Nacido Nguyen That Than, el 19 de mayo de 1890, cambió su nombre varias veces para sortear los peligros de la clandestinidad. Conocido mundialmente como Ho Chi Minh -en anamita “el que ilumina”-, nos legó un ejemplo de praxis que vale todos los esfuerzos por conocer, comprender y asimilar. Viajero incansable, visitó París, la metrópoli colonialista. Allí, en 1912 se incorporó al Partido Socialista y a su sector internacionalista, luego fundador del Partido Comunista Francés en 1920. Durante su militancia en el mismo fue un incansable propagandista y organizador de la acción partidaria -por ese tiempo muy débil- entre los pueblos coloniales.
En 1925 escribe su célebre “Proceso a la colonización francesa”. En él precisaba el objeto de la revolución, las fuerzas motrices y la clase dirigente de la revolución de liberación nacional, señalando que la conquista de la independencia debía ser realizada a la par con la obra de unificación de la Patria, que la liberación nacional sería obra de las masas de las colonias y de los países dependientes y que debía seguir el camino de la Revolución de Octubre, la revolución socialista.
Tras conocer y hacerse partidario de Lenin, agrupa en China a la juventud revolucionaria, base sobre la cual crea en 1930 el Tanh Nien o Partido Comunista de Indochina. Entre sus oficios, además de marinero y mozo de hotel, registramos el de periodista de “L’Humanité” y “El Paria”. También fue maestro, poeta, preso político y condenado a muerte al menos dos veces.
De regreso a la patria, ante la invasión japonesa, a su inspiración surge el Vietnam Doc Lap Dong Minh Hoi, el Frente para la Liberación del Vietnam, más conocido como Liga Vietminh, y el ejército guerrillero, quienes organizan la insurrección. El 2 de septiembre de 1945 declara la independencia y en 1946 asume como Chu Tich -presidente- del Vietnam liberado. No obstante ello, la Francia colonial inicia una guerra de reconquista que culmina en 1954 con el desastre -para los mercenarios de la Legión Extranjera de De Gaulle- de Dien Bien Phu.
Los patriotas, encabezados por Ho, ya en 1946 habían asumido tres tareas: construir el socialismo en el Norte mientras se resistía y enfrentaba a los bombardeos; de ese modo construir una retaguardia segura para liberar al Sur y, por último, conquistar la opinión y la acción solidaria de las masas del mundo para ser la gran retaguardia de la libertad, la independencia y la reunificación de todo Vietnam.
En agosto de 1964, luego de la provocación del golfo de Tonkin, el imperialismo yanqui se involucra en la guerra hasta desembarcar medio millón de marines en 1967, que son expulsados ignominiosamente el 30 de abril de 1975, abandonando 58.209 muertos propios y toneladas de material de guerra valuado en miles de millones de dólares. Así verificamos que tres imperialismos fueron derrotados uno tras otro. Tanto Chiang Kai-shek, como el emperador Hirohito, los mariscales Navarre y De Castrie y los criminales seriales Johnson, Nixon, Mc Namara, Westmoreland y Kissinger se rompieron los dientes contra un pueblo decidido a liberarse, con más el valor agregado de ser dirigido por una verdadera vanguardia revolucionaria.
Con la experiencia de siglos de lucha contra invasores diversos, y con la certeza que un ejército popular es superior al mejor ejército burgués moderno, el Tío Ho y la dirección vietnamita elaboraron la doctrina de defensa nacional conocida como “Guerra de todo el pueblo”, sustancialmente distinta a la teoría de la guerra popular prolongada. Dicha visión es integral: política, económica, militar y cultural. Jamás se propuso la consigna: “atacar a la ciudad desde el campo”, la insurrección es de todo el pueblo, en todo el territorio y su fuerza principal es la alianza obrero-campesina.
Este enfoque de clase fue el sustento teórico político de la lucha, por lo que pudo responder, en una entrevista de la revista yanqui Life, en 1961: “una cultura venció a otra”. De paso, no es ocioso comprobar que el “síndrome de Vietnam”, es decir las consecuencias políticas y socio culturales que esta tremenda derrota dejó en el norteamericano medio, y en la propia cúpula del capitalismo monopolista de Estado, en los llamados “halcones”, persiste y se agrava con los fiascos políticos y militares sufridos en Irak, Afganistán, Irán, Siria y Yemen; incluso los reiterados fracasos en sus intentonas golpistas contra la Venezuela bolivariana comienzan a fomentar en la derecha estadounidense una sensación parecida, lo cual acrecienta su peligrosidad y agresividad.
Vale insistir en esta aseveración, la barbarie de Wall Street arrojó más de siete millones de toneladas de bombas y 100.000 toneladas de sustancias químicas tóxicas sobre Vietnam, además de ochenta millones de litros de desfoliantes y de napalm, con lo que causaron cinco millones de muertos y tres millones de afectados por el agente naranja o edusolfan -la misma sustancia cancerígena con que hoy el agronegocio sojero nativo y la trasnacional Monsanto envenenan al pueblo argentino-; sin embargo, con el sustento de esa cultura, los vietnamitas reconstruyen un país socialista pacífico, bello y próspero. En las antípodas, el capitalismo mundial se debate en una crisis civilizatoria, de la que el imperialismo norteamericano es su epicentro. Hoy esto es notoriamente palpable con su perfomance ante la pandemia: más de un millón de infectados y más de setenta mil muertos.
La originalidad de Nguyen Ai Quoc, “El Patriota”, otro de sus nombres, consiste en un dominio poderoso de la dialéctica, lo que le permitió descartar las visiones dogmáticas acerca de los pueblos coloniales, muy en boga en los dirigentes de la Internacional Stalin, Bujarin, Manuilski y Kuusinen, quienes subordinaban la lucha de liberación al despliegue de las burguesías nativas para instaurar el capitalismo y desarrollar a la clase obrera local. El Tío Ho, por el contrario, sabía que la lucha nacional, anticolonial y antiimperialista era revolucionaria por su contenido principal, y que debía resolverse en la lucha por cambios estructurales socialistas, siendo los mismos una condición indispensable para mantenerse triunfante. Comprendía el potencial revolucionario de la identidad y la dignidad nacional pisoteada y oprimida por las culturas conquistadoras, cuestión esta que en la actualidad se traduce en la consigna partidaria de “lucha contra las ideologías extravagantes”. Respecto a esta problemática histórica, es de suma utilidad leer su folleto “El leninismo y la lucha de los pueblos liberados”.
De aquí su enfoque de la unidad como problema estratégico, no simplemente táctico. Igualmente su concepto de la hegemonía en las alianzas para no caer en tacticismos seguidistas. Esta visión se concretó en que para expulsar al Mikado japonés se alió con el Kuomintang chino, luego con los mandarines para derrotar a aquellos, y así sucesivamente. Es muy conocida su proclama: “Unidad, Unidad, Gran Unidad: Victoria, Victoria, Gran Victoria”. Hoy esta proposición político teórica se halla plasmada en el Frente de la Patria, que integran todas las fuerzas sociales vietnamitas, incluidas las confesiones religiosas mayoritarias.
Para la joven generación actual sería provechoso conocer y atesorar la honda influencia que ejerció el proceso vietnamita en general, y el Tío Ho en particular, en la subjetividad de nuestras masas populares. Al respecto es útil recordar que, en las luchas contra la “dictadura de los monopolios”, de Onganía, Levingston y Lanusse, una de las consignas más cantadas era: “¡Ho, Ho, Ho Chi Minh, lucharemos hasta el fin!”. Añadamos que, ya fallecido, la UNESCO lo distinguió como “Héroe de la liberación nacional de Vietnam e ilustre hombre de cultura de la humanidad”.
En su casa a la usanza campesina, sobre pilotes, en Hanói, el 3 de septiembre de 1969 padeció una insuficiencia cardiaca -era un gran fumador- que lo llevó a la tumba. En su testamento puso: “Durante toda mi vida he servido con todas mis fuerzas y todo mi corazón a la Patria, a la Revolución y al Pueblo. Ahora, si debo partir de este mundo, no hay nada que sienta más que no poder servirlos más tiempo”. Sus setenta y nueve años de vida abnegada, fecunda y creadora atestiguan que éstas no eran solo palabras.
Seis años más tarde, en la capital del sur, Saigón, que hoy lleva su nombre, el tanque que volteó los portones de la guarida del gobierno títere, ahora Palacio de la Reunificación, al igual que todos los T-72 del ejército liberador, llevaba escrito en su flanco: “Tú siempre marchas con nosotros, Tío Ho”.
Nacido Nguyen That Than, el 19 de mayo de 1890, cambió su nombre varias veces para sortear los peligros de la clandestinidad. Conocido mundialmente como Ho Chi Minh -en anamita “el que ilumina”-, nos legó un ejemplo de praxis que vale todos los esfuerzos por conocer, comprender y asimilar. Viajero incansable, visitó París, la metrópoli colonialista. Allí, en 1912 se incorporó al Partido Socialista y a su sector internacionalista, luego fundador del Partido Comunista Francés en 1920. Durante su militancia en el mismo fue un incansable propagandista y organizador de la acción partidaria -por ese tiempo muy débil- entre los pueblos coloniales. En 1925 escribe su célebre “Proceso a la colonización francesa”. En él precisaba el objeto de la revolución, las fuerzas motrices y la clase dirigente de la revolución de liberación nacional, señalando que la conquista de la independencia debía ser realizada a la par con la obra de unificación de la Patria, que la liberación nacional sería obra de las masas de las colonias y de los países dependientes y que debía seguir el camino de la Revolución de Octubre, la revolución socialista. Tras conocer y hacerse partidario de Lenin, agrupa en China a la juventud revolucionaria, base sobre la cual crea en 1930 el Tanh Nien o Partido Comunista de Indochina. Entre sus oficios, además de marinero y mozo de hotel, registramos el de periodista de “L’Humanité” y “El Paria”. También fue maestro, poeta, preso político y condenado a muerte al menos dos veces. De regreso a la patria, ante la invasión japonesa, a su inspiración surge el Vietnam Doc Lap Dong Minh Hoi, el Frente para la Liberación del Vietnam, más conocido como Liga Vietminh, y el ejército guerrillero, quienes organizan la insurrección. El 2 de septiembre de 1945 declara la independencia y en 1946 asume como Chu Tich -presidente- del Vietnam liberado. No obstante ello, la Francia colonial inicia una guerra de reconquista que culmina en 1954 con el desastre -para los mercenarios de la Legión Extranjera de De Gaulle- de Dien Bien Phu. Los patriotas, encabezados por Ho, ya en 1946 habían asumido tres tareas: construir el socialismo en el Norte mientras se resistía y enfrentaba a los bombardeos; de ese modo construir una retaguardia segura para liberar al Sur y, por último, conquistar la opinión y la acción solidaria de las masas del mundo para ser la gran retaguardia de la libertad, la independencia y la reunificación de todo Vietnam. En agosto de 1964, luego de la provocación del golfo de Tonkin, el imperialismo yanqui se involucra en la guerra hasta desembarcar medio millón de marines en 1967, que son expulsados ignominiosamente el 30 de abril de 1975, abandonando 58.209 muertos propios y toneladas de material de guerra valuado en miles de millones de dólares. Así verificamos que tres imperialismos fueron derrotados uno tras otro. Tanto Chiang Kai-shek, como el emperador Hirohito, los mariscales Navarre y De Castrie y los criminales seriales Johnson, Nixon, Mc Namara, Westmoreland y Kissinger se rompieron los dientes contra un pueblo decidido a liberarse, con más el valor agregado de ser dirigido por una verdadera vanguardia revolucionaria. Con la experiencia de siglos de lucha contra invasores diversos, y con la certeza que un ejército popular es superior al mejor ejército burgués moderno, el Tío Ho y la dirección vietnamita elaboraron la doctrina de defensa nacional conocida como “Guerra de todo el pueblo”, sustancialmente distinta a la teoría de la guerra popular prolongada. Dicha visión es integral: política, económica, militar y cultural. Jamás se propuso la consigna: “atacar a la ciudad desde el campo”, la insurrección es de todo el pueblo, en todo el territorio y su fuerza principal es la alianza obrero-campesina. Este enfoque de clase fue el sustento teórico político de la lucha, por lo que pudo responder, en una entrevista de la revista yanqui Life, en 1961: “una cultura venció a otra”. De paso, no es ocioso comprobar que el “síndrome de Vietnam”, es decir las consecuencias políticas y socio culturales que esta tremenda derrota dejó en el norteamericano medio, y en la propia cúpula del capitalismo monopolista de Estado, en los llamados “halcones”, persiste y se agrava con los fiascos políticos y militares sufridos en Irak, Afganistán, Irán, Siria y Yemen; incluso los reiterados fracasos en sus intentonas golpistas contra la Venezuela bolivariana comienzan a fomentar en la derecha estadounidense una sensación parecida, lo cual acrecienta su peligrosidad y agresividad. Vale insistir en esta aseveración, la barbarie de Wall Street arrojó más de siete millones de toneladas de bombas y 100.000 toneladas de sustancias químicas tóxicas sobre Vietnam, además de ochenta millones de litros de desfoliantes y de napalm, con lo que causaron cinco millones de muertos y tres millones de afectados por el agente naranja o edusolfan -la misma sustancia cancerígena con que hoy el agronegocio sojero nativo y la trasnacional Monsanto envenenan al pueblo argentino-; sin embargo, con el sustento de esa cultura, los vietnamitas reconstruyen un país socialista pacífico, bello y próspero. En las antípodas, el capitalismo mundial se debate en una crisis civilizatoria, de la que el imperialismo norteamericano es su epicentro. Hoy esto es notoriamente palpable con su perfomance ante la pandemia: más de un millón de infectados y más de setenta mil muertos. La originalidad de Nguyen Ai Quoc, “El Patriota”, otro de sus nombres, consiste en un dominio poderoso de la dialéctica, lo que le permitió descartar las visiones dogmáticas acerca de los pueblos coloniales, muy en boga en los dirigentes de la Internacional Stalin, Bujarin, Manuilski y Kuusinen, quienes subordinaban la lucha de liberación al despliegue de las burguesías nativas para instaurar el capitalismo y desarrollar a la clase obrera local. El Tío Ho, por el contrario, sabía que la lucha nacional, anticolonial y antiimperialista era revolucionaria por su contenido principal, y que debía resolverse en la lucha por cambios estructurales socialistas, siendo los mismos una condición indispensable para mantenerse triunfante. Comprendía el potencial revolucionario de la identidad y la dignidad nacional pisoteada y oprimida por las culturas conquistadoras, cuestión esta que en la actualidad se traduce en la consigna partidaria de “lucha contra las ideologías extravagantes”. Respecto a esta problemática histórica, es de suma utilidad leer su folleto “El leninismo y la lucha de los pueblos liberados”. De aquí su enfoque de la unidad como problema estratégico, no simplemente táctico. Igualmente su concepto de la hegemonía en las alianzas para no caer en tacticismos seguidistas. Esta visión se concretó en que para expulsar al Mikado japonés se alió con el Kuomintang chino, luego con los mandarines para derrotar a aquellos, y así sucesivamente. Es muy conocida su proclama: “Unidad, Unidad, Gran Unidad: Victoria, Victoria, Gran Victoria”. Hoy esta proposición político teórica se halla plasmada en el Frente de la Patria, que integran todas las fuerzas sociales vietnamitas, incluidas las confesiones religiosas mayoritarias. Para la joven generación actual sería provechoso conocer y atesorar la honda influencia que ejerció el proceso vietnamita en general, y el Tío Ho en particular, en la subjetividad de nuestras masas populares. Al respecto es útil recordar que, en las luchas contra la “dictadura de los monopolios”, de Onganía, Levingston y Lanusse, una de las consignas más cantadas era: “¡Ho, Ho, Ho Chi Minh, lucharemos hasta el fin!”. Añadamos que, ya fallecido, la UNESCO lo distinguió como “Héroe de la liberación nacional de Vietnam e ilustre hombre de cultura de la humanidad”. En su casa a la usanza campesina, sobre pilotes, en Hanói, el 3 de septiembre de 1969 padeció una insuficiencia cardiaca -era un gran fumador- que lo llevó a la tumba. En su testamento puso: “Durante toda mi vida he servido con todas mis fuerzas y todo mi corazón a la Patria, a la Revolución y al Pueblo. Ahora, si debo partir de este mundo, no hay nada que sienta más que no poder servirlos más tiempo”. Sus setenta y nueve años de vida abnegada, fecunda y creadora atestiguan que éstas no eran solo palabras. Seis años más tarde, en la capital del sur, Saigón, que hoy lleva su nombre, el tanque que volteó los portones de la guarida del gobierno títere, ahora Palacio de la Reunificación, al igual que todos los T-72 del ejército liberador, llevaba escrito en su flanco: “Tú siempre marchas con nosotros, Tío Ho”. |
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