#NoMeVengasConElCuento: Otro día dorado
Maite Aranz
Hizo un pequeño esfuerzo y se abstuvo de cualquier comentario … simplemente dejó un silencio y arremetió con un “en tiempos normales la devolvería una y mil veces tal vez hasta podríamos pensar en jugar de una casa a la otra a través del muro”


Allí estaba esa cosa o qué? Al volver con el vaso lleno se detuvo frente a ella, su cabecita blanca en medio de la gramilla parecía asomarse con culpa al ser descubierta. Otra vez y otra vez bebió sentada en la reposera. La tarde era inmensa a pesar del cautiverio en el que vivía hace ciento noventa y cinco días, veinte botellas de lavandina, diez panes de jabón blanco, nueve botellitas de alcohol en gel, 3 bidones de vinagre, cajas de guantes, dos barbijos caseros y un caos de bolsas y cajas adonde su cuarta mudanza del año había quedado congelada.Y el martini, 6 botellas, en verdad un Carpano Rosso, “es el que más se parece” le había dicho el muchacho de la fiambrería y le vendió una caja. Las cajas eran siempre bienvenidas. Estaba leyendo a Cheever, y quería probar Martinis, todos sus personajes lo hacían.

La tarde parecía de oro. Su casi reciente- reiterada- soledad era un vértigo todavía…Una mujer madura y no lograba entender cómo las historias de amor terminaban siendo ficción inexorablemente. Otra vez sopa dijo en voz alta, sin pensarlo.
Por un lado, la casa deshabitada esperándola en la chacra. Por otro, esta casita de plan pegada, sí pegada a la de los vecinos, llena de cajones afuera de los muebles y valijas sin resolver todavía de la segunda mudanza a la tercera y de la tercera a la cuarta, ahora por verse. Le costaba la idea de hacerla clandestinamente, las restricciones eran absolutas. A esta altura estaba tomando tantas clases por video llamadas, la agenda súbitamente atestada y sintiéndose al borde de un stress como nunca antes, había querido reconocer un domingo como tal y el sol de ese otoño extraño y maravilloso como ninguno la inducía a tomarse el día. Aunque siguiera postergando el empeño de la mudanza.
Otra vez eso ahí en el medio del patio, franqueando la fortaleza inexpugnable.

A pesar de todo el desorden había logrado sentir en esos días terroríficos que su cuarta casa del año, sería finalmente su morada y que la estaba esperando entre inmensos árboles. Hay pasado dijo otra vez en voz alta.
Debía reconocer igualmente que esta casita le resultaba práctica: cuando llegaba de hacer cosas en el centro, dejaba la ropa colgando afuera, se desnudaba en el patio, se cambiaba de zapatillas, se lavaba las manos en la piletita de afuera. Lavandina, lavandina. Alcohol. Vinagre.
Hoy era domingo aunque apenas se notara. Al otro día tendría varias clases por la mañana, además debía salir a hacer unos engorrosos trámites en el banco que se le ocurría el centro de infección más temerario, aparte de las farmacias y los supermercados. Las salidas la dejaban extenuada: era lidiar todo el tiempo con una abstracción que parecía llevarse muertos por todas las calles del mundo. Irreal, dijo mientras masticaba hielo.

La última vez había dejado que eso estuviera en su patio una semana entera hasta que la mujer del vecino le recordó si pudiera devolvérsela… también mencionó el hecho de que su hijo había tocado la puerta ya hacía dos o tres días, pero que extrañamente ella no había acudido al llamado, dijo extrañamente ¿o a ella le pareció? Hizo un pequeño esfuerzo y se abstuvo de cualquier comentario … simplemente dejó un silencio y arremetió con un “en tiempos normales la devolvería una y mil veces tal vez hasta podríamos pensar en jugar de una casa a la otra a través del muro”, sonrió y hasta logró algún efecto empático con la joven mujer, “ pero en estas circunstancias especiales…o sea…usted tiene que entender… la devuelvo, no es cierto? bien, la vuelven a tirar en mi patio, etc….y soy una persona vulnerable…” Sí sí claro”, dijo la vecina incómoda, bueno, gracias y se metió en la casa idéntica de al lado, con su bolsa de compras, su marido policía y los hijos de él que habían venido a pasar la cuarentena como si fueran las más espléndidas vacaciones en Disneylandia.
No dudaba que tal vez lo único verdaderamente vital era jugar a la pelota al atardecer, “y ahora resulta que la vecina ortiva era yo”, susurró mientras se alejaba de la reposera en dirección al alcohol en gel que creía estaba en el baño.
El barrio parecía una maqueta. Casas nuevas como cajas con ventanas. La que alquilaba estaba en una cuadra que era la última , lindaba al fondo con un enorme descampado. Un gran árbol frutal se expandía glorioso, había quedado como testigo de lo que en otro tiempo era una chacra llena de peras, manzanas, duraznos, membrillos y aún más atrás en la profundidad de un sendero de tierra por dentro del campito devastado, seguían las tierras con viñas viejas que llegaban a la ruta.
No pienso arrojarla, es la sexta vez. Esperaré que me la vuelvan a pedir, dijo y se tomó el tercer vaso sentada en la reposera bajo el último sol, no sin dejar de sentirse una perversa paranoica. Un personaje de Cheever.
Empezaba otra vez ese discurso extraño de él, parecía torturar a la joven vecina con el hijo adolescente, con los problemas que supuestamente él suscitaba..
De pronto, dejó el vaso sobre el césped y pensó que hubiera estado bien no olvidar los arbolitos de la vereda que estaban renaciendo últimamente, abrió la puerta del frente de la casa y dispuso la manguera en uno de ellos, luego entró, dando un paso. Había visto el gran árbol solo, allá al fondo, en pleno fulgor…sin pensarlo, giró, y volvió a abrir la puerta. Se asomó más para contemplarlo de lejos. El aire que la atravesaba se detuvo absolutamente…regresó… ahora el monólogo del policía crecía en volumen, más retorcimiento, las palabras parecían armas…ahí quedó ella, detenida salvo que repentinamente y sin pensarlo, abrió la puerta y casi corrió hasta donde estaba el árbol, concentrando la luz sobre sus pequeñísimos frutos inclasificables enjutos por la falta de agua … no pudo determinar otra vez si se trataba de un membrillo o de un rarísimo manzano…Y al rato nomás estaba dando grandes zancadas avanzando por el camino de chacra hacia los inmensos álamos del fondo bajo la luz furiosa, hacia las viñas rojas. Vio sólo un hombre allá a lo lejos que llamaba a un perro enorme para que no se le acercara. Nadie más. El cielo se volvía magnífico. La respiración se agitaba, parecía ir aflojando el cuerpo, en la medida en que se entregaba a la caminata. Tanto tiempo quieto.
De pronto se dio cuenta que se había alejado demasiado, el barbijo había quedado sobre la mesa, al lado de la computadora, el agua ya estaría corriendo por la calle cerca del cordón, había dejado la manguera en el arbolito esmirriado de la vereda, la puerta sin llave… Y hacía tiempo que caminaba sin poder detenerse, en dirección a la casa deshabitada.
Paró en un cruce, miró a su alrededor.
Todo se volvió sepia como los tamariscos. Creyó haber visto la sombra de un animal atravesar el camino.

La noche repentinamente ventosa y ya avanzada en oscuridad plena, el ruido de sus zapatillas sobre las hojas crujientes y el frío cada vez más profundo .Un perro famélico la acompañó un tramo. Ahora iba abrazada a sí misma. Caminó mucho tiempo hasta distinguir las primeras luces, las únicas de la esquina donde estaba el puñado de casitas con el viejo almacén de campo. Tomaría un taxi de alguna manera, no sabía si estaba permitido o no, quiso suponer que esa posibilidad existía, tenía el cuerpo aterido. Pero estaba ahí, así que avanzó hasta el fondo de la calle cruzó por delante de las casas de adobe ya con ventanas cerradas y dobló hacia la izquierda.. Chapoteó sobre un charco inesperado. Avanzó por el primer sendero un poco desaforadamente hasta la bifurcación. No podía advertir si la dirección era correcta hasta que se estremeció por la caricia de las ramas del sauce grande de la entrada.
Trepó con esfuerzo, la tranquera que tenía la vieja cadena y el candado oxidado. Continuó por el sendero y se plantó sintiendo la presencia de la casa como si estuviera frente a un acantilado. Rodeó por un costado la construcción . En el medio de la noche buscó con las manos la ventana de la cocina, tropezó con algo cuando quiso encaramarse en el dintel, se lastimó las rodillas, sintió el ardor, volvió a buscar la hoja de la ventana que finalmente cedió.

Había un olor indescifrable. Abrió el celular para tener luz.

Una palangana. Alcanzó a ver la cola de un gato negro, o eso le pareció. Hizo un movimiento imprevisto iluminando el cuadro familiar desvencijado aún colgando de la pared del comedor, carcomido por la humedad. Seguía siendo una niña..
Las hormigas en la pared, filas interminables que dibujaban, incesantes.
Un sapo en el baño.
Un encendedor. Un pantalón con cinturón . Un colchón en el piso . Unas alpargatas y un hombre durmiendo, tapado con un poncho. Se quedó detenida justo al borde, reteniendo la respiración.Lo iluminaba apenas con la luz lánguida de su celular .
Un viento nocturno golpeó un postigo roto. Pero el hombre no se movió. Ella tampoco.
Entonces se arrodilló, y luego de contemplarlo largo rato, le pareció que lo conocía. Muerta de frío, se metió a su lado en el colchón y se cubrió. El simplemente se reacomodó.
Cuando se despertó estaba sola.

Un ruido y creyó que era una rata.
Se abrigó con un pulóver viejo que encontró en el ropero, abrió la ventana.
No reprimió la sonrisa: otro día dorado, se escuchó decir.

***

Maite Aranzábal es nacida en Fiske Menuco (nombre oficial General Roca, Río Negro). Se dedicó al teatro, como actriz, directora, docente, pero escribe desde niña. Publicó en Poesía:"Leonardo o el Vientre del Agua", "Dormir Vestida", "El Viento Va a Querer Más"- Obra de Teatro Publicada "Bálsamo" en la edición Teatro de la Post dictadura- antología- de la Universidad de Río Negro. En Narrativa "El Librito de Nácar" editado por Editorial Espacio Hudson. Escribe además siempre en las dramaturgias de los espectáculos generados en grupo, en la mayoría de ellos siendo directora y coordinadora de la dramaturgia que propone y que emerge de improvisaciones, escritos y sobre todo de la reescritura que cruza esas dos textualidades. Y algunas obras, más gestadas desde la soledad de la escritura.

Allí estaba esa cosa o qué? Al volver con el vaso lleno se detuvo frente a ella, su cabecita blanca en medio de la gramilla parecía asomarse con culpa al ser descubierta. Otra vez y otra vez bebió sentada en la reposera. La tarde era inmensa a pesar del cautiverio en el que vivía hace ciento noventa y cinco días, veinte botellas de lavandina, diez panes de jabón blanco, nueve botellitas de alcohol en gel, 3 bidones de vinagre, cajas de guantes, dos barbijos caseros y un caos de bolsas y cajas adonde su cuarta mudanza del año había quedado congelada.Y el martini, 6 botellas, en verdad un Carpano Rosso, “es el que más se parece” le había dicho el muchacho de la fiambrería y le vendió una caja. Las cajas eran siempre bienvenidas. Estaba leyendo a Cheever, y quería probar Martinis, todos sus personajes lo hacían.

La tarde parecía de oro. Su casi reciente- reiterada- soledad era un vértigo todavía…Una mujer madura y no lograba entender cómo las historias de amor terminaban siendo ficción inexorablemente. Otra vez sopa dijo en voz alta, sin pensarlo.
Por un lado, la casa deshabitada esperándola en la chacra. Por otro, esta casita de plan pegada, sí pegada a la de los vecinos, llena de cajones afuera de los muebles y valijas sin resolver todavía de la segunda mudanza a la tercera y de la tercera a la cuarta, ahora por verse. Le costaba la idea de hacerla clandestinamente, las restricciones eran absolutas. A esta altura estaba tomando tantas clases por video llamadas, la agenda súbitamente atestada y sintiéndose al borde de un stress como nunca antes, había querido reconocer un domingo como tal y el sol de ese otoño extraño y maravilloso como ninguno la inducía a tomarse el día. Aunque siguiera postergando el empeño de la mudanza.
Otra vez eso ahí en el medio del patio, franqueando la fortaleza inexpugnable.

A pesar de todo el desorden había logrado sentir en esos días terroríficos que su cuarta casa del año, sería finalmente su morada y que la estaba esperando entre inmensos árboles. Hay pasado dijo otra vez en voz alta.
Debía reconocer igualmente que esta casita le resultaba práctica: cuando llegaba de hacer cosas en el centro, dejaba la ropa colgando afuera, se desnudaba en el patio, se cambiaba de zapatillas, se lavaba las manos en la piletita de afuera. Lavandina, lavandina. Alcohol. Vinagre.
Hoy era domingo aunque apenas se notara. Al otro día tendría varias clases por la mañana, además debía salir a hacer unos engorrosos trámites en el banco que se le ocurría el centro de infección más temerario, aparte de las farmacias y los supermercados. Las salidas la dejaban extenuada: era lidiar todo el tiempo con una abstracción que parecía llevarse muertos por todas las calles del mundo. Irreal, dijo mientras masticaba hielo.

La última vez había dejado que eso estuviera en su patio una semana entera hasta que la mujer del vecino le recordó si pudiera devolvérsela… también mencionó el hecho de que su hijo había tocado la puerta ya hacía dos o tres días, pero que extrañamente ella no había acudido al llamado, dijo extrañamente ¿o a ella le pareció? Hizo un pequeño esfuerzo y se abstuvo de cualquier comentario … simplemente dejó un silencio y arremetió con un “en tiempos normales la devolvería una y mil veces tal vez hasta podríamos pensar en jugar de una casa a la otra a través del muro”, sonrió y hasta logró algún efecto empático con la joven mujer, “ pero en estas circunstancias especiales…o sea…usted tiene que entender… la devuelvo, no es cierto? bien, la vuelven a tirar en mi patio, etc….y soy una persona vulnerable…” Sí sí claro”, dijo la vecina incómoda, bueno, gracias y se metió en la casa idéntica de al lado, con su bolsa de compras, su marido policía y los hijos de él que habían venido a pasar la cuarentena como si fueran las más espléndidas vacaciones en Disneylandia.
No dudaba que tal vez lo único verdaderamente vital era jugar a la pelota al atardecer, “y ahora resulta que la vecina ortiva era yo”, susurró mientras se alejaba de la reposera en dirección al alcohol en gel que creía estaba en el baño.
El barrio parecía una maqueta. Casas nuevas como cajas con ventanas. La que alquilaba estaba en una cuadra que era la última , lindaba al fondo con un enorme descampado. Un gran árbol frutal se expandía glorioso, había quedado como testigo de lo que en otro tiempo era una chacra llena de peras, manzanas, duraznos, membrillos y aún más atrás en la profundidad de un sendero de tierra por dentro del campito devastado, seguían las tierras con viñas viejas que llegaban a la ruta.
No pienso arrojarla, es la sexta vez. Esperaré que me la vuelvan a pedir, dijo y se tomó el tercer vaso sentada en la reposera bajo el último sol, no sin dejar de sentirse una perversa paranoica. Un personaje de Cheever.
Empezaba otra vez ese discurso extraño de él, parecía torturar a la joven vecina con el hijo adolescente, con los problemas que supuestamente él suscitaba..
De pronto, dejó el vaso sobre el césped y pensó que hubiera estado bien no olvidar los arbolitos de la vereda que estaban renaciendo últimamente, abrió la puerta del frente de la casa y dispuso la manguera en uno de ellos, luego entró, dando un paso. Había visto el gran árbol solo, allá al fondo, en pleno fulgor…sin pensarlo, giró, y volvió a abrir la puerta. Se asomó más para contemplarlo de lejos. El aire que la atravesaba se detuvo absolutamente…regresó… ahora el monólogo del policía crecía en volumen, más retorcimiento, las palabras parecían armas…ahí quedó ella, detenida salvo que repentinamente y sin pensarlo, abrió la puerta y casi corrió hasta donde estaba el árbol, concentrando la luz sobre sus pequeñísimos frutos inclasificables enjutos por la falta de agua … no pudo determinar otra vez si se trataba de un membrillo o de un rarísimo manzano…Y al rato nomás estaba dando grandes zancadas avanzando por el camino de chacra hacia los inmensos álamos del fondo bajo la luz furiosa, hacia las viñas rojas. Vio sólo un hombre allá a lo lejos que llamaba a un perro enorme para que no se le acercara. Nadie más. El cielo se volvía magnífico. La respiración se agitaba, parecía ir aflojando el cuerpo, en la medida en que se entregaba a la caminata. Tanto tiempo quieto.
De pronto se dio cuenta que se había alejado demasiado, el barbijo había quedado sobre la mesa, al lado de la computadora, el agua ya estaría corriendo por la calle cerca del cordón, había dejado la manguera en el arbolito esmirriado de la vereda, la puerta sin llave… Y hacía tiempo que caminaba sin poder detenerse, en dirección a la casa deshabitada.
Paró en un cruce, miró a su alrededor.
Todo se volvió sepia como los tamariscos. Creyó haber visto la sombra de un animal atravesar el camino.

La noche repentinamente ventosa y ya avanzada en oscuridad plena, el ruido de sus zapatillas sobre las hojas crujientes y el frío cada vez más profundo .Un perro famélico la acompañó un tramo. Ahora iba abrazada a sí misma. Caminó mucho tiempo hasta distinguir las primeras luces, las únicas de la esquina donde estaba el puñado de casitas con el viejo almacén de campo. Tomaría un taxi de alguna manera, no sabía si estaba permitido o no, quiso suponer que esa posibilidad existía, tenía el cuerpo aterido. Pero estaba ahí, así que avanzó hasta el fondo de la calle cruzó por delante de las casas de adobe ya con ventanas cerradas y dobló hacia la izquierda.. Chapoteó sobre un charco inesperado. Avanzó por el primer sendero un poco desaforadamente hasta la bifurcación. No podía advertir si la dirección era correcta hasta que se estremeció por la caricia de las ramas del sauce grande de la entrada.
Trepó con esfuerzo, la tranquera que tenía la vieja cadena y el candado oxidado. Continuó por el sendero y se plantó sintiendo la presencia de la casa como si estuviera frente a un acantilado. Rodeó por un costado la construcción . En el medio de la noche buscó con las manos la ventana de la cocina, tropezó con algo cuando quiso encaramarse en el dintel, se lastimó las rodillas, sintió el ardor, volvió a buscar la hoja de la ventana que finalmente cedió.

Había un olor indescifrable. Abrió el celular para tener luz.

Una palangana. Alcanzó a ver la cola de un gato negro, o eso le pareció. Hizo un movimiento imprevisto iluminando el cuadro familiar desvencijado aún colgando de la pared del comedor, carcomido por la humedad. Seguía siendo una niña..
Las hormigas en la pared, filas interminables que dibujaban, incesantes.
Un sapo en el baño.
Un encendedor. Un pantalón con cinturón . Un colchón en el piso . Unas alpargatas y un hombre durmiendo, tapado con un poncho. Se quedó detenida justo al borde, reteniendo la respiración.Lo iluminaba apenas con la luz lánguida de su celular .
Un viento nocturno golpeó un postigo roto. Pero el hombre no se movió. Ella tampoco.
Entonces se arrodilló, y luego de contemplarlo largo rato, le pareció que lo conocía. Muerta de frío, se metió a su lado en el colchón y se cubrió. El simplemente se reacomodó.
Cuando se despertó estaba sola.

Un ruido y creyó que era una rata.
Se abrigó con un pulóver viejo que encontró en el ropero, abrió la ventana.
No reprimió la sonrisa: otro día dorado, se escuchó decir.

***

Maite Aranzábal es nacida en Fiske Menuco (nombre oficial General Roca, Río Negro). Se dedicó al teatro, como actriz, directora, docente, pero escribe desde niña. Publicó en Poesía:"Leonardo o el Vientre del Agua", "Dormir Vestida", "El Viento Va a Querer Más"- Obra de Teatro Publicada "Bálsamo" en la edición Teatro de la Post dictadura- antología- de la Universidad de Río Negro. En Narrativa "El Librito de Nácar" editado por Editorial Espacio Hudson. Escribe además siempre en las dramaturgias de los espectáculos generados en grupo, en la mayoría de ellos siendo directora y coordinadora de la dramaturgia que propone y que emerge de improvisaciones, escritos y sobre todo de la reescritura que cruza esas dos textualidades. Y algunas obras, más gestadas desde la soledad de la escritura.


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