Federico García Lorca. El poeta granadino, íntegramente español y hermano de todos.
Selección y nota: Oscar Oriolo
En 1933, con motivo de estrenarse Bodas de Sangre en Buenos Aires, fue invitado a la Argentina por Lola Membrives ...


Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca fue un poeta, dramaturgo y prosista español, nació el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, y murió fusilado por el franquismo el 18 de agosto de 1936, en el trayecto que lleva desde Viznar a Alfacar, España. A temprana edad, incentivado por su madre Vicenta Lorca, desarrolló el gusto por las artes; reveló su interés por la música, el dibujo y la literatura, disciplina que llegaría a desarrollar más plenamente a partir de su juventud y lo llevaría a tener la gran proyección y reconocimiento internacional que tuvo.

Estudió derecho y filosofía y letras en la Universidad de Granada; sus compañeros lo conocían más por su afinidad a la música que a la literatura. Se trasladó a Madrid para continuar sus estudios en la Residencia de Estudiantes. En la intensa actividad cultural que se desarrollaba en esos tiempos, conoció a personajes como Manuel de Falla (con quién trabó amistad y aprendió la pasión por lo popular), Albert Einstein, Marie Curie y John keynes, entre otros. También tuvo estrechos vínculos con artistas de la talla de Salvador Dalí, Rafael Alberti o Luis Buñuel.

Conoció a Juan Ramón Jiménez, quién influyó en su poesía y mantuvo una estrecha amistad. Por esos tiempos estrenó y desarrolló algunas obras de teatro y publicó libros de poemas.

Tras el éxito que tuvo su libro Romancero Gitano -con un personalísimo e inconfundible estilo lírico amalgamado a lo popular, que cantaba a las penas del perseguido pueblo gitano y, por extensión, también a todos los perseguidos y marginados-, se embarca en 1929 en el buque Olympic, hermano gemelo del Titanic, con rumbo a Nueva York. De ese viaje sacaría amargas conclusiones del sistema capitalista, del maltrato hacia los negros y de una ciudad emparentada con la frialdad de la muerte; fue, en ese sentido y según sus palabras: “una de las experiencias más útiles de mi vida”. Posteriormente a su muerte se publicarían las experiencias de ese viaje en Un Poeta en Nueva York. Después de un año allí y antes de regresar a Madrid, tendría una breve estadía en La Habana donde se conectaría con la cultura de la isla caribeña.

En 1933, con motivo de estrenarse Bodas de Sangre en Buenos Aires, fue invitado a la Argentina por Lola Membrives; su permanencia de varios meses en el país le dio oportunidad de dirigir varias obras teatrales; la estadía fue todo un éxito y un gran aliento profesional y económico. También tuvo la oportunidad de asistir a la fastuosa fiesta de inauguración del mural Ejercicio Plástico, realizado por David Alfaro Siqueiros con la colaboración de Lino Spilimbergo, Antonio Berni y Juan Carlos Castagnino, en los sótanos de la mansión de Natalio Botana, en Don Torcuato. Allí conoció a la poeta Blanca Luz Brum; también estuvo en el festejo Pablo Neruda, a quien había conocido unos meses antes, en la recepción de bienvenida que se le realizara al poeta granadino, la conexión con el poeta chileno en ese encuentro, fue inmediata.

Cabe destacar que en una noche bien porteña, estando junto al poeta y periodista César Tiempo por la calle Corrientes, se cruzaron con Carlos Gardel, César hizo las presentaciones y ellos se enredaron en un abrazo. Se juntaron la eterna alegría a flor de piel que siempre acompañaba a Federico y la inconfundible sonrisa de Gardel; éste los invitó a su departamento y, una vez allí, el Zorzal le cantó Caminito, entre otros varios tangos; el poeta granadino, al piano, devolvió la gentileza tocando algunas coplas españolas. El destino trágico de ambos quiso que, muy poco tiempo después y con diferencia de poco más de un año, a ambos artistas les fuera arrebatada la vida en desgraciados acontecimientos.

Volvió a España en 1934, en medio de un período tan creativo suyo, como tan convulsionados eran los tiempos que se comenzaban a vivir en ese país. El proceso que culminaría con la guerra civil estaba en marcha. La violencia, la intolerancia, el odio y desprestigio del orden democrático republicano eran sucesos cotidianos. La derecha que avanzaba en todos los estamentos consideraba a Federico un enemigo por sus ideas y por las ideas de sus amigos, y consideraba blasfemos a sus dramas y aludían a su persona de forma despectiva.

Fue tentado a exiliarse de España por los embajadores de Colombia y México, pero Federico desestimó las ofertas; Granada, en poco tiempo comenzó a estar bajo las fuerzas sublevadas y su cuñado, el alcalde de la ciudad, fue arrestado en su despacho y fusilado pocas semanas después.

Federíco decía, en su amplitud, que era católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico; tenía confianza en que la razón estaría por encima de las bajas pasiones, y la certeza de que el hombre siempre sería humano; él jamás discriminó o se distanció de sus amigos por más opuestos que fueran sus ideales. Se sentía “íntegramente español y hermano de todos”.

Se consideró seguro refugiándose en la casa de un poeta amigo, aunque a pesar que confiaba en sus hermanos, dos de ellos eran falangistas; hasta el lugar en el que se alojaba fue la Guardia Civil para apresarlo el 16 de agosto de 1936, lo trasladaron a Viznar y dos días después del arresto, en el camino que llevaba a Alfacar, fue fusilado junto a dos anarquistas y un maestro de escuela. Un informe que apareció con posterioridad asegura que fue condenado a muerte “por socialista, por ser amigo de Fernando de los Ríos (destacado dirigente socialista), por masón, por pertenecer a la logia Alhambra, por prácticas de homosexualismo y aberración”…, y tras “haber confesado”. Aunque nunca apareció confesión alguna en ningún informe o documento.

Aunque hubo muchos pedidos internacionales para salvaguardar su integridad, seguramente el silencio y la falta de intervención de muchos de los que Federico consideraba sus amigos a pesar de las diferencias, cargaron, con esa mezquina actitud, las armas franquistas con las que fue fusilado. El lugar en que fue consumado el asesinato, hoy está ocupado por un Parque que lleva su nombre, como símbolo de los que realmente siguen en la memoria de los pueblos. Y el nombre de los asesinos franquistas también es recordado, simplemente, como lo que fueron: asesinos franquistas.

En Revista H hoy también está ocupada esta página con algunos de sus poemas, en memoria de su inmortal nombre.

Pueblo
Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh pueblo perdido,
en la Andalucía del llanto!


Muerte de Antoñito el Camborio
Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.

*
Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.

*
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.



Nacimiento de Cristo
Un pastor pide teta por la nieve que ondula
blancos perros tendidos entre linternas sordas.
El Cristito de barro se ha partido los dedos
en los tilos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.
Los vientres del demonio resuenan por los valles
golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes
coronadas por vivos hormigueros del alba.
La luna tiene un sueño de grandes abanicos
y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente,
San José ve en el heno tres espinas de bronce.
Los pañales exhalan un rumor de desierto
con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas.
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma
van detrás de Lutero por las altas esquinas.

 

New York
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.



Romance de la luna luna
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

 

Soneto de la dulce queja
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.

 

Reyerta
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde,
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.

*
El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.

*
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.

 

La casada infiel
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

*

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.



Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca fue un poeta, dramaturgo y prosista español, nació el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, y murió fusilado por el franquismo el 18 de agosto de 1936, en el trayecto que lleva desde Viznar a Alfacar, España. A temprana edad, incentivado por su madre Vicenta Lorca, desarrolló el gusto por las artes; reveló su interés por la música, el dibujo y la literatura, disciplina que llegaría a desarrollar más plenamente a partir de su juventud y lo llevaría a tener la gran proyección y reconocimiento internacional que tuvo.

Estudió derecho y filosofía y letras en la Universidad de Granada; sus compañeros lo conocían más por su afinidad a la música que a la literatura. Se trasladó a Madrid para continuar sus estudios en la Residencia de Estudiantes. En la intensa actividad cultural que se desarrollaba en esos tiempos, conoció a personajes como Manuel de Falla (con quién trabó amistad y aprendió la pasión por lo popular), Albert Einstein, Marie Curie y John keynes, entre otros. También tuvo estrechos vínculos con artistas de la talla de Salvador Dalí, Rafael Alberti o Luis Buñuel.

Conoció a Juan Ramón Jiménez, quién influyó en su poesía y mantuvo una estrecha amistad. Por esos tiempos estrenó y desarrolló algunas obras de teatro y publicó libros de poemas.

Tras el éxito que tuvo su libro Romancero Gitano -con un personalísimo e inconfundible estilo lírico amalgamado a lo popular, que cantaba a las penas del perseguido pueblo gitano y, por extensión, también a todos los perseguidos y marginados-, se embarca en 1929 en el buque Olympic, hermano gemelo del Titanic, con rumbo a Nueva York. De ese viaje sacaría amargas conclusiones del sistema capitalista, del maltrato hacia los negros y de una ciudad emparentada con la frialdad de la muerte; fue, en ese sentido y según sus palabras: “una de las experiencias más útiles de mi vida”. Posteriormente a su muerte se publicarían las experiencias de ese viaje en Un Poeta en Nueva York. Después de un año allí y antes de regresar a Madrid, tendría una breve estadía en La Habana donde se conectaría con la cultura de la isla caribeña.

En 1933, con motivo de estrenarse Bodas de Sangre en Buenos Aires, fue invitado a la Argentina por Lola Membrives; su permanencia de varios meses en el país le dio oportunidad de dirigir varias obras teatrales; la estadía fue todo un éxito y un gran aliento profesional y económico. También tuvo la oportunidad de asistir a la fastuosa fiesta de inauguración del mural Ejercicio Plástico, realizado por David Alfaro Siqueiros con la colaboración de Lino Spilimbergo, Antonio Berni y Juan Carlos Castagnino, en los sótanos de la mansión de Natalio Botana, en Don Torcuato. Allí conoció a la poeta Blanca Luz Brum; también estuvo en el festejo Pablo Neruda, a quien había conocido unos meses antes, en la recepción de bienvenida que se le realizara al poeta granadino, la conexión con el poeta chileno en ese encuentro, fue inmediata.

Cabe destacar que en una noche bien porteña, estando junto al poeta y periodista César Tiempo por la calle Corrientes, se cruzaron con Carlos Gardel, César hizo las presentaciones y ellos se enredaron en un abrazo. Se juntaron la eterna alegría a flor de piel que siempre acompañaba a Federico y la inconfundible sonrisa de Gardel; éste los invitó a su departamento y, una vez allí, el Zorzal le cantó Caminito, entre otros varios tangos; el poeta granadino, al piano, devolvió la gentileza tocando algunas coplas españolas. El destino trágico de ambos quiso que, muy poco tiempo después y con diferencia de poco más de un año, a ambos artistas les fuera arrebatada la vida en desgraciados acontecimientos.

Volvió a España en 1934, en medio de un período tan creativo suyo, como tan convulsionados eran los tiempos que se comenzaban a vivir en ese país. El proceso que culminaría con la guerra civil estaba en marcha. La violencia, la intolerancia, el odio y desprestigio del orden democrático republicano eran sucesos cotidianos. La derecha que avanzaba en todos los estamentos consideraba a Federico un enemigo por sus ideas y por las ideas de sus amigos, y consideraba blasfemos a sus dramas y aludían a su persona de forma despectiva.

Fue tentado a exiliarse de España por los embajadores de Colombia y México, pero Federico desestimó las ofertas; Granada, en poco tiempo comenzó a estar bajo las fuerzas sublevadas y su cuñado, el alcalde de la ciudad, fue arrestado en su despacho y fusilado pocas semanas después.

Federíco decía, en su amplitud, que era católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico; tenía confianza en que la razón estaría por encima de las bajas pasiones, y la certeza de que el hombre siempre sería humano; él jamás discriminó o se distanció de sus amigos por más opuestos que fueran sus ideales. Se sentía “íntegramente español y hermano de todos”.

Se consideró seguro refugiándose en la casa de un poeta amigo, aunque a pesar que confiaba en sus hermanos, dos de ellos eran falangistas; hasta el lugar en el que se alojaba fue la Guardia Civil para apresarlo el 16 de agosto de 1936, lo trasladaron a Viznar y dos días después del arresto, en el camino que llevaba a Alfacar, fue fusilado junto a dos anarquistas y un maestro de escuela. Un informe que apareció con posterioridad asegura que fue condenado a muerte “por socialista, por ser amigo de Fernando de los Ríos (destacado dirigente socialista), por masón, por pertenecer a la logia Alhambra, por prácticas de homosexualismo y aberración”…, y tras “haber confesado”. Aunque nunca apareció confesión alguna en ningún informe o documento.

Aunque hubo muchos pedidos internacionales para salvaguardar su integridad, seguramente el silencio y la falta de intervención de muchos de los que Federico consideraba sus amigos a pesar de las diferencias, cargaron, con esa mezquina actitud, las armas franquistas con las que fue fusilado. El lugar en que fue consumado el asesinato, hoy está ocupado por un Parque que lleva su nombre, como símbolo de los que realmente siguen en la memoria de los pueblos. Y el nombre de los asesinos franquistas también es recordado, simplemente, como lo que fueron: asesinos franquistas.

En Revista H hoy también está ocupada esta página con algunos de sus poemas, en memoria de su inmortal nombre.

Pueblo
Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh pueblo perdido,
en la Andalucía del llanto!


Muerte de Antoñito el Camborio
Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.

*
Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.

*
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.



Nacimiento de Cristo
Un pastor pide teta por la nieve que ondula
blancos perros tendidos entre linternas sordas.
El Cristito de barro se ha partido los dedos
en los tilos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.
Los vientres del demonio resuenan por los valles
golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes
coronadas por vivos hormigueros del alba.
La luna tiene un sueño de grandes abanicos
y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente,
San José ve en el heno tres espinas de bronce.
Los pañales exhalan un rumor de desierto
con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas.
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma
van detrás de Lutero por las altas esquinas.

 

New York
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.



Romance de la luna luna
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

 

Soneto de la dulce queja
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.

 

Reyerta
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde,
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.

*
El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.

*
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.

 

La casada infiel
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

*

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.




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