Presentamos a continuación una entrevista al autor y al ilustrador de la nueva novela "La rosa que engalana" publicada por Acercándonos Ediciones, una propuesta novedosa en la que dos artistas colaboran para hacer un libro que es en sí una obra de arte.
— Andrés, ¿en algún momento sentiste que ya habías llegado a un estilo propio como artista plástico, a una madurez profesional?
— ¡¡Cuando eso pase te aviso!! No, no creo que se llegue a eso, sí confié siempre en que si se pinta con las tripas, esa esencia queda impregnada en la obra. Esa “baba del caracol” de la que hablaba Bacon es requisito indispensable para la honestidad de lo concretado.
— Y vos Daniel, ¿sentís que has llegado a tu madurez como escritor?
— Tal vez no, pero en cierto sentido sí. Es decir, yo tengo muchos más años que Andrés, por lo tanto le llevo todo ese tiempo de ventaja en el trabajo artístico. A mi edad creo que es indispensable, o al menos necesario, sentir que estás hablando con un lenguaje propio. Espero que el tiempo y el trabajo sigan acrecentando y puliendo ese lenguaje, hasta ahora es lo que ha sucedido, y me ha llevado decenios.
— Andrés, ¿por qué un artista plástico decide ilustrar una novela?
— El oficio del “ilustrador” es muy distinto al del artista plástico. La ilustración se adentra en el universo planteado por el escritor y sirve como lupa para mostrar aspectos no dichos en las palabras. Los recursos plásticos en ese caso son herramientas para plasmar ese adentrarse en la esencia. En este caso en especial porque me gusta la escritura de Daniel, y eso ya es un motivo válido, porque me sugiere, o como se dice habitualmente, me inspira.
— Y vos Daniel, ¿qué te lleva a querer que tu obra, hecha de palabras, también esté representada en imágenes?
— En primer lugar porque admiro a Andrés y a su trabajo. Sus pinturas y dibujos son tan sugerentes como mil palabras. Por otra parte, pensé que si a mí me gustaba tener en mis manos un libro ilustrado, tanto ahora como cuando era niño, seguramente le gustaría también a cualquier persona. Una novela ilustrada son dos novelas, dos mundos que fingen ser el mismo y que despliegan universos paralelos y no necesariamente idénticos. Cuando leo una novela ilustrada espío las páginas con las ilustraciones aún antes de llegar a ellas con la lectura, y cuando comparo la imagen con el texto, me regocijo pidiéndole a mi imaginación que confronte lo que ella había montado en la mente, con la interpretación del ilustrador.
— Andrés, ¿para vos cuál es el disparador para empezar a interpretar un texto?
— Es un proceso constante, desde la primer palabra las imágenes luchan por concretarse, se va salvando lo que se puede de esa tormenta imparable de posibles ilustraciones. Toda decisión por un enfoque implica la desintegración de todos los otros posibles mundos. Es como deshojar hacia el núcleo existencial de la ficción.
— Daniel, ¿vos empezás una novela con toda la historia en tu cabeza? ¿Sabés cómo va a terminar?
— Para nada, sólo sé cómo va a empezar, y tengo alguna idea de lo que puede suceder a continuación, o mejor dicho lo que yo querría que sucediese. Una novela es un viaje sin retorno al inconsciente, y nunca sabemos bien cuáles van a ser los caminos ni mucho menos los lugares donde vamos a hacer puerto. En mi caso, lo que comprobado, aún sin proponérmelo conscientemente, es que en todas mis novelas, en un cierto momento, la historia argentina hace su aparición desmesurada y trágica y arrasa con todo, redefiniendo y dando nueva explicación a lo que hasta ese momento era sólo producto de la imaginación.
— Andrés, ¿para vos La rosa que engalana encierra algún secreto que está cifrado en tus ilustraciones?
— Ese secreto no tiene un significado único, es el infinito juego de reflejos en la reinterpretación que cada lector hace de esas manchas, que son ventanas al insondable “no dicho” de la novela. Creo que lo más interesante, justamente, es lo no dicho. Algo semejante sucede con las ilustraciones, y paradójicamente eso no dicho se hace imagen, palabra, pensamiento. Entonces se vuelve dicho, pero en la mente del lector, del observador.
— Y para vos Daniel, ¿hay secretos escondidos en esta novela, claves cifradas?
— Seguramente, innumerables. Los escritores siempre estamos escondiendo cosas, escribimos para eso. Nadie lo va a saber nunca, ni siquiera lo podría adivinar, pero en cada personaje hay una o varias personas ensambladas con un proceso frankensteniano que es el elixir de la creación novelesca. Igual pasa con las situaciones e historias, a granel. Eso no quiere decir que no haya nada inventado, todo es inventado. Porque usar la fisonomía de una vecina del barrio no quiere decir que a esa vecina en la realidad la hayan secuestrado y la hayan llevado a otro planeta. Cuando se superponen las invenciones es cuando se desata la creación propiamente dicha, y allí se mezclan rostros, cuerpos, recuerdos de la infancia, deseos nunca dichos, sueños. Es lo que el común de la gente suele llamar “inspiración”, y que en cambio es ejercicio, perseverancia, voluntad y trabajo.
— Andrés, ¿hay algo en tus dibujos que quiera hablarle al lector, o en tu caso, al observador?
— Todo, sin la menor duda. Cada trazo, cada matiz, cada claroscuro son un intento, una apelación al observador. En el caso de La rosa que engalana están vinculados al contenido de la novela, sin duda, pero en un cierto sentido tengo una ventaja sobre la palabra escrita: las imágenes hablan, y lo hacen de manera diferente a cada uno, porque no usan palabras. Cuando el observador se pregunta ¿qué quiso decir? se va a encontrar con infinitas respuestas, la mayoría de las cuales tal vez ni fueron pensadas por mí, pero están allí, en el dibujo.
— Daniel, para vos es distinto, porque no tenés dibujos en qué inspirarte, sino que la historia, o las historias, deben nacer de tu mente. ¿Cuesta mucho poner en palabras las ideas?
— Cuando has pasado la vida escribiendo no, no cuesta. Las palabras son como mis cómplices, me ayudan, acuden a mi llamado. Cuando estoy escribiendo, en especial una novela, porque también escribo poesía y teatro, me impongo una rutina de trabajo que es infalible. Es muy simple, consiste en destinar días y horas para la escritura, eso no falla, porque al sentarme a escribir simplemente escribo, es como si me dictaran. Tengo que estar en silencio, tranquilo, cómodo, etc., las habituales manías que impone la neurosis del escritor. Como una novela es una vida paralela, en el sueño seguramente he resuelto situaciones y he comprendido el rumbo de los personajes, entonces sólo queda transcribirlos al papel. Tal vez por eso me gusta tanto escribir novelas, porque mientras estoy en ese proceso, que puede durar años, vivo en dos mundos, uno el que llamamos realidad cotidiana, y el otro, ése donde todo es posible y soy muy semejante a un dios, que es la ficción.
— Ha llegado el momento de hablar un poco de La rosa que engalana, de darle su espacio, para que todos sepan de qué va esta novela cuyo título nos trae un verso de El día que me quieras, de Gardel y Le Pera. Para eso vamos a dejar que Daniel Fermani nos cuente algo.
— La rosa que engalana es el apodo que le pone una tía bisabuela a la protagonista, una niña tal vez poco amada que en su adultez se va a convertir en una neurótica asesina. Cuando comienza la historia, Marzia —ése es el nombre del personaje principal, es una mujer madura que vive sola en un departamento en el centro de Mendoza, y se obsesiona con una pareja que hace el amor en el piso de abajo. Ella los escucha todas las noches. Ése es el punto de partida para el relato de su historia, una historia de amores terminados en crímenes, y el motivo de que inicie una relación sexual con el administrador del edificio con la finalidad de que le proporcione los planos de todos los departamentos. Pero su plan inicial va cambiando cuando estos planos le revelan que debajo del edificio hay una red ignota y abandonada de intrincados subterráneos. Cuando logra convencer a su amante de que le abra la puerta para inspeccionar esos sótanos, comenzará un viaje alucinante por corredores y salas donde se va a enfrentar con escenas de su propia vida que le van a ir revelando los secretos de su familia y de su misma existencia. En uno de estos viajes, que a veces parecieran lúcidos, y otras veces podrían ser inducidos por sustancias alucinógenas, Marzia va a encontrar un paquete de cartas de su madre, en las cuales toda la historia de su familia es relatada desde otro punto de vista, y por lo tanto de manera muy diferente. Con este rompecabezas en sus manos, Marzia va a necesitar sólo las piezas finales que la lleven a la comprensión de la verdad, que tal vez esté íntimamente vinculada con la historia argentina, y sobre todo con su propia existencia.
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