo la historia de una matrona que abandona a Charles por un joven atlético y al final el veneno le da indigestión; Alicia decide no seguir al conejo y llega al país de las pesadillas; Pedro Páramo encuentra nomás a su padre, comiéndose un mango y tan tranquilo; Moby Dick resulta ser un delfín que el pescador domestica y luego devuelve al mar abierto, con lágrimas en los ojos.

Pero luego el juego dejó de ser entretenido, y comenzó a sentir que la bruma no volvería a permitirle encontrarse con nada familiar, y se llenó de tristeza. Veía entre brumas el medallón de plata de su abuela, el cucharón de la sopa, la foto de su primer novio, el cepillo de dientes, su colección de mariposas, el techo de su habitación, y hasta sus manos.

Intentó resolver el problema instalando ventiladores por toda la casa, y repartiendo cajones de arena que absorbieran la humedad, pero los ventiladores sólo desplazaban la bruma de un lado al otro, y las cajas de arena se perdieron, como tantos objetos. Así que se resignó a recordar, a moverse de memoria entre cosas lejanas, desfiguradas detrás de la bruma; se acostumbró a los contornos débiles, los colores diluidos, las formas indecisas. Se hizo el hábito de equivocarse sólo dos veces por día con los pares de medias y apenas una vez con el control remoto del televisor; se disciplinó a distinguir una silla de un sillón por el aroma, a discernir entre una carta y una boleta de teléfono por el sonido que hacían al doblarlas. Se puede vivir así, y hasta se puede vivir muchos años sin problemas, se dijo, al fin y al cabo todo acaba en rutina, pero en realidad estaba calculando mal, y se dio cuenta demasiado tarde, el día en que supo que tenía la bruma en los huesos.

Fue casi por casualidad; andaba por el comedor limpiando la humedad de las paredes cuando sintió las manos de él que la acariciaban, y se sobresaltó, porque no supo si acariciaba su cabello o su cuello, ni pudo reconocer si lo hacía suavemente. La segunda vez, sentada mirando quizás hacia la ventana, quizás hacia la puerta, fue la textura de la espalda de él que, de pronto, se le deslizaba por las manos sin poder controlarlo, y pegó un respingo en la silla, porque ya no discriminaba las formas rectas de las curvas suaves, ni el arco tenso de su columna. Y cuando, una noche, o quizás una tarde, el recuerdo del olor de su piel apenas le rozaba la nariz y la voz de él sonaba por entre la bruma tan confusa que podía entenderse hola o podía escucharse adiós, comenzó a preocuparse seriamente. Pero, ni modo, ya tenía la bruma en los huesos.


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(*) Nació en San Juan. Es Magister en Letras por la UNAM (México) y académica de la Universidad Nacional de San Juan en las cátedras de Dramaturgia, Producción Literaria y Artes del Siglo XX. Como poeta, publicó su libro de poemas Desierto y poesía en las revistas mexicanas Alforja y Blanco Móvil. Como dramaturga, publicó la selección de sus obras Entre mitos y desierto. Teatro en la antología de dramaturgas “Argentina/dramaturgas” y en la antología de dramaturgos cuyanos de INT. Dirige el elenco de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes. Ha realizado el guión y la dirección general de la Fiesta Nacional del Sol 2007 y 2008. Ha publicado el bestiario "Animalia", además de teatro infantil, ensayos sobre teatrología y traducciones para editoriales mexicanas. "Menos el pecho de Deolinda", "Lo que el viento se trajo", "La tierra no es cuadrada" y "El sueño de la mujer triste", son algunas de sus obras dramáticas estrenadas en San Juan, Buenos Aires, La Plata, San Luis y México.




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