Durante los primeros meses de este año comenzaron a circular una serie de noticias que daban cuenta de una situación crítica al interior de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Así mismo, se exponían graves dificultades de la industria militar para suplir las necesidades del aparato bélico más poderoso del planeta. Resultó en extremo sorpresivo que la mayor parte de las informaciones provean de fuentes militares que no han escatimado en dar a conocer un escenario que en términos estratégicos, se muestra sumamente complejo para Washington.
Lo haremos en dos partes, la primera, expone un diagnóstico de las fuerzas armadas de Estados Unidos a partir de las declaraciones de sus propios voceros. En la segunda presentaremos algunas opiniones de dirigentes e instituciones políticas, así como de think tanks y medios de comunicación vinculados al Complejo Militar Industrial. Cada quien podrá sacar sus propias conclusiones respecto de la distancia entre la realidad (expuesta por los militares) y los deseos (casi siempre expresada por políticos). Esta dicotomía ha sido particularmente visible en el análisis de los hechos de los últimos dos años en Ucrania y en alguna medida, también en Palestina.
El 21 de febrero el secretario de la Marina de Estados Unidos Carlos del Toro, en una conferencia en el National Press Club afirmó que la Armada china tenía ventajas significativas sobre la estadounidense, entre ellas, una flota más grande y astilleros con una mayor capacidad.
Del Toro considera que Estados Unidos debería modernizar y ampliar su flota para hacer frente a China, que “pretende acabar con el dominio estadounidense en los océanos de todo el mundo”, así mismo, reveló que el país asiático cuenta con unos 340 buques y avanza hacia una flota de 440 para 2030. Mientras tanto, la Armada estadounidense cuenta con menos de 300.
Por ello imploró por el crecimiento de la Armada de su país, es decir por construir una flota más moderna a fin de poder hacer frente a la “amenaza china”. Pero el dato clave es que aseguró que los astilleros navales estadounidenses “no pueden competir con los chinos” y agregó que la realidad era que China tenía 13 astilleros y que solo uno de ellos tiene más capacidad que todos los estadounidenses juntos.
Tratando de explicar esta situación, del Toro aludió a una serie de argumentos refutados en su mayoría por analistas del propio Estados Unidos. Uno de ellos, Blake Herzinger, investigador y experto en política de defensa en el Indo-Pacífico del Instituto Empresarial Estadounidense aseguró que es costumbre de los funcionarios estadounidenses culpar a China de sus frustraciones. Herzinger opinó que: “Esto parece desgraciadamente habitual, (es decir) que la dirección de la Marina tire piedras sobre defectos reales o imaginarios de la construcción naval china en lugar de tener en cuenta los fracasos de Estados Unidos durante dos décadas en cuanto a conceptualizar, diseñar y construir buques para su propia Armada”.
Solo unos días más tarde, el 28 de febrero, un reporte elaborado por varias agencias informaba que las Fuerzas Armadas estadounidenses afrontaban una escasez de personal lo que exponía la posibilidad de abandonar el actual sistema de reclutamiento voluntario.
Tanto el Ejército como la Armada y la Fuerza Aérea mostraban que en 2022 tuvieron el peor resultado de reclutamiento desde 1973 cuando cambiaron por completo del servicio de reclutamiento tradicional al de un Ejército contratado o, “voluntario”. Después de obtener un notable descenso que llevó de más de dos millones de reclutas en 1990 a 1,4 millones en 2001, se ha intentado mantener el número total en un nivel estable.
El reporte indica que lo mismo está ocurriendo con los reservistas. Entre las causas de esta situación se expone la pérdida de confianza de la población en la capacidad de las fuerzas armadas para cumplir sus misiones. En este sentido, un estudio del Instituto Ronald Reagan realizado en 2021 indica que solo el 45% de la población estadounidense confía en las Fuerzas Armadas, lo que supone un 25% menos que en 2018.
Pero hay otros factores, entre ellos, que las autoridades estadounidenses no se ocupan de los problemas más importantes. Así mismo, se aduce que el reclutamiento basado exclusivamente en contratos no ha dado solución al problema. No se observa a corto plazo una posible salida a la crisis lo cual genera preocupación en los altos mandos militares, toda vez que el Pentágono no está listo para reducir el número de la tropa. Para la institución armada, ha sido muy difícil constatar que tras 50 años desde el abandono del sistema de conscripción, los partidarios de su regreso han recibido un argumento de mucho peso.
En la misma dinámica, Bloomberg —citando un escrito que el teniente general de la Fuerza Aérea Michael Schmidt preparó para la audiencia celebrada el 29 de marzo en el subcomité aéreo de la Comisión de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes- informó que solo la mitad de la flota estadounidense de cazas polivalentes de quinta generación F-35 Lightning II se considera apta para la realización de misiones de combate. La situación es grave cuando se está hablando del caza más moderno de la fuerza aérea de Estados Unidos introducido en el servicio apenas en 2015.
El reporte da a conocer que durante el mes de febrero de este año “el promedio mensual de la capacidad combativa de los 540 F-35 en servicio fue solo del 53,1 %, muy por debajo de la meta del 65 %”, lo cual es clara manifestación de que dichos aviones no pueden realizar todas las misiones combativas que se le planteen limitándose en no pocos casos a vuelos de exhibición, pruebas y entrenamientos. Así mismo, el general Schmidt, sin informar las causas de tal situación, hizo saber que solo se contaba con menos del 30% de esos aviones para cumplir las misiones.
Sin embargo, se ha sabido que existe una continuada carencia de repuestos para los permanentes fallos en los motores de los F 35, lo que obliga a que las aeronaves pasen largas temporadas en los talleres, afectando la capacidad combativa de las fuerzas armadas.
Reafirmando la situación complicada de la institución militar de Estados Unidos, el general Mark Milley, quien en ese momento era jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, en una entrevista con el periodista Kevin Barón para Defense One, un portal estadounidense que ofrece noticias y análisis sobre temas de defensa y seguridad, reveló que la negativa estadounidense a proporcionar misiles tácticos ATACMS a Ucrania, además de ser una consideración a favor de evitar la escalada del conflicto, también obedecía a que “tenemos relativamente pocos ATACMS y tenemos que asegurarnos también de mantener nuestros propios inventarios de municiones”.
Al respecto, Milley expresó a Defense One que la industria militar estadounidense se tardará “probablemente varios años” en reponer sus existencias y satisfacer las necesidades del Pentágono. Y esto será “muy caro” y no se realizará “por arte de magia en una noche”.
En otro ámbito del mismo problema, el 12 de noviembre pasado, el periódico neoyorkino The Wall Street Journal informó que el ejército de Estados Unidos se enfrenta a la escasez de sistemas de defensa aérea y antimisiles Patriot. Las necesidades de Ucrania, de Israel y del propio Estados Unidos que está siendo atacado en sus bases en Asia Occidental han generado un inconveniente sin solución a corto plazo. A comienzos de noviembre, tras el agravamiento de la situación en Gaza, Washington envió 6 sistemas antiaéreos Patriot a Tel Aviv.
Esta situación ha impedido que Estados Unidos pueda consolidar una adecuada dislocación de fuerzas y medios acorde a lo establecido en sus planes al conceptualizar el teatro de operaciones de Asia-Pacífico como el de mayor importancia estratégica.
Durante años los militares estadounidenses solicitaron la dotación de mayor cantidad de sistemas antiaéreos, sin embargo, una y otra vez fueron desoídos. Ahora, en medio de la desesperación que los agobia, el presidente del subcomité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, Doug Lamborn, exigió el aumento de la financiación de la producción de los Patriot, subrayando que le preocupa “la capacidad (de Estados Unidos) de proporcionar defensa aérea en otras áreas”.
Este sistema que cuesta unos 1.000 millones de dólares cada uno, son fabricados por Raytheon Technologies (RTX), que puede producir solo una docena de sistemas al año. Se ha informado que hay solo 60 Patriot disponibles alrededor del mundo y que su efectividad ha perdido credibilidad al haber sido una y otra vez burlados por los misiles yemeníes que atacaron objetivos en Arabia Saudí.
Pero el problema de fondo es que ni este ni ningún sistema de defensa antiaérea que posea Occidente es efectivo contra la acción de los misiles hipersónicos en manos de Rusia, de China y recientemente también de Irán.
Los misiles hipersónicos han venido a cambiar la ecuación estratégica en materia militar, transformando a los portaviones (el armamento ofensivo por excelencia en las últimas décadas) en lo que el analista brasileño Pepe Escobar ha denominado “costosísimas bañeras de hierro”.
Un misil hipersónico vuela al menos a una velocidad de Mach 5 (un Mach= 1235 Km/ hora) y posee tecnología de auto guiado que hace imposible la intercepción por su alta maniobrabilidad durante el vuelo. Aunque este tipo de armas se remonta a varias décadas atrás, fue hasta finales de 2017 que comenzó a tener un funcionamiento eficaz.
Pueden alcanzar una velocidad de Mach 25 (un poco más de 30 mil km/hora) y un alcance de 10.000 km. Rusia ya ha exhibido el Kinzhal (Mach 10), Avangard (Mach 25 ) y Tsirkon (Mach 8) y China el Dongfeng 17 (Mach 5). Recientemente, Irán ha dado a conocer el Fattah (Mach 5 y un alcance de 1400 Km.) lo cual lo pone a distancia para aniquilar la mayor parte de las bases estadounidenses en Asia Occidental incluyendo la base naval de la 5ta. Flota en Bahréin a menos de un minuto de vuelo del territorio iraní.
Solo se necesitarían 11 misiles hipersónicos para hundir los 11 portaviones de Estados Unidos. Ello ocurriría en un lapso de entre 3 y 8 minutos de acuerdo al lugar del planeta donde se encuentren. En ese corto espacio de tiempo habrá desaparecido el poder naval de Estados Unidos para siempre. Así mismo, solo entre 2 y 5 minutos demorarían los misiles en llegar a París Londres, Berlín o New York. Por supuesto que eso no lo desea ningún ser humano racional, esperando que los líderes estadounidenses se incluyan entre esos “seres humanos racionales” porque las ciudades rusas y chinas no están desguarnecidas como Hiroshima y Nagasaki.
Tal vez sea esta la razón por la que en una conferencia organizada por el Instituto Empresarial Estadounidense en Washington el pasado 28 de febrero, Christine Wormuth, secretaria del Ejército de Estados Unidos dijo que su país quiere evitar una guerra en Asia. No obstante, alertó sobre la urgencia de prepararse para luchar contra China. Wormuth afirmó que: “La mejor manera de evitar una guerra es demostrar a China y a los países de la región que realmente podemos ganar esa guerra”, asegurando que luchar contra China es solo una forma de “disuasión”.
Como dijimos antes, Wormuth es política, expresa deseos, no realidades. Se necesita talante superior y mirada estratégica para entender “la guerra como continuación de la política”. Por eso, desde otra perspectiva, solo unos días después, el propio general Mark Milley pareció responderle a Wormuth. En la entrevista antes mencionada para el portal Defense One, el pasado 2 de abril, Milley sugirió “calmarse sobre la guerra con China” advirtiendo acerca de la retórica “recalentada” de una guerra inminente entre Estados Unidos y China.
Milley afirmó que creía que había mucha retórica, que podría crear la percepción de que la guerra está a la vuelta de la esquina o que estamos al borde de una guerra con China.
El pasado 14 de diciembre, un día después de escribir la primera parte de este trabajo, se dio a conocer que el Senado de Estados Unidos aprobó el proyecto de Ley de Autorización de Defensa Nacional (NDAA, por sus siglas en inglés), instrumento que establece los gastos y políticas del Departamento de Defensa del país, facultando al Pentágono un gasto récord de 886 mil millones de dólares para el año fiscal 2024.
Ahora, la iniciativa será considerada por la Cámara de Representantes. El documento, contempla erogaciones como la compra de buques, municiones y aviones, así como ayuda militar a Ucrania y medidas encaminadas a contrarrestar la influencia de China en el Pacífico. No obstante, esta cifra es falsa pues en realidad, es mucho mayor.
Durante décadas, investigadores independientes han afirmado que el gasto militar real de Estados Unidos es aproximadamente el doble del oficialmente reconocido. En 2022, el gasto militar real de Estados Unidos alcanzó los 1,537 billones de dólares, duplicando el que se informó públicamente de 877 mil millones de dólares. Estos datos son informadas a partir de cifras de la Oficina de Administración y Presupuesto de Estados Unidos (OMB).
Pero ellas encaran una trampa porque adolecen de dos deficiencias importantes. En primer lugar, las cifras proporcionadas por la OMB con respecto al “gasto de defensa” son sustancialmente más bajas que las proporcionadas en las Cuentas Nacionales de Ingreso y Producto (NIPA) de Estados Unidos, la fuente más completa y definitiva sobre el ingreso y el gasto nacional del país al punto que es la base total de análisis de la economía estadounidense.
En segundo lugar, como es bien sabido, áreas clave del gasto militar estadounidense están incluidas en otras partes del gasto federal y no entran en la categoría de “gasto de defensa” de la OMB. A ese monto habría que agregar los gastos espaciales federales, y el total real de las subvenciones a países extranjeros. También se debe considerar el seguro médico militar (que consiste en pagos por servicios médicos para dependientes del personal militar en servicio activo en instalaciones no militares).
Según un estudio para la revista Monthly Review de Gisela Cernadas, economista de la Universidad Nacional de La Plata en Argentina y John Bellamy Foster, profesor emérito de sociología en la Universidad de Oregon en Estados Unidos, estas cifras deberían incluir además, beneficios, seguro de vida y otros costos para veteranos, seguro médico militar, partes militares del espacio, gastos, subvenciones en ayuda a otros gobiernos y la proporción de intereses netos atribuidos a los gastos militares federales reales.
En cualquier caso, el gasto militar informado de Estados Unidos es tres veces superior al de China (292 mil millones de dólares) y 10 veces el de Rusia (86.4 mil millones de dólares). De hecho, el gasto militar de Estados Unidos es casi igual al de los 10 países que lo siguen en la tabla, incluyendo Rusia, China e India, sus aliados en la OTAN, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia además de Japón, Corea del Sur y Ucrania.
Habida cuenta los datos que mencioné en la primera parte de este trabajo, no es el gasto lo que mide la eficiencia de las fuerzas armadas en el planeta. En el caso de Estados Unidos, tal situación tiene además otra mirada, si se considera que la fabricación de armamento es el principal componente de su alicaída economía. De esta forma, la elevación de su gasto militar y las presiones para que sus aliados lo imiten, está directamente relacionado con la necesidad de salvaguardar el potencial económico y la estabilidad del país.
De manera tal que hacer la guerra o generar conflictos responden a una necesidad vital de la nación norteamericana. La paz es considerada una enemiga de su economía. Así se desprende de las declaraciones de James O’Brien subsecretario de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos durante una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado sobre la financiación a Ucrania, quien admitió que el conflicto armado en ese país, apunta en tal sentido. O´Brien manifestó que: “La batalla por Ucrania también nos permite revitalizar nuestra propia base industrial. Estamos creando nuevas tecnologías energéticas y poniéndolas en práctica en todo el mundo. Estamos construyendo nuevas tecnologías de defensa”.
Esta declaración coincide con las informaciones que dan cuenta que los pedidos militares para Ucrania han incrementado los ingresos de los principales contratistas de defensa estadounidenses, como Lockheed Martin, General Dynamics, Raytheon Technologies Corporation (RTX), Boeing, y Northrop Grumman entre otros.
Fue el propio presidente Joe Biden quien vino a corroborar la apreciación de O´Brien. Al instar al Congreso a aprobar un presupuesto de ayuda bélica para Ucrania e Israel, el presidente utilizó el mismo argumento de su funcionario develando lo que hasta el momento era un “secreto” en el país: la dependencia significativa de su economía a partir de las guerras. Al respecto, Biden incluso fue más explícito que O´Brien: “Enviamos equipo a Ucrania que está en nuestros arsenales. Y cuando usamos el dinero aprobado por el Congreso, lo usamos para reabastecer nuestras propias reservas, nuestros arsenales, con nuevo equipo. Equipo que defiende a Estados Unidos y está hecho en Estados Unidos”. Y detalló: “…misiles Patriot para baterías antiaéreas hechos en Arizona; municiones de artillería fabricadas en 12 estados a través del país (incluyendo) Pensilvania, Ohio, Texas”.
Por su parte, el Wall Street Journal recoge las declaraciones de Jason Aiken, ejecutivo financiero en jefe de General Dynamics, quien comentó que la guerra de Ucrania ya había elevado la demanda por los productos de la empresa. Aiken apuntó que creía “que la situación israelí solo impondrá aún más presión hacia arriba sobre esa demanda”. De la misma manera, William D. Hartung, investigador senior y especialista en el complejo industrial militar en el Instituto Quincy en Washington, explicó que las mayores contratistas militares del país “no existirían sin un flujo constante de financiamiento desde el Pentágono”. Y para que no haya dudas, puso el ejemplo de Lockheed Martin que recibe un 73% de sus ingresos de ventas a través de contratos con el gobierno de Estados Unidos. Remató su idea afirmando que estas, no eran empresas capitalistas en el sentido tradicional.
De esta manera quedó expuesto con expresa autenticidad el vínculo macabro entre guerra y economía que sustenta la existencia de Estados Unidos en su devenir cotidiano. Aunque, también necesita demostrar liderazgo para mantener su hegemonía. En este sentido, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, aseguró que los problemas de la actualidad no harán sino “agravarse” sin un liderazgo estadounidense “fuerte y firme”.
Austin, quien tras retirarse del servicio activo en las fuerzas armadas en 2016 pasó a formar parte de la junta directiva de Raytheon Technologies, Nucor y Tenet Healthcare, con regularidad emite opiniones orientadas a elevar las ventas del Complejo Militar Industrial. Es así, que el pasado 2 de diciembre durante su intervención en el Foro de Defensa Nacional Reagan en California, afirmó que “solo un país en la Tierra puede ofrecer el tipo de liderazgo que exige este momento”. Ese país, según él, es Estados Unidos.
Este fue el contexto en el que Austin lanzó lo que denominó “el esfuerzo de modernización (de las fuerzas armadas) más ambicioso en casi 40 años”, consistente en una inversión de unos 50 mil millones de dólares en la base industrial de defensa. Esto, según él, le dará al país norteamericano una “última ventaja estratégica que ningún competidor puede igualar”. Pero, como ya va siendo habitual entre los líderes políticos de Washington, este anuncio no se podía hacer sin la retórica que caracteriza a la nación imperial desde su propio nacimiento: “El Ejército estadounidense es la fuerza de combate más letal de la historia de la humanidad. Y vamos a seguir así. No debemos dar a nuestros amigos, rivales o enemigos ninguna razón para dudar de la determinación de Estados Unidos”.
Por supuesto, Austin habla ahora como funcionario público y empleado de las grandes contratistas militares. El dinero le hizo olvidar sus “cualidades militares” y ahora manifiesta deseos que la realidad se encarga de desmentir. Un solo misil hipersónico ruso puede echar abajo sus sueños de grandeza.
Son las propias fuentes estadounidenses las que se encargan de refutar las quimeras del Secretario Austin. De la lectura de un borrador de la primera “Estrategia Nacional de la industria de defensa”, citado por el servicio de noticias estadounidense “Político” el pasado 2 de diciembre, se desprende que el complejo militar industrial (CMI) de Estados Unidos tiene problemas para alcanzar el ritmo y la receptividad que le permitan mantenerse por delante de China.
El documento señala la imposibilidad de la base industrial estadounidense para satisfacer las demandas a la velocidad y escala necesarias. Agrega que tampoco podrían responder “ante un conflicto moderno a la velocidad, escala y flexibilidad requeridas para cumplir con las exigencias dinámicas de un conflicto de mayor envergadura”. Ucrania está a la vista.
El informe expone la imposibilidad (del CMI) de fabricar el armamento que se le solicita con la rapidez deseada lo cual estaría provocando un desajuste representativo de “un riesgo estratégico” para Estados Unidos en la medida que el país se involucra en un cada vez mayor número de conflictos, en particular en el “Indo-Pacífico”.
Según el estudio, la operación militar rusa en Ucrania y el conflicto entre Israel y el movimiento palestino Hamás “pusieron al descubierto un conjunto diferente de demandas industriales con los riesgos correspondientes”, lo que ha dejado claro que las insuficientes capacidades de producción y provisión son ahora problemas profundamente arraigados en todos los niveles de las cadenas de suministro de la producción.
En lo que va de siglo, las fuerzas armadas de Estados Unidos se han involucrado en varias guerras, las han perdido todas a pesar que hasta el conflicto en Ucrania no se había puesto a prueba su potencial militar. Avasalladoras intervenciones en Irak, Afganistán, Siria, Somalia y Libia se han sellado con derrotas, destrucción de países e interminables presencias militares injerencistas que desgastaron a Washington sin que haya podido obtener tangibles resultados que le aporten éxitos estratégicos.
En todos los casos, Estados Unidos arrastró a sus aliados a enfrentarse con países del sur, con un bajo nivel de desarrollo y economías limitadas. No obstante a eso, una leve mirada de conjunto da cuenta que ni en Asia Central, ni en Asia Occidental, tampoco en África han obtenido victorias palpables que hayan podido cambiar a su favor, la correlación de fuerzas mundial.
Pero cuando Washington lanzó a la OTAN contra Rusia utilizando a Ucrania para ello, se hizo ostensible su incapacidad de obtener victorias estratégicas. Al contrario, su economía se ha debilitado aún más, su capacidad de maniobra diplomática se ha limitado, el potencial de generar seguridad y confianza en sus aliados ha menguado y sus instrumentos habituales de presión: el chantaje, la amenaza, la prepotencia y la intimidación han perdido eficacia ante la decisión cada vez mayor de los pueblos de seguir un camino distinto.
Todo el potencial militar de Estados Unidos —que como se ha demostrado en este trabajo- sigue siendo enorme, no basta para emprender una guerra de grandes proporciones y triunfar en ella. Esta ecuación que avanza bajo la sombra que dan los misiles hipersónicos y que cierne sobre Estados Unidos el fantasma de su destrucción total en caso de desatar una guerra atómica, podría ser un instrumento poderoso que conduzca a los decisores en Washington a desistir de la suposición de que es posible obtener una victoria estratégica que certifique aquello de que la “historia había terminado” con el dominio absoluto del capitalismo y de Estados Unidos en este planeta.
Eso ya no será posible.
Lo haremos en dos partes, la primera, expone un diagnóstico de las fuerzas armadas de Estados Unidos a partir de las declaraciones de sus propios voceros. En la segunda presentaremos algunas opiniones de dirigentes e instituciones políticas, así como de think tanks y medios de comunicación vinculados al Complejo Militar Industrial. Cada quien podrá sacar sus propias conclusiones respecto de la distancia entre la realidad (expuesta por los militares) y los deseos (casi siempre expresada por políticos). Esta dicotomía ha sido particularmente visible en el análisis de los hechos de los últimos dos años en Ucrania y en alguna medida, también en Palestina. El 21 de febrero el secretario de la Marina de Estados Unidos Carlos del Toro, en una conferencia en el National Press Club afirmó que la Armada china tenía ventajas significativas sobre la estadounidense, entre ellas, una flota más grande y astilleros con una mayor capacidad. Del Toro considera que Estados Unidos debería modernizar y ampliar su flota para hacer frente a China, que “pretende acabar con el dominio estadounidense en los océanos de todo el mundo”, así mismo, reveló que el país asiático cuenta con unos 340 buques y avanza hacia una flota de 440 para 2030. Mientras tanto, la Armada estadounidense cuenta con menos de 300. Por ello imploró por el crecimiento de la Armada de su país, es decir por construir una flota más moderna a fin de poder hacer frente a la “amenaza china”. Pero el dato clave es que aseguró que los astilleros navales estadounidenses “no pueden competir con los chinos” y agregó que la realidad era que China tenía 13 astilleros y que solo uno de ellos tiene más capacidad que todos los estadounidenses juntos. Tratando de explicar esta situación, del Toro aludió a una serie de argumentos refutados en su mayoría por analistas del propio Estados Unidos. Uno de ellos, Blake Herzinger, investigador y experto en política de defensa en el Indo-Pacífico del Instituto Empresarial Estadounidense aseguró que es costumbre de los funcionarios estadounidenses culpar a China de sus frustraciones. Herzinger opinó que: “Esto parece desgraciadamente habitual, (es decir) que la dirección de la Marina tire piedras sobre defectos reales o imaginarios de la construcción naval china en lugar de tener en cuenta los fracasos de Estados Unidos durante dos décadas en cuanto a conceptualizar, diseñar y construir buques para su propia Armada”. Solo unos días más tarde, el 28 de febrero, un reporte elaborado por varias agencias informaba que las Fuerzas Armadas estadounidenses afrontaban una escasez de personal lo que exponía la posibilidad de abandonar el actual sistema de reclutamiento voluntario. Tanto el Ejército como la Armada y la Fuerza Aérea mostraban que en 2022 tuvieron el peor resultado de reclutamiento desde 1973 cuando cambiaron por completo del servicio de reclutamiento tradicional al de un Ejército contratado o, “voluntario”. Después de obtener un notable descenso que llevó de más de dos millones de reclutas en 1990 a 1,4 millones en 2001, se ha intentado mantener el número total en un nivel estable. El reporte indica que lo mismo está ocurriendo con los reservistas. Entre las causas de esta situación se expone la pérdida de confianza de la población en la capacidad de las fuerzas armadas para cumplir sus misiones. En este sentido, un estudio del Instituto Ronald Reagan realizado en 2021 indica que solo el 45% de la población estadounidense confía en las Fuerzas Armadas, lo que supone un 25% menos que en 2018. Pero hay otros factores, entre ellos, que las autoridades estadounidenses no se ocupan de los problemas más importantes. Así mismo, se aduce que el reclutamiento basado exclusivamente en contratos no ha dado solución al problema. No se observa a corto plazo una posible salida a la crisis lo cual genera preocupación en los altos mandos militares, toda vez que el Pentágono no está listo para reducir el número de la tropa. Para la institución armada, ha sido muy difícil constatar que tras 50 años desde el abandono del sistema de conscripción, los partidarios de su regreso han recibido un argumento de mucho peso. En la misma dinámica, Bloomberg —citando un escrito que el teniente general de la Fuerza Aérea Michael Schmidt preparó para la audiencia celebrada el 29 de marzo en el subcomité aéreo de la Comisión de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes- informó que solo la mitad de la flota estadounidense de cazas polivalentes de quinta generación F-35 Lightning II se considera apta para la realización de misiones de combate. La situación es grave cuando se está hablando del caza más moderno de la fuerza aérea de Estados Unidos introducido en el servicio apenas en 2015. El reporte da a conocer que durante el mes de febrero de este año “el promedio mensual de la capacidad combativa de los 540 F-35 en servicio fue solo del 53,1 %, muy por debajo de la meta del 65 %”, lo cual es clara manifestación de que dichos aviones no pueden realizar todas las misiones combativas que se le planteen limitándose en no pocos casos a vuelos de exhibición, pruebas y entrenamientos. Así mismo, el general Schmidt, sin informar las causas de tal situación, hizo saber que solo se contaba con menos del 30% de esos aviones para cumplir las misiones. Sin embargo, se ha sabido que existe una continuada carencia de repuestos para los permanentes fallos en los motores de los F 35, lo que obliga a que las aeronaves pasen largas temporadas en los talleres, afectando la capacidad combativa de las fuerzas armadas. Reafirmando la situación complicada de la institución militar de Estados Unidos, el general Mark Milley, quien en ese momento era jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, en una entrevista con el periodista Kevin Barón para Defense One, un portal estadounidense que ofrece noticias y análisis sobre temas de defensa y seguridad, reveló que la negativa estadounidense a proporcionar misiles tácticos ATACMS a Ucrania, además de ser una consideración a favor de evitar la escalada del conflicto, también obedecía a que “tenemos relativamente pocos ATACMS y tenemos que asegurarnos también de mantener nuestros propios inventarios de municiones”. Al respecto, Milley expresó a Defense One que la industria militar estadounidense se tardará “probablemente varios años” en reponer sus existencias y satisfacer las necesidades del Pentágono. Y esto será “muy caro” y no se realizará “por arte de magia en una noche”. En otro ámbito del mismo problema, el 12 de noviembre pasado, el periódico neoyorkino The Wall Street Journal informó que el ejército de Estados Unidos se enfrenta a la escasez de sistemas de defensa aérea y antimisiles Patriot. Las necesidades de Ucrania, de Israel y del propio Estados Unidos que está siendo atacado en sus bases en Asia Occidental han generado un inconveniente sin solución a corto plazo. A comienzos de noviembre, tras el agravamiento de la situación en Gaza, Washington envió 6 sistemas antiaéreos Patriot a Tel Aviv. Esta situación ha impedido que Estados Unidos pueda consolidar una adecuada dislocación de fuerzas y medios acorde a lo establecido en sus planes al conceptualizar el teatro de operaciones de Asia-Pacífico como el de mayor importancia estratégica. Durante años los militares estadounidenses solicitaron la dotación de mayor cantidad de sistemas antiaéreos, sin embargo, una y otra vez fueron desoídos. Ahora, en medio de la desesperación que los agobia, el presidente del subcomité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, Doug Lamborn, exigió el aumento de la financiación de la producción de los Patriot, subrayando que le preocupa “la capacidad (de Estados Unidos) de proporcionar defensa aérea en otras áreas”. Este sistema que cuesta unos 1.000 millones de dólares cada uno, son fabricados por Raytheon Technologies (RTX), que puede producir solo una docena de sistemas al año. Se ha informado que hay solo 60 Patriot disponibles alrededor del mundo y que su efectividad ha perdido credibilidad al haber sido una y otra vez burlados por los misiles yemeníes que atacaron objetivos en Arabia Saudí. Pero el problema de fondo es que ni este ni ningún sistema de defensa antiaérea que posea Occidente es efectivo contra la acción de los misiles hipersónicos en manos de Rusia, de China y recientemente también de Irán. Los misiles hipersónicos han venido a cambiar la ecuación estratégica en materia militar, transformando a los portaviones (el armamento ofensivo por excelencia en las últimas décadas) en lo que el analista brasileño Pepe Escobar ha denominado “costosísimas bañeras de hierro”. Un misil hipersónico vuela al menos a una velocidad de Mach 5 (un Mach= 1235 Km/ hora) y posee tecnología de auto guiado que hace imposible la intercepción por su alta maniobrabilidad durante el vuelo. Aunque este tipo de armas se remonta a varias décadas atrás, fue hasta finales de 2017 que comenzó a tener un funcionamiento eficaz. Pueden alcanzar una velocidad de Mach 25 (un poco más de 30 mil km/hora) y un alcance de 10.000 km. Rusia ya ha exhibido el Kinzhal (Mach 10), Avangard (Mach 25 ) y Tsirkon (Mach 8) y China el Dongfeng 17 (Mach 5). Recientemente, Irán ha dado a conocer el Fattah (Mach 5 y un alcance de 1400 Km.) lo cual lo pone a distancia para aniquilar la mayor parte de las bases estadounidenses en Asia Occidental incluyendo la base naval de la 5ta. Flota en Bahréin a menos de un minuto de vuelo del territorio iraní. Solo se necesitarían 11 misiles hipersónicos para hundir los 11 portaviones de Estados Unidos. Ello ocurriría en un lapso de entre 3 y 8 minutos de acuerdo al lugar del planeta donde se encuentren. En ese corto espacio de tiempo habrá desaparecido el poder naval de Estados Unidos para siempre. Así mismo, solo entre 2 y 5 minutos demorarían los misiles en llegar a París Londres, Berlín o New York. Por supuesto que eso no lo desea ningún ser humano racional, esperando que los líderes estadounidenses se incluyan entre esos “seres humanos racionales” porque las ciudades rusas y chinas no están desguarnecidas como Hiroshima y Nagasaki. Tal vez sea esta la razón por la que en una conferencia organizada por el Instituto Empresarial Estadounidense en Washington el pasado 28 de febrero, Christine Wormuth, secretaria del Ejército de Estados Unidos dijo que su país quiere evitar una guerra en Asia. No obstante, alertó sobre la urgencia de prepararse para luchar contra China. Wormuth afirmó que: “La mejor manera de evitar una guerra es demostrar a China y a los países de la región que realmente podemos ganar esa guerra”, asegurando que luchar contra China es solo una forma de “disuasión”. Como dijimos antes, Wormuth es política, expresa deseos, no realidades. Se necesita talante superior y mirada estratégica para entender “la guerra como continuación de la política”. Por eso, desde otra perspectiva, solo unos días después, el propio general Mark Milley pareció responderle a Wormuth. En la entrevista antes mencionada para el portal Defense One, el pasado 2 de abril, Milley sugirió “calmarse sobre la guerra con China” advirtiendo acerca de la retórica “recalentada” de una guerra inminente entre Estados Unidos y China. Milley afirmó que creía que había mucha retórica, que podría crear la percepción de que la guerra está a la vuelta de la esquina o que estamos al borde de una guerra con China. El pasado 14 de diciembre, un día después de escribir la primera parte de este trabajo, se dio a conocer que el Senado de Estados Unidos aprobó el proyecto de Ley de Autorización de Defensa Nacional (NDAA, por sus siglas en inglés), instrumento que establece los gastos y políticas del Departamento de Defensa del país, facultando al Pentágono un gasto récord de 886 mil millones de dólares para el año fiscal 2024. Ahora, la iniciativa será considerada por la Cámara de Representantes. El documento, contempla erogaciones como la compra de buques, municiones y aviones, así como ayuda militar a Ucrania y medidas encaminadas a contrarrestar la influencia de China en el Pacífico. No obstante, esta cifra es falsa pues en realidad, es mucho mayor. Durante décadas, investigadores independientes han afirmado que el gasto militar real de Estados Unidos es aproximadamente el doble del oficialmente reconocido. En 2022, el gasto militar real de Estados Unidos alcanzó los 1,537 billones de dólares, duplicando el que se informó públicamente de 877 mil millones de dólares. Estos datos son informadas a partir de cifras de la Oficina de Administración y Presupuesto de Estados Unidos (OMB). Pero ellas encaran una trampa porque adolecen de dos deficiencias importantes. En primer lugar, las cifras proporcionadas por la OMB con respecto al “gasto de defensa” son sustancialmente más bajas que las proporcionadas en las Cuentas Nacionales de Ingreso y Producto (NIPA) de Estados Unidos, la fuente más completa y definitiva sobre el ingreso y el gasto nacional del país al punto que es la base total de análisis de la economía estadounidense. En segundo lugar, como es bien sabido, áreas clave del gasto militar estadounidense están incluidas en otras partes del gasto federal y no entran en la categoría de “gasto de defensa” de la OMB. A ese monto habría que agregar los gastos espaciales federales, y el total real de las subvenciones a países extranjeros. También se debe considerar el seguro médico militar (que consiste en pagos por servicios médicos para dependientes del personal militar en servicio activo en instalaciones no militares). Según un estudio para la revista Monthly Review de Gisela Cernadas, economista de la Universidad Nacional de La Plata en Argentina y John Bellamy Foster, profesor emérito de sociología en la Universidad de Oregon en Estados Unidos, estas cifras deberían incluir además, beneficios, seguro de vida y otros costos para veteranos, seguro médico militar, partes militares del espacio, gastos, subvenciones en ayuda a otros gobiernos y la proporción de intereses netos atribuidos a los gastos militares federales reales. En cualquier caso, el gasto militar informado de Estados Unidos es tres veces superior al de China (292 mil millones de dólares) y 10 veces el de Rusia (86.4 mil millones de dólares). De hecho, el gasto militar de Estados Unidos es casi igual al de los 10 países que lo siguen en la tabla, incluyendo Rusia, China e India, sus aliados en la OTAN, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia además de Japón, Corea del Sur y Ucrania. Habida cuenta los datos que mencioné en la primera parte de este trabajo, no es el gasto lo que mide la eficiencia de las fuerzas armadas en el planeta. En el caso de Estados Unidos, tal situación tiene además otra mirada, si se considera que la fabricación de armamento es el principal componente de su alicaída economía. De esta forma, la elevación de su gasto militar y las presiones para que sus aliados lo imiten, está directamente relacionado con la necesidad de salvaguardar el potencial económico y la estabilidad del país. De manera tal que hacer la guerra o generar conflictos responden a una necesidad vital de la nación norteamericana. La paz es considerada una enemiga de su economía. Así se desprende de las declaraciones de James O’Brien subsecretario de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos durante una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado sobre la financiación a Ucrania, quien admitió que el conflicto armado en ese país, apunta en tal sentido. O´Brien manifestó que: “La batalla por Ucrania también nos permite revitalizar nuestra propia base industrial. Estamos creando nuevas tecnologías energéticas y poniéndolas en práctica en todo el mundo. Estamos construyendo nuevas tecnologías de defensa”. Esta declaración coincide con las informaciones que dan cuenta que los pedidos militares para Ucrania han incrementado los ingresos de los principales contratistas de defensa estadounidenses, como Lockheed Martin, General Dynamics, Raytheon Technologies Corporation (RTX), Boeing, y Northrop Grumman entre otros. Fue el propio presidente Joe Biden quien vino a corroborar la apreciación de O´Brien. Al instar al Congreso a aprobar un presupuesto de ayuda bélica para Ucrania e Israel, el presidente utilizó el mismo argumento de su funcionario develando lo que hasta el momento era un “secreto” en el país: la dependencia significativa de su economía a partir de las guerras. Al respecto, Biden incluso fue más explícito que O´Brien: “Enviamos equipo a Ucrania que está en nuestros arsenales. Y cuando usamos el dinero aprobado por el Congreso, lo usamos para reabastecer nuestras propias reservas, nuestros arsenales, con nuevo equipo. Equipo que defiende a Estados Unidos y está hecho en Estados Unidos”. Y detalló: “…misiles Patriot para baterías antiaéreas hechos en Arizona; municiones de artillería fabricadas en 12 estados a través del país (incluyendo) Pensilvania, Ohio, Texas”. Por su parte, el Wall Street Journal recoge las declaraciones de Jason Aiken, ejecutivo financiero en jefe de General Dynamics, quien comentó que la guerra de Ucrania ya había elevado la demanda por los productos de la empresa. Aiken apuntó que creía “que la situación israelí solo impondrá aún más presión hacia arriba sobre esa demanda”. De la misma manera, William D. Hartung, investigador senior y especialista en el complejo industrial militar en el Instituto Quincy en Washington, explicó que las mayores contratistas militares del país “no existirían sin un flujo constante de financiamiento desde el Pentágono”. Y para que no haya dudas, puso el ejemplo de Lockheed Martin que recibe un 73% de sus ingresos de ventas a través de contratos con el gobierno de Estados Unidos. Remató su idea afirmando que estas, no eran empresas capitalistas en el sentido tradicional. De esta manera quedó expuesto con expresa autenticidad el vínculo macabro entre guerra y economía que sustenta la existencia de Estados Unidos en su devenir cotidiano. Aunque, también necesita demostrar liderazgo para mantener su hegemonía. En este sentido, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, aseguró que los problemas de la actualidad no harán sino “agravarse” sin un liderazgo estadounidense “fuerte y firme”. Austin, quien tras retirarse del servicio activo en las fuerzas armadas en 2016 pasó a formar parte de la junta directiva de Raytheon Technologies, Nucor y Tenet Healthcare, con regularidad emite opiniones orientadas a elevar las ventas del Complejo Militar Industrial. Es así, que el pasado 2 de diciembre durante su intervención en el Foro de Defensa Nacional Reagan en California, afirmó que “solo un país en la Tierra puede ofrecer el tipo de liderazgo que exige este momento”. Ese país, según él, es Estados Unidos. Este fue el contexto en el que Austin lanzó lo que denominó “el esfuerzo de modernización (de las fuerzas armadas) más ambicioso en casi 40 años”, consistente en una inversión de unos 50 mil millones de dólares en la base industrial de defensa. Esto, según él, le dará al país norteamericano una “última ventaja estratégica que ningún competidor puede igualar”. Pero, como ya va siendo habitual entre los líderes políticos de Washington, este anuncio no se podía hacer sin la retórica que caracteriza a la nación imperial desde su propio nacimiento: “El Ejército estadounidense es la fuerza de combate más letal de la historia de la humanidad. Y vamos a seguir así. No debemos dar a nuestros amigos, rivales o enemigos ninguna razón para dudar de la determinación de Estados Unidos”. Por supuesto, Austin habla ahora como funcionario público y empleado de las grandes contratistas militares. El dinero le hizo olvidar sus “cualidades militares” y ahora manifiesta deseos que la realidad se encarga de desmentir. Un solo misil hipersónico ruso puede echar abajo sus sueños de grandeza. El documento señala la imposibilidad de la base industrial estadounidense para satisfacer las demandas a la velocidad y escala necesarias. Agrega que tampoco podrían responder “ante un conflicto moderno a la velocidad, escala y flexibilidad requeridas para cumplir con las exigencias dinámicas de un conflicto de mayor envergadura”. Ucrania está a la vista. El informe expone la imposibilidad (del CMI) de fabricar el armamento que se le solicita con la rapidez deseada lo cual estaría provocando un desajuste representativo de “un riesgo estratégico” para Estados Unidos en la medida que el país se involucra en un cada vez mayor número de conflictos, en particular en el “Indo-Pacífico”. Según el estudio, la operación militar rusa en Ucrania y el conflicto entre Israel y el movimiento palestino Hamás “pusieron al descubierto un conjunto diferente de demandas industriales con los riesgos correspondientes”, lo que ha dejado claro que las insuficientes capacidades de producción y provisión son ahora problemas profundamente arraigados en todos los niveles de las cadenas de suministro de la producción. En lo que va de siglo, las fuerzas armadas de Estados Unidos se han involucrado en varias guerras, las han perdido todas a pesar que hasta el conflicto en Ucrania no se había puesto a prueba su potencial militar. Avasalladoras intervenciones en Irak, Afganistán, Siria, Somalia y Libia se han sellado con derrotas, destrucción de países e interminables presencias militares injerencistas que desgastaron a Washington sin que haya podido obtener tangibles resultados que le aporten éxitos estratégicos. En todos los casos, Estados Unidos arrastró a sus aliados a enfrentarse con países del sur, con un bajo nivel de desarrollo y economías limitadas. No obstante a eso, una leve mirada de conjunto da cuenta que ni en Asia Central, ni en Asia Occidental, tampoco en África han obtenido victorias palpables que hayan podido cambiar a su favor, la correlación de fuerzas mundial. Pero cuando Washington lanzó a la OTAN contra Rusia utilizando a Ucrania para ello, se hizo ostensible su incapacidad de obtener victorias estratégicas. Al contrario, su economía se ha debilitado aún más, su capacidad de maniobra diplomática se ha limitado, el potencial de generar seguridad y confianza en sus aliados ha menguado y sus instrumentos habituales de presión: el chantaje, la amenaza, la prepotencia y la intimidación han perdido eficacia ante la decisión cada vez mayor de los pueblos de seguir un camino distinto. Todo el potencial militar de Estados Unidos —que como se ha demostrado en este trabajo- sigue siendo enorme, no basta para emprender una guerra de grandes proporciones y triunfar en ella. Esta ecuación que avanza bajo la sombra que dan los misiles hipersónicos y que cierne sobre Estados Unidos el fantasma de su destrucción total en caso de desatar una guerra atómica, podría ser un instrumento poderoso que conduzca a los decisores en Washington a desistir de la suposición de que es posible obtener una victoria estratégica que certifique aquello de que la “historia había terminado” con el dominio absoluto del capitalismo y de Estados Unidos en este planeta. Eso ya no será posible. |
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