Los cuatro niveles de análisis del conflicto israelí-palestino
Sergio Rodriguez Gelfenstein
Compartimos un excelente informe del analista internacional venezolano



Como todo evento que ocurre en el mundo comunicado e interconectado de hoy, el recrudecimiento del conflicto de Israel contra Palestina tiene repercusiones en todos los niveles. Así hay que entenderlo y así hay que estudiarlo.

En primer lugar, este es, por supuesto, un conflicto local que enfrenta a un país ocupante contra otro que se ha visto obligado a reaccionar ante la usurpación de su territorio por vía de la fuerza. Este nivel de análisis aporta el mayor centrimetraje en los medios escritos y la mayor cantidad de tiempo en los audiovisuales.

Las grandes transnacionales de la comunicación solo piensan en las noticias como mercancía y en esa medida, como negocio. Ajenos a cualquier escrúpulo, apuntan a generar opinión en favor de aquellos que son sus aliados, generalmente vinculados al gran capital internacional. También en esa medida, se “informa” sin importar la verdad, sino pensando en favor de los intereses imperiales ocultando que fueron estos los que generaron el conflicto. Eso ya lo sabemos. Así es en todo momento y en todo el planeta.

Nadie, con excepción de Estados Unidos – cuya economía es subsidiaria de la guerra y el conflicto a través del complejo militar industrial – puede ser favorable a ella. Solo quien ha estado en la guerra sabe que en la misma se desatan los peores instintos del ser humano: la necesidad de sobrevivir conduce a la necesidad de matar y eso es antinatural. El ser humano no es asesino por naturaleza.

Tampoco nadie está de acuerdo con el terrorismo, algunos lo rechazamos por convicción y por principios. Así mismo, nadie puede estar en contra de la auto defensa y el derecho a la vida que es el más sagrado de todos los derechos, sin él, todos los demás son insustanciales y no tienen sentido de existir.

De esta manera, en el conflicto actual en Palestina – como en Ucrania– es trascendental saber cuando y cómo comenzó. En Ucrania, la guerra no empezó en febrero de 2022 cuando Rusia inició su operación militar especial, sino en febrero de 2014 cuando Occidente – y en particular Estados Unidos– orquestó, organizó y financió un golpe de Estado para derrocar al gobierno constitucional. Así, se crearon la condiciones para la irrupción de organizaciones nazi fascistas que desataron el terrorismo contra las minorías que habitan ese país.

Igualmente, el conflicto en Palestino no comenzó el pasado domingo cuando el Hamás palestino lanzó una andanada de varios miles de misiles contra el territorio ocupado por el Estado de Israel, sino en 1948 cuando – precisamente– comenzó la ocupación y no se cumplieron los acuerdos de la ONU que obligaban a crear dos Estados en ese territorio.

En uno y otro caso, después de violentar la situación preexistente en 2014 y 1948 respectivamente, todo pasó a ser posible en términos de devastación y muerte. La guerra, que es un fenómeno bárbaro hizo su irrupción con toda sus secuela de destrucción y salvajismo.

Nosotros, los venezolanos lo sabemos muy bien. Desde el mismo nacimiento de nuestro país en 1811 conocimos la barbarie europea que violentó por tres siglos el territorio de los que los pueblos originarios llaman el Abya Yala. Muy temprano en la guerra, en 1813 el Libertador Simón Bolívar se vio obligado a emitir el Decreto de Guerra a Muerte. Los “pacifistas” de ahora, tras leer ese documento, no dudarían en decir que Bolívar era un terrorista e intentarían juzgarlo por violación a los derechos humanos, pero ese documento permitió crear el soporte legal para desarrollar la guerra de independencia que finalmente concluyó con la derrota de los también usurpadores y ocupantes europeos en 1824 tras la Batalla de Ayacucho.

Vale decir que la guerra de independencia en Venezuela alcanzó grados de terror, barbarie, crueldad y ferocidad que no tuvo parangón en ninguna otra región de América. Aquí se violentaron – de parte y parte– todos los principios que modernamente regulan el derecho humanitario.

Antes de Ayacucho, Bolívar y el general español Pablo Morillo, máximo jefe de las fuerzas expedicionarias monárquicas en Venezuela se avinieron a negociar un tratado para regularizar la guerra. Ese acuerdo suscrito en noviembre de 1820 en el poblado de Santa Ana, en el actual estado Trujillo, es el primer documento referido al derecho internacional humanitario de la guerra firmado en América Latina. Comienza diciendo: “La guerra se hará como la hacen los pueblos civilizados”. Todo un contrasentido, pero señala la voluntad de las partes de resolver aspectos que se alejaban de la ejecutoria estrictamente militar y que terminaban afectando a terceros, en algunos casos, ajenos al conflicto.

Dicho documento establece parámetros estrictos relativos al tratamiento de la población civil, de los heridos, el respeto a los restos de los soldados muertos en combate y la forma de asistir a los combatientes enemigos capturados, entre otros.

De manera que si hay alguien que sabe guerrear y vencer, incluso de forma feroz si el enemigo nos lo impone, que sabe negociar y respetar al contrincante y que sabe vivir y amar la paz porque conocemos la barbarie de la guerra, somos los venezolanos. Tenemos una herencia que nos legó el Libertador y somos fieles a ella.

Aquellos pacifistas modernos, sin duda habrían juzgado al Libertador, no habrían participado ni apoyado la guerra. Sufriríamos hoy, la desgracia de ser españoles todavía. Nadie quiere la guerra, pero hay que entender que el amor por la Patria, el apego a la tierra donde nacimos o donde nos criamos, es más fuerte que el más fuerte dolor que produce la confrontación bélica. Nadie desea la muerte de civiles, pero si hacemos un paralelo entre la guerra de independencia de América, el conflicto palestino-israelí y la guerra en Ucrania, vamos a encontrar un factor común: los intereses coloniales e imperiales de avasallamiento, dominio y control para expandir su riqueza sin importar los intereses de los pueblos.

Para los colonialistas e imperialistas no interesan los instrumentos que se usen, tampoco que sus intereses imperiales signifiquen el exterminio de millones de seres humanos. Poco le importaban a España, los centenares de millones de personas asesinadas. Poco le importó a las potencias entregar un territorio a los sionistas para que se instalaran en él por vía de la fuerza aniquilando a millones de palestinos. Poco le importa a Estados Unidos y a la OTAN que jóvenes ucranianos pierdan su vida en una guerra que no pueden ganar y que solo aporta beneficios a las empresas estadounidenses que han aumentado sus ganancias vendiendo armas, petróleo y gas.

No existe un terrorismo bueno y uno malo. Veamos lo que ha hecho Estados Unidos creando organizaciones terroristas como Al Qaeda, ISIS y Boko Haram, entre otras a las cuales apoya, arma y financia solo porque sus acciones coinciden con sus intereses imperiales.

Es bueno seguir la noticia, pero como dije hace poco, es más importante conocer las causas y los orígenes de los hechos. Conocer eso, nos lleva a saber qué fines se ocultan tras ellos y qué intereses están en juego.

El derecho a la rebelión está consagrado en las constituciones de la mayoría de los países del mundo. Es tan antiguo como la existencia de la opresión de unos sobre otros. Desde Platón y Santo Tomás de Aquino hasta la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, este derecho ha sido aceptado a través de la historia.

Entonces, se trata de reconocer la legitimidad de un pueblo que se rebela. El problema de los instrumentos con que lo hace es otra cosa y no puede ser que el patrón establecido por Estados Unidos, que exterminó a sus pueblos originarios, que lanzó dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, que estableció y apoyó a gobiernos sátrapas y asesinos de sus pueblos en todo el mundo, que permitió, teniendo conocimiento de antemano, que su pueblo fuera víctima de un horrible atentado terrorista el 11 de septiembre de 2001, que teniendo todos los recursos hizo nada y poco para evitar que la pandemia matara a más de un millón de sus ciudadanos, sea el que establezca quien es terrorista y quien no.

Es muy difícil escribir manteniendo la ecuanimidad cuando se asiste a un genocidio que el mundo se limita a observar porque los organismos internacionales, la ONU en primer lugar que fue creada para garantizar la paz en el planeta, manifiesta total inoperancia. Si había dudas acerca de ello, hoy se ha hecho público y evidente. Es imperativo que el mundo cambie y que surja un nuevo sistema internacional justo, equitativo y democrático. Los hechos son testigos de que aquello que se ha dado en llamar “Occidente colectivo” va a quedar fuera del mundo del futuro.

En este marco, y dando continuidad al examen, ahora se abordará un espectro un poco más amplio que expone otra arista del mismo, a saber las repercusiones subregionales y regionales de este suceso que ha movilizado al planeta entero y las influencias que ellas generan.

Antes, debo decir que no creo que — parafraseando a Saddam Hussein– sea esta “la madre de todas las batallas”. Me parece que los hechos iniciados el pasado 7 de octubre, son un “tanteo” para futuras operaciones de un nivel superior. Dicho en otras palabras, todo lo que ha ocurrido desde ese día de la semana pasada es parte de un combate para diseñar escenarios y hacer preparativos para la batalla final que será aquella en la que una coalición de países árabes y musulmanes, se propongan actuar unidos para derrotar a Israel, liberar a Palestina, recuperar Jerusalén oriental y las alturas del Golán.

Ese momento aún no ha llegado. Lo afirmó el canciller iraní Hosein Amir Abdolahian cuando dijo que “la resistencia decide sobre la hora cero para cualquier acción en caso de continuación de los crímenes de Israel contra Gaza”.

Desde mi punto de vista, aun no existen todas las condiciones para librar esa batalla, las mismas deben crearse en los cuatro niveles. De hecho, la operación “Diluvio de Al Aqsa” fue planificada, organizada y realizada en total secreto, al punto que no fue conocida ni siquiera por los aliados internos ni externos de Hamas. Siendo que esta causa es de todos los palestinos e incluso de todos los árabes y musulmanes, la misma no ha sido, ni de lejos, una acción de toda las fuerzas palestinas, tampoco del eje de la resistencia. Estas se han limitado a “felicitar” a Hamas, sin involucrarse en ella, sino hasta después de conocer el alcance de la misma.

Me da la impresión que en el nivel interno, las fuerzas palestinas no están unidas aun para enfrentar al enemigo común. Aunque en enero de 2022, cinco de ellas: Hamas, Al Fatah, el Frente Democrático de Liberación de Palestina (FDLP), el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) y la Yihad Islámica se reunieron en Argel buscando dirimir sus diferencias y unir fuerzas, el proceso iniciado no ha concluido. Unos meses más tarde, en octubre del año pasado, también en Argelia, fueron 14 las organizaciones palestinas que firmaron un acuerdo de reconciliación. Entre los puntos convenidos estaba la celebración de elecciones este año, lo cual no se ha concretado.

Israel por su parte, ha apostado a la división de las fuerzas políticas palestinas. El trato hacia Cisjordania no ha sido el mismo que hacia Gaza. Sin ambages, en declaraciones que hubieran hecho sonrojar al propio Hitler, algunos líderes sionistas como el primer ministro Netanyahu ha dicho que se debe implementar un “asedio total” a Gaza o, que al menos sea “más pequeña cuando termine la guerra” como afirmó el ministro Gideon Saar. Así, puede observarse que en el mundo de hoy, los genocidios son informados de antemano a la opinión pública y transmitidos en vivo y en directo por la morbosa mediática internacional.

En la otra trinchera, el Estado de Israel intenta transmitir unidad frente al “enemigo común”. De hecho las fuerzas que llevan meses en la calle protestando contra el autoritarismo de Netanyahu han anunciado el cese de sus actividades. Esto ha sido aprovechado por el primer ministro sionista para llamar a la creación de un gobierno de unidad nacional. Sin embargo, Yair Lapid, uno de los líderes de la oposición se ha negado a formar parte, aduciendo que no puede estar en el mismo bando con la ultra derecha. Aunque sea difícil de entender, en Israel, Netanyahu es considerado un político de la derecha moderada, que se ha visto obligado a hacer acuerdos con partidos de la extrema derecha y del partido sionista religioso ultra conservador a fin de construir una alianza de gobierno.

En otro plano, el mediático, el periódico Haaretz, cuarto en importancia del país, rompiendo la unidad comunicacional ha emitido editoriales con fuertes críticas a Netanyahu a quien responsabiliza de los actuales acontecimientos.

A futuro, estarán por verse las repercusiones que tendrán al interior de Israel, el fracaso de sus servicios de inteligencia, el bochorno de su ejército incapaz de contener a las milicias palestinas y el impacto de miles de jóvenes que han abandonado el país en los últimos años muchos de los cuales lo hicieron para evitar servir en el ejército. La famosa unidad nacional ha quedado en entredicho dando la impresión de que costará restablecerla.

Hace exactamente un año, el 19 de octubre, escribí un artículo que titulé “Algo huele mal en Israel”. En él se hacía referencia a las declaraciones del mayor general Uri Gordin nuevo jefe del comando norte del ejército israelí, quien un mes antes había alertado “en el sentido de que Hezbollah podría disparar hasta 4.000 misiles contra Israel en los primeros días de un potencial conflicto bélico que podría desatarse. Según el alto jefe militar esto significa unas 10 veces más que los utilizados en la guerra de 2006 y aseguró que la organización libanesa podía ir incrementando la cifra a razón de 1.500 a 2.000 diarios”.

Intentando matizar la información, Gordin afirmó que “el número de misiles de alta precisión de Hezbollah es relativamente pequeño, pero son suficientes para que instalaciones estratégicas civiles y militares, así como altos líderes del país estén entre los blancos a atacar”. Agregando preocupación a su análisis, opinó que “Israel no está preparado para interceptar tal cantidad de misiles por los que el número de víctimas podría ser muy alto. Señaló que las ciudades de Haifa y Tiberíades estarían entre los objetivos de Hezbollah”.

He ahí la realidad, Israel no esperaba el golpe desde el sur sino desde el norte y aunque previó el potencial del impacto misilístico, aquello que hace un año era una hipótesis, hoy se hizo realidad con los resultados observados. La conclusión es clara: Israel no tiene capacidad para enfrentar simultáneamente a las organizaciones palestinas, al Hezbollah libanés, al ejército sirio, a los más de 30 mil combatientes iraquíes de la resistencia que se pusieron en alerta de combate el 7 de octubre, a la gran capacidad coheteril de Yemen, al gigantesco potencial militar de Irán, por no hablar de los 2 millones de palestinos que viven en Jordania y el fervor patriótico de millones de árabes y palestinos en Asia Occidental y en todo el mundo.

Ni siquiera con el apoyo de Europa y de Estados Unidos, Israel podrá resistir una avalancha de esa magnitud. Es lo que quiere evitar Biden. Por eso viajó hoy a Israel, después que durante la semana pasada su secretario de Estado Anthony Blinken viajara infructuosamente dos veces a Tel Aviv. Vale decir que Israel, al igual que Ucrania, basa su capacidad de combatir en el apoyo de Occidente, en particular el de Estados Unidos. Lo dijo abiertamente el contraalmirante Daniel Hagari, portavoz del ejército de Israel: “Si Hezbolá se atreve a ponernos a prueba, la respuesta será mortal. Estados Unidos nos presta todo su apoyo”. Lo reiteró el presidente Joe Biden cuando desde Tel Aviv anunciara que Washington apoyará a la entidad sionista “hoy, mañana y siempre”. Todo eso, un día después del ataque al hospital en Gaza que dejó centenares de muertos.

Ese apoyo también ha significado tres vetos estadounidenses a resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Una de ellas, propuesta por Brasil, aunque bastante tibia, convocaba a hacer “pausas humanitarias” en medio del genocidio de Gaza. Las otras dos, en forma de enmiendas, fueron propuestas por Rusia. En la primera de ellas se “condenaban los bombardeos indiscriminados” mientras que la segunda instaba “a un alto al fuego inmediato, estable y plenamente respetado”. Una vez más Estados Unidos favoreció el terrorismo mientras que la ONU mostró su incapacidad para evitarlo.

El segundo y tercer nivel de análisis tienen que ver precisamente con el impacto subregional y regional que en este caso me parece decisivo. De su involucramiento o no en los hechos, va a depender una definición estratégica del conflicto. Está visto que los palestinos por si solos no tienen capacidad para establecer una correlación de fuerza militar que rompa el equilibrio en su favor. Si algo ha potenciado la lucha del pueblo palestino ha sido la fortaleza y la evolución de la capacidad combativa del eje de la resistencia liderado por Irán.

Por otra parte, el sostén irrestricto de Israel por Estados Unidos y Europa define con meridiana claridad que este hecho sumado a la resistencia anticolonial que están manifestando los pueblos de África y los acontecimientos en Ucrania, permite afirmar sin ningún atisbo de duda que eso que el “Occidente colectivo” configura hoy un bloque nazisionista, imperialista y colonialista. Este es hoy el enemigo de la humanidad.

La construcción de correlaciones de fuerza para enfrentar los conflictos del presente y del futuro deberán ubicar a este bloque como el enemigo principal de los pueblos, el enemigo de la humanidad.

En esta situación, el quiebre del equilibrio estratégico solo se producirá a favor del pueblo palestino, si se consigue el involucramiento —en primera instancia– del eje de la resistencia y en un segundo plano de todo el mundo árabe y musulmán. Eso aún no se ha logrado.

Al contrario, Estados Unidos había obtenido algunos éxitos en este sentido al impulsar un reconocimiento de Israel por parte de algunos países árabes tras la firma en septiembre de 2020 de los Acuerdos de Abraham” entre Tel Aviv y los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, al que posteriormente se incorporaron Sudán y Marruecos.

Así mismo, las negociaciones entre Arabia Saudí e Israel para el establecimiento de relaciones se encontraban bastante avanzadas. La operación “Diluvio de Al Aqsa” paralizó estos convenios. Ahora se trata de saber si será de forma transitoria o definitiva.

Todo el desarrollo de esta ecuación influirá en el camino futuro del pueblo palestino. No obstante, debe tenerse en cuenta que la definición no estará ajena de los cambios trascedentes que se están produciendo en el escenario internacional. Por ello, habrá que analizarlos en su relación con Palestina.



Tercera semana

Más de 19 días de bestialidad nazisionista en Palestina y el mundo observa impasible como se comete un genocidio sin que los mecanismos del sistema internacional puedan evitar tal barbarie. Este acontecimiento ha hecho patente y reiterado la inoperabilidad del régimen tal como existe y la necesidad de cambiarlo.

La pandemia de COVID 19 mostró al mundo la incapacidad del sistema internacional para actuar unidos en contra de un enemigo común. Ello no fue posible porque se impuso la lógica capitalista de mercado y la mayor valía de la economía vista como necesidad de lucro y ganancia de las empresas por encima de la defensa de la salud y de la vida de los seres humanos. La ONU mostró total inoperancia al momento de enfrentar la pandemia.

Dos años después, la operación militar de Rusia en Ucrania prolongó y profundizó el cáncer terminal que aqueja al gobierno mundial. El atlantismo como doctrina y el Atlántico como espacio donde se tomaban las decisiones más importantes del devenir político del planeta, está siendo superado por una red de alianzas y organizaciones que se desarrollan en el territorio euroasiático donde Estados Unidos no tiene mucho que decir habida cuenta de su vergonzosa huida de Afganistán y el fracaso de los golpes de Estado que intentó en Kirguistán (2020) y Kazajistán (2022).

Ahora son Rusia y China las que han construido un tejido de acuerdos en lo político, lo económico, lo financiero y en la seguridad en torno a la gran alianza que han creado estas dos potencias. Expresión de esto son los BRICS 11, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la Unión Económica Euroasiática (UEEA), la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), el Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur (INTSC) y el Banco Asiático para Inversión en Infraestructuras (BAII) entre otros.

Todo esto hay que dimensionarlo temporalmente en un marco estratégico que quedó claramente delimitado por el presidente chino Xi Jinping cuando le dijo a su colega ruso Vladimir Putin en marzo pasado durante su visita a Moscú que se estaban “produciendo cambios nunca vistos en 100 años y [somos nosotros quienes] los estamos liderando”. En los hechos, en las últimas semanas ha contratado que mientras Estados Unidos hace acuerdos para sembrar el terror y la muerte, China está preocupada por el desarrollo, la paz y la cooperación internacional bajo el principio de ganarganar.

La incapacidad de Occidente para enfrentar exitosamente a favor de sus intereses el conflicto en Ucrania, ha prendido las alarmas hasta hacer que las angustias y tribulaciones que pudieron ser ocultadas en un primer momento, hoy salgan a la luz pública aderezadas con expresiones extravagantes de una pléyade de líderes ignorantes y mediocres como nunca antes se hubieran podido reunir.

La economía no funciona, las sanciones contra Rusia se han revertido afectando a una Europa que por decisión propia – y siguiendo los dictados de Washington– renunció a seguir consumiendo la energía barata y segura que le proporcionaba Moscú, que era pilar fundamental para su desarrollo industrial y para sostener su alto nivel de vida.
Por otra parte, la OTAN ha mostrado total incapacidad para enfrentar a Rusia, su economía de guerra no está a la altura. El propio hoy ex secretario de Defensa del Reino Unido, Ben Wallace expuso en julio pasado que la organización no podía seguir suministrando municiones en la medida de las necesidades de Ucrania porque “la alianza no se preparó adecuadamente para la posibilidad de una guerra terrestre prolongada en Europa tras décadas de relativa paz”.

Así mismo se ha hecho evidente el fracaso de la política de sanciones contra Rusia. Una investigación realizada por el New York Times en septiembre dio cuenta de que las restricciones comerciales de Washington y sus aliados no han sido del todo efectivas toda vez que “Rusia no solo ha conseguido eludir las penalizaciones occidentales que apuntan a su ejército, sino que está llevando la producción de proyectiles y vehículos a niveles superiores”.

En otro escenario estratégico del conflicto mundial, China sigue elevando los éxitos en su entorno a pesar de todos los esfuerzos que hace Estados Unidos para utilizar a Taiwán y a aquellos países que tienen diferendos limítrofes marítimos con China como instrumento de intervención para mantener una situación de tirantez permanente que justifique su presencia militar y sobre todo naval en la región a fin de inducir a los países del Asia-Pacífico y de Oceanía a incrementar las compras de armamento en Estados Unidos como vía de superación de su crisis económica a través de la reactivación de su industria militar.

Pero ante la situación creada en Ucrania, el Departamento de Defensa estadounidense informó que ya se ha visto obligado a retrasar el reabastecimiento de sus propias tropas, toda vez que de no hacerlo a tiempo se podría perjudicar la preparación de su ejército.

El Pentágono advirtió al Congreso estadounidense que se está quedando sin fondos para reemplazar las armas que ha enviado a Ucrania y que ya se ha visto obligado a retrasar el reabastecimiento de sus propias tropas.

Es en este marco que se produce la guerra en Palestina. Este es el cuarto nivel de análisis que debemos estudiar: la incidencia de este conflicto en el escenario global porque en el mundo de hoy es imposible suponer que ocurra algo en el planeta que no tenga incidencia en este nivel.

No tengo ninguna duda que la acción del 7 de octubre no fue más que un ensayo general para medir fuerzas, cantidad, calidad y ubicación del enemigo. Pero también para auscultar las probables repercusiones que estas acciones puedan tener en el entorno inmediato, en el universo árabe, musulmán y en todo el mundo.

En cualquier caso, lo ocurrido hasta ahora, un punto de inflexión en el largo conflicto generado en 1948 por la ONU que, creada para la paz, se inauguró implantando una situación de guerra. El 7 de octubre finalizó la paz relativa que Israel había establecido para sus colonos sobre la sangre de los palestinos. Nada volverá a ser igual. La política de colonización ilegal ha firmado su acta de defunción. Hasta el secretario general de la ONU Antonio Guterres habitualmente pusilánime y temeroso del poder de Occidente, lo tuvo que reconocer como causa del conflicto lo cual le valió que el embajador israelí ante Naciones Unidas solicitara su renuncia.

En el plano internacional, no es posible mantenerse al margen: organizaciones y países tendrán que definirse. Eso que Estados Unidos ha dado en llamar “comunidad internacional” que está formada por Washington y sus 53 aliados, una vez más, al igual que en Ucrania donde se pusieron de lado de los nazis, en Palestina se han colocado en la trinchera del sionismo.

Esto es solo el inicio. Hoy se está a la espera de saber si Israel realizará su anunciada ofensiva terrestre en Gaza, lo cual podría desatar una guerra de dimensiones incalculadas que dejaría el conflicto en Ucrania como un paseo de fin de semana ante la magnitud y el impacto de los hechos que sobrevendrían. Las potencias lo saben. Ya Estados Unidos, Europa y sus acólitos han asumido una posición de apoyo irrestricto a Israel. Es más, Biden lo definió claramente como una “inversión inteligente” que, según sus palabras, brindará “dividendos”. Su opinión, da a entender que el papel de Ucrania e Israel es el de poner los muertos paraque Estados Unidos consiga sus objetivos a cambio de algunas migajas.

De ahí que Israel haya aceptado retrasar su invasión a la Franja de Gaza para que Estados Unidos pueda llevar sistemas de defensa a la región. Se ha informado que el Pentágono se está apresurando a desplegar esta misma semana casi una docena de sistemas de defensa aérea, incluidos aquellos destinados a las tropas estadounidenses que prestan servicio en varios países de la región, para protegerlas de misiles y cohetes.

La preocupación principal de Estados Unidos ahora, es que en caso de que se desate la invasión terrestre israelí a Gaza, la situación podría escalar habida cuenta que Washington posee alrededor de 40.000 soldados en Asia Occidental en bases ubicadas en Siria, Irak, Kuwait, Jordania, Bahréin, ?atar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Turquía y Omán.

En particular, es factor de desasosiego superlativo la situación de la 5ta. Flota de la Armada estadounidense conformada por un Grupo de Batalla integrado por un portaaviones, sus buques de escolta, una Ala Aérea, un Grupo Anfibio y diversos buques auxiliares hasta completar 20 naves con un total de 16 mil efectivos. Esta flota, ubicada en Bahréin aproximadamente a 280 Km. de la costa iraní y a menos de un minuto de vuelo de los misiles hipersónicos Fattah que pueden viajar hasta a 15 veces la velocidad del sonido, teniendo un alcance de hasta 1.400 kilómetros y frente a los cuales Estados Unidos no tiene ninguna tecnología que permita interceptarlos o destruirlos, sería presa fácil de la respuesta iraní a la agresión terrestre a Gaza.

De igual manera, los estrechos de Ormuz y Bab el Mandeb quedarían cubiertos por los misiles iraníes y, en este último caso también por los de Yemen, que cerrarían el Golfo Pérsico y el Mar Rojo a los supertanqueros que cargan el 40% del petróleo que se consume en el planeta. La debacle de la economía mundial sería inmediata toda vez que los precios del crudo se elevarían a montos inaccesibles para la gran mayoría de los países del mundo.

De ahí que el secretario de Estado Anthony Binken viajara dos veces a Israel, casi en simultáneo con el secretario de Defensa, Lloyd Austin y el propio presidente Joe Biden, todo en menos de una semana. La urgencia del hecho viene acentuada por la constatación de que el presidente de Estados Unidos se vio obligado a realizar un largo recorrido para estar solo 6 horas en Tel Aviv.

En medio de esta desenfrenada actividad diplomática de Estados Unidos tratando de apagar incendios con gasolina, China realizó el tercer foro de la Nueva Ruta de la Seda con la asistencia de delegaciones de más de 140 países, varias de ellas presididas por jefes de Estado y/o gobierno que debatieron sobre la base de que “China irá mejor si al resto del mundo va bien, y al resto del mundo le irá mejor siempre que China vaya bien” según lo manifestado por el presidente Xi Jinping durante el discurso inaugural del evento.

Sobre el conflicto en Asia Occidental, Beijing desde hace tiempo fijó posición: “China apoya firmemente el establecimiento de un Estado independiente de Palestina, que goce de plena soberanía sobre la base de las fronteras de 1967 y con Jerusalén Oriental como su capital. China apoya a Palestina para que se convierta en miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas”.

A su vez, Rusia ha expresado su grave preocupación por la escalada de violencia entre palestinos e israelíes. Su postura que definen como “principal y coherente” es que este conflicto “que dura ya 75 años, no tiene solución por la fuerza y solo puede ser solucionado por medios político-diplomáticos mediante el establecimiento de un proceso de negociaciones de pleno formato sobre la base conocida del derecho internacional que estipula la creación del Estado palestino independiente en las fronteras del año 1967, con Jerusalén Este como su capital, el cual viva en paz y seguridad con Israel”.

En este contexto, como ha dicho el analista internacional brasileño Pepe Escobar: “Después de su sorprendente ataque […] un Hamás inteligente ya ha conseguido más influencia negociadora que la autoridad palestina durante décadas. Es significativo que, si bien las conversaciones de paz cuentan con el apoyo de China, Rusia, Turkiye, Arabia Saudí y Egipto, Tel Aviv se niega. Netanyahu está obsesionado con arrasar Gaza, pero si eso sucede, una guerra regional más amplia es casi inevitable”.

Así mismo debe considerarse que a partir del 1° de enero, tres de los más importantes países musulmanes, Arabia Saudí, Egipto e Irán comenzarán a formar del grupo BRICS 11, de igual manera que los Emiratos Árabes Unidos creando una correlación de fuerzas muy positiva en apoyo a la lucha del pueblo palestino.

La situación creada ha llevado a consecuencias imprevisibles hace solo unas semanas. En este sentido, a pesar de que las conversaciones entre Arabia Saudí e Israel para establecer relaciones estaban bastante avanzadas, las mismas parecen haberse “congelado” después de las acciones del 7 de octubre. Un funcionario diplomático saudí informó que su país “ha decidido suspender el debate sobre la posible normalización [con Israel] y ha informado a los funcionarios estadounidenses”. Vale decir que pese a las presiones de Washington a Riad para que esta condenara el ataque de Hamas, la monarquía wahabita se negó a hacerlo.

En otro ámbito, el pasado 13 de octubre el gobierno catarí anunció que estaba dispuesto a cortar las exportaciones de gas natural al resto del mundo en apoyo a Palestina. El emir Sheikh Tamim ibn Hamad Al Thani jefe de Estado de Catar fue contundente y directo al decir que: “Si no cesa el bombardeo de Gaza, cortaremos el suministro de gas al mundo”, agregando mayor incertidumbre al futuro económico del planeta. Vale decir que Catar es el sexto productor más importante del mundo al tiempo que posee la tercera mayor reserva de gas.

En este contexto, no se puede obviar en el análisis, la gira del canciller iraní Hossein Amir Abdollahian por la región. Al finalizar la misma, informó que existía la posibilidad de que se abrieran otros frentes contra Israel en medio de su actual conflicto con Palestina. En todo caso, el ministro persa dejó en claro que sería la Resistencia la que tomaría la decisión final sobre lo que llamó “la hora cero” para cualquier acción en caso de continuación de la agresión de Israel contra Gaza.

Amir alertó en el sentido de que si hubiera “dilación” por parte de la comunidad internacional, de Naciones Unidas y de los activistas que apoyan el belicismo del régimen sionista “la respuesta se dará en el momento oportuno y adecuado para la Resistencia. Siendo determinante para “cambiar el mapa actual de los territorios ocupados”.

Esta idea fue ratificada por el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Hoseiní Jameneí quien advirtió el pasado 17 de octubre que si los crímenes [de Israel] continúan, “los musulmanes y las fuerzas de resistencia perderán la paciencia y nadie podrá detenerlos”.

En este marco, el 19 de octubre, un vocero de Hezbollah afirmó que su organización estará en el centro de la batalla en curso. Además de las 12 operaciones llevadas a cabo contra posiciones fronterizas israelíes con la Palestina ocupada desde el lanzamiento de la ofensiva israelí contra la Franja de Gaza, Hezbollah participa en la sala de operaciones conjuntas de las facciones de la resistencia palestina que están trabajando “juntas de forma continua e intensa y se coordinan entre sí” después de acordar los pasos a seguir para enfrentar al enemigo sionista en los dos frentes palestino y libanés para lo cual se encuentran intercambiando información. Así mismo, dieron a conocer que todas las acciones sobre el terreno son decididas en esta sala de operaciones teniendo en cuenta los hechos y los enfoques políticos.

Estará por verse si Israel finalmente lanza su ofensiva terrestre sobre Gaza, y cuál será la respuesta del Eje de la Resistencia y del mundo musulmán en apoyo al pueblo palestino. Ello señalará el derrotero de este conflicto y el futuro del planeta, habida cuenta de la total inoperancia de la ONU que se ha marginada de su responsabilidad de tomar decisiones que conduzcan a impedir y evitar que este genocidio se siga produciendo.


Como todo evento que ocurre en el mundo comunicado e interconectado de hoy, el recrudecimiento del conflicto de Israel contra Palestina tiene repercusiones en todos los niveles. Así hay que entenderlo y así hay que estudiarlo.

En primer lugar, este es, por supuesto, un conflicto local que enfrenta a un país ocupante contra otro que se ha visto obligado a reaccionar ante la usurpación de su territorio por vía de la fuerza. Este nivel de análisis aporta el mayor centrimetraje en los medios escritos y la mayor cantidad de tiempo en los audiovisuales.

Las grandes transnacionales de la comunicación solo piensan en las noticias como mercancía y en esa medida, como negocio. Ajenos a cualquier escrúpulo, apuntan a generar opinión en favor de aquellos que son sus aliados, generalmente vinculados al gran capital internacional. También en esa medida, se “informa” sin importar la verdad, sino pensando en favor de los intereses imperiales ocultando que fueron estos los que generaron el conflicto. Eso ya lo sabemos. Así es en todo momento y en todo el planeta.

Nadie, con excepción de Estados Unidos – cuya economía es subsidiaria de la guerra y el conflicto a través del complejo militar industrial – puede ser favorable a ella. Solo quien ha estado en la guerra sabe que en la misma se desatan los peores instintos del ser humano: la necesidad de sobrevivir conduce a la necesidad de matar y eso es antinatural. El ser humano no es asesino por naturaleza.

Tampoco nadie está de acuerdo con el terrorismo, algunos lo rechazamos por convicción y por principios. Así mismo, nadie puede estar en contra de la auto defensa y el derecho a la vida que es el más sagrado de todos los derechos, sin él, todos los demás son insustanciales y no tienen sentido de existir.

De esta manera, en el conflicto actual en Palestina – como en Ucrania– es trascendental saber cuando y cómo comenzó. En Ucrania, la guerra no empezó en febrero de 2022 cuando Rusia inició su operación militar especial, sino en febrero de 2014 cuando Occidente – y en particular Estados Unidos– orquestó, organizó y financió un golpe de Estado para derrocar al gobierno constitucional. Así, se crearon la condiciones para la irrupción de organizaciones nazi fascistas que desataron el terrorismo contra las minorías que habitan ese país.

Igualmente, el conflicto en Palestino no comenzó el pasado domingo cuando el Hamás palestino lanzó una andanada de varios miles de misiles contra el territorio ocupado por el Estado de Israel, sino en 1948 cuando – precisamente– comenzó la ocupación y no se cumplieron los acuerdos de la ONU que obligaban a crear dos Estados en ese territorio.

En uno y otro caso, después de violentar la situación preexistente en 2014 y 1948 respectivamente, todo pasó a ser posible en términos de devastación y muerte. La guerra, que es un fenómeno bárbaro hizo su irrupción con toda sus secuela de destrucción y salvajismo.

Nosotros, los venezolanos lo sabemos muy bien. Desde el mismo nacimiento de nuestro país en 1811 conocimos la barbarie europea que violentó por tres siglos el territorio de los que los pueblos originarios llaman el Abya Yala. Muy temprano en la guerra, en 1813 el Libertador Simón Bolívar se vio obligado a emitir el Decreto de Guerra a Muerte. Los “pacifistas” de ahora, tras leer ese documento, no dudarían en decir que Bolívar era un terrorista e intentarían juzgarlo por violación a los derechos humanos, pero ese documento permitió crear el soporte legal para desarrollar la guerra de independencia que finalmente concluyó con la derrota de los también usurpadores y ocupantes europeos en 1824 tras la Batalla de Ayacucho.

Vale decir que la guerra de independencia en Venezuela alcanzó grados de terror, barbarie, crueldad y ferocidad que no tuvo parangón en ninguna otra región de América. Aquí se violentaron – de parte y parte– todos los principios que modernamente regulan el derecho humanitario.

Antes de Ayacucho, Bolívar y el general español Pablo Morillo, máximo jefe de las fuerzas expedicionarias monárquicas en Venezuela se avinieron a negociar un tratado para regularizar la guerra. Ese acuerdo suscrito en noviembre de 1820 en el poblado de Santa Ana, en el actual estado Trujillo, es el primer documento referido al derecho internacional humanitario de la guerra firmado en América Latina. Comienza diciendo: “La guerra se hará como la hacen los pueblos civilizados”. Todo un contrasentido, pero señala la voluntad de las partes de resolver aspectos que se alejaban de la ejecutoria estrictamente militar y que terminaban afectando a terceros, en algunos casos, ajenos al conflicto.

Dicho documento establece parámetros estrictos relativos al tratamiento de la población civil, de los heridos, el respeto a los restos de los soldados muertos en combate y la forma de asistir a los combatientes enemigos capturados, entre otros.

De manera que si hay alguien que sabe guerrear y vencer, incluso de forma feroz si el enemigo nos lo impone, que sabe negociar y respetar al contrincante y que sabe vivir y amar la paz porque conocemos la barbarie de la guerra, somos los venezolanos. Tenemos una herencia que nos legó el Libertador y somos fieles a ella.

Aquellos pacifistas modernos, sin duda habrían juzgado al Libertador, no habrían participado ni apoyado la guerra. Sufriríamos hoy, la desgracia de ser españoles todavía. Nadie quiere la guerra, pero hay que entender que el amor por la Patria, el apego a la tierra donde nacimos o donde nos criamos, es más fuerte que el más fuerte dolor que produce la confrontación bélica. Nadie desea la muerte de civiles, pero si hacemos un paralelo entre la guerra de independencia de América, el conflicto palestino-israelí y la guerra en Ucrania, vamos a encontrar un factor común: los intereses coloniales e imperiales de avasallamiento, dominio y control para expandir su riqueza sin importar los intereses de los pueblos.

Para los colonialistas e imperialistas no interesan los instrumentos que se usen, tampoco que sus intereses imperiales signifiquen el exterminio de millones de seres humanos. Poco le importaban a España, los centenares de millones de personas asesinadas. Poco le importó a las potencias entregar un territorio a los sionistas para que se instalaran en él por vía de la fuerza aniquilando a millones de palestinos. Poco le importa a Estados Unidos y a la OTAN que jóvenes ucranianos pierdan su vida en una guerra que no pueden ganar y que solo aporta beneficios a las empresas estadounidenses que han aumentado sus ganancias vendiendo armas, petróleo y gas.

No existe un terrorismo bueno y uno malo. Veamos lo que ha hecho Estados Unidos creando organizaciones terroristas como Al Qaeda, ISIS y Boko Haram, entre otras a las cuales apoya, arma y financia solo porque sus acciones coinciden con sus intereses imperiales.

Es bueno seguir la noticia, pero como dije hace poco, es más importante conocer las causas y los orígenes de los hechos. Conocer eso, nos lleva a saber qué fines se ocultan tras ellos y qué intereses están en juego.

El derecho a la rebelión está consagrado en las constituciones de la mayoría de los países del mundo. Es tan antiguo como la existencia de la opresión de unos sobre otros. Desde Platón y Santo Tomás de Aquino hasta la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, este derecho ha sido aceptado a través de la historia.

Entonces, se trata de reconocer la legitimidad de un pueblo que se rebela. El problema de los instrumentos con que lo hace es otra cosa y no puede ser que el patrón establecido por Estados Unidos, que exterminó a sus pueblos originarios, que lanzó dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, que estableció y apoyó a gobiernos sátrapas y asesinos de sus pueblos en todo el mundo, que permitió, teniendo conocimiento de antemano, que su pueblo fuera víctima de un horrible atentado terrorista el 11 de septiembre de 2001, que teniendo todos los recursos hizo nada y poco para evitar que la pandemia matara a más de un millón de sus ciudadanos, sea el que establezca quien es terrorista y quien no.

Es muy difícil escribir manteniendo la ecuanimidad cuando se asiste a un genocidio que el mundo se limita a observar porque los organismos internacionales, la ONU en primer lugar que fue creada para garantizar la paz en el planeta, manifiesta total inoperancia. Si había dudas acerca de ello, hoy se ha hecho público y evidente. Es imperativo que el mundo cambie y que surja un nuevo sistema internacional justo, equitativo y democrático. Los hechos son testigos de que aquello que se ha dado en llamar “Occidente colectivo” va a quedar fuera del mundo del futuro.

En este marco, y dando continuidad al examen, ahora se abordará un espectro un poco más amplio que expone otra arista del mismo, a saber las repercusiones subregionales y regionales de este suceso que ha movilizado al planeta entero y las influencias que ellas generan.

Antes, debo decir que no creo que — parafraseando a Saddam Hussein– sea esta “la madre de todas las batallas”. Me parece que los hechos iniciados el pasado 7 de octubre, son un “tanteo” para futuras operaciones de un nivel superior. Dicho en otras palabras, todo lo que ha ocurrido desde ese día de la semana pasada es parte de un combate para diseñar escenarios y hacer preparativos para la batalla final que será aquella en la que una coalición de países árabes y musulmanes, se propongan actuar unidos para derrotar a Israel, liberar a Palestina, recuperar Jerusalén oriental y las alturas del Golán.

Ese momento aún no ha llegado. Lo afirmó el canciller iraní Hosein Amir Abdolahian cuando dijo que “la resistencia decide sobre la hora cero para cualquier acción en caso de continuación de los crímenes de Israel contra Gaza”.

Desde mi punto de vista, aun no existen todas las condiciones para librar esa batalla, las mismas deben crearse en los cuatro niveles. De hecho, la operación “Diluvio de Al Aqsa” fue planificada, organizada y realizada en total secreto, al punto que no fue conocida ni siquiera por los aliados internos ni externos de Hamas. Siendo que esta causa es de todos los palestinos e incluso de todos los árabes y musulmanes, la misma no ha sido, ni de lejos, una acción de toda las fuerzas palestinas, tampoco del eje de la resistencia. Estas se han limitado a “felicitar” a Hamas, sin involucrarse en ella, sino hasta después de conocer el alcance de la misma.

Me da la impresión que en el nivel interno, las fuerzas palestinas no están unidas aun para enfrentar al enemigo común. Aunque en enero de 2022, cinco de ellas: Hamas, Al Fatah, el Frente Democrático de Liberación de Palestina (FDLP), el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) y la Yihad Islámica se reunieron en Argel buscando dirimir sus diferencias y unir fuerzas, el proceso iniciado no ha concluido. Unos meses más tarde, en octubre del año pasado, también en Argelia, fueron 14 las organizaciones palestinas que firmaron un acuerdo de reconciliación. Entre los puntos convenidos estaba la celebración de elecciones este año, lo cual no se ha concretado.

Israel por su parte, ha apostado a la división de las fuerzas políticas palestinas. El trato hacia Cisjordania no ha sido el mismo que hacia Gaza. Sin ambages, en declaraciones que hubieran hecho sonrojar al propio Hitler, algunos líderes sionistas como el primer ministro Netanyahu ha dicho que se debe implementar un “asedio total” a Gaza o, que al menos sea “más pequeña cuando termine la guerra” como afirmó el ministro Gideon Saar. Así, puede observarse que en el mundo de hoy, los genocidios son informados de antemano a la opinión pública y transmitidos en vivo y en directo por la morbosa mediática internacional.

En la otra trinchera, el Estado de Israel intenta transmitir unidad frente al “enemigo común”. De hecho las fuerzas que llevan meses en la calle protestando contra el autoritarismo de Netanyahu han anunciado el cese de sus actividades. Esto ha sido aprovechado por el primer ministro sionista para llamar a la creación de un gobierno de unidad nacional. Sin embargo, Yair Lapid, uno de los líderes de la oposición se ha negado a formar parte, aduciendo que no puede estar en el mismo bando con la ultra derecha. Aunque sea difícil de entender, en Israel, Netanyahu es considerado un político de la derecha moderada, que se ha visto obligado a hacer acuerdos con partidos de la extrema derecha y del partido sionista religioso ultra conservador a fin de construir una alianza de gobierno.

En otro plano, el mediático, el periódico Haaretz, cuarto en importancia del país, rompiendo la unidad comunicacional ha emitido editoriales con fuertes críticas a Netanyahu a quien responsabiliza de los actuales acontecimientos.

A futuro, estarán por verse las repercusiones que tendrán al interior de Israel, el fracaso de sus servicios de inteligencia, el bochorno de su ejército incapaz de contener a las milicias palestinas y el impacto de miles de jóvenes que han abandonado el país en los últimos años muchos de los cuales lo hicieron para evitar servir en el ejército. La famosa unidad nacional ha quedado en entredicho dando la impresión de que costará restablecerla.

Hace exactamente un año, el 19 de octubre, escribí un artículo que titulé “Algo huele mal en Israel”. En él se hacía referencia a las declaraciones del mayor general Uri Gordin nuevo jefe del comando norte del ejército israelí, quien un mes antes había alertado “en el sentido de que Hezbollah podría disparar hasta 4.000 misiles contra Israel en los primeros días de un potencial conflicto bélico que podría desatarse. Según el alto jefe militar esto significa unas 10 veces más que los utilizados en la guerra de 2006 y aseguró que la organización libanesa podía ir incrementando la cifra a razón de 1.500 a 2.000 diarios”.

Intentando matizar la información, Gordin afirmó que “el número de misiles de alta precisión de Hezbollah es relativamente pequeño, pero son suficientes para que instalaciones estratégicas civiles y militares, así como altos líderes del país estén entre los blancos a atacar”. Agregando preocupación a su análisis, opinó que “Israel no está preparado para interceptar tal cantidad de misiles por los que el número de víctimas podría ser muy alto. Señaló que las ciudades de Haifa y Tiberíades estarían entre los objetivos de Hezbollah”.

He ahí la realidad, Israel no esperaba el golpe desde el sur sino desde el norte y aunque previó el potencial del impacto misilístico, aquello que hace un año era una hipótesis, hoy se hizo realidad con los resultados observados. La conclusión es clara: Israel no tiene capacidad para enfrentar simultáneamente a las organizaciones palestinas, al Hezbollah libanés, al ejército sirio, a los más de 30 mil combatientes iraquíes de la resistencia que se pusieron en alerta de combate el 7 de octubre, a la gran capacidad coheteril de Yemen, al gigantesco potencial militar de Irán, por no hablar de los 2 millones de palestinos que viven en Jordania y el fervor patriótico de millones de árabes y palestinos en Asia Occidental y en todo el mundo.

Ni siquiera con el apoyo de Europa y de Estados Unidos, Israel podrá resistir una avalancha de esa magnitud. Es lo que quiere evitar Biden. Por eso viajó hoy a Israel, después que durante la semana pasada su secretario de Estado Anthony Blinken viajara infructuosamente dos veces a Tel Aviv. Vale decir que Israel, al igual que Ucrania, basa su capacidad de combatir en el apoyo de Occidente, en particular el de Estados Unidos. Lo dijo abiertamente el contraalmirante Daniel Hagari, portavoz del ejército de Israel: “Si Hezbolá se atreve a ponernos a prueba, la respuesta será mortal. Estados Unidos nos presta todo su apoyo”. Lo reiteró el presidente Joe Biden cuando desde Tel Aviv anunciara que Washington apoyará a la entidad sionista “hoy, mañana y siempre”. Todo eso, un día después del ataque al hospital en Gaza que dejó centenares de muertos.

Ese apoyo también ha significado tres vetos estadounidenses a resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Una de ellas, propuesta por Brasil, aunque bastante tibia, convocaba a hacer “pausas humanitarias” en medio del genocidio de Gaza. Las otras dos, en forma de enmiendas, fueron propuestas por Rusia. En la primera de ellas se “condenaban los bombardeos indiscriminados” mientras que la segunda instaba “a un alto al fuego inmediato, estable y plenamente respetado”. Una vez más Estados Unidos favoreció el terrorismo mientras que la ONU mostró su incapacidad para evitarlo.

El segundo y tercer nivel de análisis tienen que ver precisamente con el impacto subregional y regional que en este caso me parece decisivo. De su involucramiento o no en los hechos, va a depender una definición estratégica del conflicto. Está visto que los palestinos por si solos no tienen capacidad para establecer una correlación de fuerza militar que rompa el equilibrio en su favor. Si algo ha potenciado la lucha del pueblo palestino ha sido la fortaleza y la evolución de la capacidad combativa del eje de la resistencia liderado por Irán.

Por otra parte, el sostén irrestricto de Israel por Estados Unidos y Europa define con meridiana claridad que este hecho sumado a la resistencia anticolonial que están manifestando los pueblos de África y los acontecimientos en Ucrania, permite afirmar sin ningún atisbo de duda que eso que el “Occidente colectivo” configura hoy un bloque nazisionista, imperialista y colonialista. Este es hoy el enemigo de la humanidad.

La construcción de correlaciones de fuerza para enfrentar los conflictos del presente y del futuro deberán ubicar a este bloque como el enemigo principal de los pueblos, el enemigo de la humanidad.

En esta situación, el quiebre del equilibrio estratégico solo se producirá a favor del pueblo palestino, si se consigue el involucramiento —en primera instancia– del eje de la resistencia y en un segundo plano de todo el mundo árabe y musulmán. Eso aún no se ha logrado.

Al contrario, Estados Unidos había obtenido algunos éxitos en este sentido al impulsar un reconocimiento de Israel por parte de algunos países árabes tras la firma en septiembre de 2020 de los Acuerdos de Abraham” entre Tel Aviv y los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, al que posteriormente se incorporaron Sudán y Marruecos.

Así mismo, las negociaciones entre Arabia Saudí e Israel para el establecimiento de relaciones se encontraban bastante avanzadas. La operación “Diluvio de Al Aqsa” paralizó estos convenios. Ahora se trata de saber si será de forma transitoria o definitiva.

Todo el desarrollo de esta ecuación influirá en el camino futuro del pueblo palestino. No obstante, debe tenerse en cuenta que la definición no estará ajena de los cambios trascedentes que se están produciendo en el escenario internacional. Por ello, habrá que analizarlos en su relación con Palestina.



Tercera semana

Más de 19 días de bestialidad nazisionista en Palestina y el mundo observa impasible como se comete un genocidio sin que los mecanismos del sistema internacional puedan evitar tal barbarie. Este acontecimiento ha hecho patente y reiterado la inoperabilidad del régimen tal como existe y la necesidad de cambiarlo.

La pandemia de COVID 19 mostró al mundo la incapacidad del sistema internacional para actuar unidos en contra de un enemigo común. Ello no fue posible porque se impuso la lógica capitalista de mercado y la mayor valía de la economía vista como necesidad de lucro y ganancia de las empresas por encima de la defensa de la salud y de la vida de los seres humanos. La ONU mostró total inoperancia al momento de enfrentar la pandemia.

Dos años después, la operación militar de Rusia en Ucrania prolongó y profundizó el cáncer terminal que aqueja al gobierno mundial. El atlantismo como doctrina y el Atlántico como espacio donde se tomaban las decisiones más importantes del devenir político del planeta, está siendo superado por una red de alianzas y organizaciones que se desarrollan en el territorio euroasiático donde Estados Unidos no tiene mucho que decir habida cuenta de su vergonzosa huida de Afganistán y el fracaso de los golpes de Estado que intentó en Kirguistán (2020) y Kazajistán (2022).

Ahora son Rusia y China las que han construido un tejido de acuerdos en lo político, lo económico, lo financiero y en la seguridad en torno a la gran alianza que han creado estas dos potencias. Expresión de esto son los BRICS 11, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la Unión Económica Euroasiática (UEEA), la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), el Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur (INTSC) y el Banco Asiático para Inversión en Infraestructuras (BAII) entre otros.

Todo esto hay que dimensionarlo temporalmente en un marco estratégico que quedó claramente delimitado por el presidente chino Xi Jinping cuando le dijo a su colega ruso Vladimir Putin en marzo pasado durante su visita a Moscú que se estaban “produciendo cambios nunca vistos en 100 años y [somos nosotros quienes] los estamos liderando”. En los hechos, en las últimas semanas ha contratado que mientras Estados Unidos hace acuerdos para sembrar el terror y la muerte, China está preocupada por el desarrollo, la paz y la cooperación internacional bajo el principio de ganarganar.

La incapacidad de Occidente para enfrentar exitosamente a favor de sus intereses el conflicto en Ucrania, ha prendido las alarmas hasta hacer que las angustias y tribulaciones que pudieron ser ocultadas en un primer momento, hoy salgan a la luz pública aderezadas con expresiones extravagantes de una pléyade de líderes ignorantes y mediocres como nunca antes se hubieran podido reunir.

La economía no funciona, las sanciones contra Rusia se han revertido afectando a una Europa que por decisión propia – y siguiendo los dictados de Washington– renunció a seguir consumiendo la energía barata y segura que le proporcionaba Moscú, que era pilar fundamental para su desarrollo industrial y para sostener su alto nivel de vida.
Por otra parte, la OTAN ha mostrado total incapacidad para enfrentar a Rusia, su economía de guerra no está a la altura. El propio hoy ex secretario de Defensa del Reino Unido, Ben Wallace expuso en julio pasado que la organización no podía seguir suministrando municiones en la medida de las necesidades de Ucrania porque “la alianza no se preparó adecuadamente para la posibilidad de una guerra terrestre prolongada en Europa tras décadas de relativa paz”.

Así mismo se ha hecho evidente el fracaso de la política de sanciones contra Rusia. Una investigación realizada por el New York Times en septiembre dio cuenta de que las restricciones comerciales de Washington y sus aliados no han sido del todo efectivas toda vez que “Rusia no solo ha conseguido eludir las penalizaciones occidentales que apuntan a su ejército, sino que está llevando la producción de proyectiles y vehículos a niveles superiores”.

En otro escenario estratégico del conflicto mundial, China sigue elevando los éxitos en su entorno a pesar de todos los esfuerzos que hace Estados Unidos para utilizar a Taiwán y a aquellos países que tienen diferendos limítrofes marítimos con China como instrumento de intervención para mantener una situación de tirantez permanente que justifique su presencia militar y sobre todo naval en la región a fin de inducir a los países del Asia-Pacífico y de Oceanía a incrementar las compras de armamento en Estados Unidos como vía de superación de su crisis económica a través de la reactivación de su industria militar.

Pero ante la situación creada en Ucrania, el Departamento de Defensa estadounidense informó que ya se ha visto obligado a retrasar el reabastecimiento de sus propias tropas, toda vez que de no hacerlo a tiempo se podría perjudicar la preparación de su ejército.

El Pentágono advirtió al Congreso estadounidense que se está quedando sin fondos para reemplazar las armas que ha enviado a Ucrania y que ya se ha visto obligado a retrasar el reabastecimiento de sus propias tropas.

Es en este marco que se produce la guerra en Palestina. Este es el cuarto nivel de análisis que debemos estudiar: la incidencia de este conflicto en el escenario global porque en el mundo de hoy es imposible suponer que ocurra algo en el planeta que no tenga incidencia en este nivel.

No tengo ninguna duda que la acción del 7 de octubre no fue más que un ensayo general para medir fuerzas, cantidad, calidad y ubicación del enemigo. Pero también para auscultar las probables repercusiones que estas acciones puedan tener en el entorno inmediato, en el universo árabe, musulmán y en todo el mundo.

En cualquier caso, lo ocurrido hasta ahora, un punto de inflexión en el largo conflicto generado en 1948 por la ONU que, creada para la paz, se inauguró implantando una situación de guerra. El 7 de octubre finalizó la paz relativa que Israel había establecido para sus colonos sobre la sangre de los palestinos. Nada volverá a ser igual. La política de colonización ilegal ha firmado su acta de defunción. Hasta el secretario general de la ONU Antonio Guterres habitualmente pusilánime y temeroso del poder de Occidente, lo tuvo que reconocer como causa del conflicto lo cual le valió que el embajador israelí ante Naciones Unidas solicitara su renuncia.

En el plano internacional, no es posible mantenerse al margen: organizaciones y países tendrán que definirse. Eso que Estados Unidos ha dado en llamar “comunidad internacional” que está formada por Washington y sus 53 aliados, una vez más, al igual que en Ucrania donde se pusieron de lado de los nazis, en Palestina se han colocado en la trinchera del sionismo.

Esto es solo el inicio. Hoy se está a la espera de saber si Israel realizará su anunciada ofensiva terrestre en Gaza, lo cual podría desatar una guerra de dimensiones incalculadas que dejaría el conflicto en Ucrania como un paseo de fin de semana ante la magnitud y el impacto de los hechos que sobrevendrían. Las potencias lo saben. Ya Estados Unidos, Europa y sus acólitos han asumido una posición de apoyo irrestricto a Israel. Es más, Biden lo definió claramente como una “inversión inteligente” que, según sus palabras, brindará “dividendos”. Su opinión, da a entender que el papel de Ucrania e Israel es el de poner los muertos paraque Estados Unidos consiga sus objetivos a cambio de algunas migajas.

De ahí que Israel haya aceptado retrasar su invasión a la Franja de Gaza para que Estados Unidos pueda llevar sistemas de defensa a la región. Se ha informado que el Pentágono se está apresurando a desplegar esta misma semana casi una docena de sistemas de defensa aérea, incluidos aquellos destinados a las tropas estadounidenses que prestan servicio en varios países de la región, para protegerlas de misiles y cohetes.

La preocupación principal de Estados Unidos ahora, es que en caso de que se desate la invasión terrestre israelí a Gaza, la situación podría escalar habida cuenta que Washington posee alrededor de 40.000 soldados en Asia Occidental en bases ubicadas en Siria, Irak, Kuwait, Jordania, Bahréin, ?atar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Turquía y Omán.

En particular, es factor de desasosiego superlativo la situación de la 5ta. Flota de la Armada estadounidense conformada por un Grupo de Batalla integrado por un portaaviones, sus buques de escolta, una Ala Aérea, un Grupo Anfibio y diversos buques auxiliares hasta completar 20 naves con un total de 16 mil efectivos. Esta flota, ubicada en Bahréin aproximadamente a 280 Km. de la costa iraní y a menos de un minuto de vuelo de los misiles hipersónicos Fattah que pueden viajar hasta a 15 veces la velocidad del sonido, teniendo un alcance de hasta 1.400 kilómetros y frente a los cuales Estados Unidos no tiene ninguna tecnología que permita interceptarlos o destruirlos, sería presa fácil de la respuesta iraní a la agresión terrestre a Gaza.

De igual manera, los estrechos de Ormuz y Bab el Mandeb quedarían cubiertos por los misiles iraníes y, en este último caso también por los de Yemen, que cerrarían el Golfo Pérsico y el Mar Rojo a los supertanqueros que cargan el 40% del petróleo que se consume en el planeta. La debacle de la economía mundial sería inmediata toda vez que los precios del crudo se elevarían a montos inaccesibles para la gran mayoría de los países del mundo.

De ahí que el secretario de Estado Anthony Binken viajara dos veces a Israel, casi en simultáneo con el secretario de Defensa, Lloyd Austin y el propio presidente Joe Biden, todo en menos de una semana. La urgencia del hecho viene acentuada por la constatación de que el presidente de Estados Unidos se vio obligado a realizar un largo recorrido para estar solo 6 horas en Tel Aviv.

En medio de esta desenfrenada actividad diplomática de Estados Unidos tratando de apagar incendios con gasolina, China realizó el tercer foro de la Nueva Ruta de la Seda con la asistencia de delegaciones de más de 140 países, varias de ellas presididas por jefes de Estado y/o gobierno que debatieron sobre la base de que “China irá mejor si al resto del mundo va bien, y al resto del mundo le irá mejor siempre que China vaya bien” según lo manifestado por el presidente Xi Jinping durante el discurso inaugural del evento.

Sobre el conflicto en Asia Occidental, Beijing desde hace tiempo fijó posición: “China apoya firmemente el establecimiento de un Estado independiente de Palestina, que goce de plena soberanía sobre la base de las fronteras de 1967 y con Jerusalén Oriental como su capital. China apoya a Palestina para que se convierta en miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas”.

A su vez, Rusia ha expresado su grave preocupación por la escalada de violencia entre palestinos e israelíes. Su postura que definen como “principal y coherente” es que este conflicto “que dura ya 75 años, no tiene solución por la fuerza y solo puede ser solucionado por medios político-diplomáticos mediante el establecimiento de un proceso de negociaciones de pleno formato sobre la base conocida del derecho internacional que estipula la creación del Estado palestino independiente en las fronteras del año 1967, con Jerusalén Este como su capital, el cual viva en paz y seguridad con Israel”.

En este contexto, como ha dicho el analista internacional brasileño Pepe Escobar: “Después de su sorprendente ataque […] un Hamás inteligente ya ha conseguido más influencia negociadora que la autoridad palestina durante décadas. Es significativo que, si bien las conversaciones de paz cuentan con el apoyo de China, Rusia, Turkiye, Arabia Saudí y Egipto, Tel Aviv se niega. Netanyahu está obsesionado con arrasar Gaza, pero si eso sucede, una guerra regional más amplia es casi inevitable”.

Así mismo debe considerarse que a partir del 1° de enero, tres de los más importantes países musulmanes, Arabia Saudí, Egipto e Irán comenzarán a formar del grupo BRICS 11, de igual manera que los Emiratos Árabes Unidos creando una correlación de fuerzas muy positiva en apoyo a la lucha del pueblo palestino.

La situación creada ha llevado a consecuencias imprevisibles hace solo unas semanas. En este sentido, a pesar de que las conversaciones entre Arabia Saudí e Israel para establecer relaciones estaban bastante avanzadas, las mismas parecen haberse “congelado” después de las acciones del 7 de octubre. Un funcionario diplomático saudí informó que su país “ha decidido suspender el debate sobre la posible normalización [con Israel] y ha informado a los funcionarios estadounidenses”. Vale decir que pese a las presiones de Washington a Riad para que esta condenara el ataque de Hamas, la monarquía wahabita se negó a hacerlo.

En otro ámbito, el pasado 13 de octubre el gobierno catarí anunció que estaba dispuesto a cortar las exportaciones de gas natural al resto del mundo en apoyo a Palestina. El emir Sheikh Tamim ibn Hamad Al Thani jefe de Estado de Catar fue contundente y directo al decir que: “Si no cesa el bombardeo de Gaza, cortaremos el suministro de gas al mundo”, agregando mayor incertidumbre al futuro económico del planeta. Vale decir que Catar es el sexto productor más importante del mundo al tiempo que posee la tercera mayor reserva de gas.

En este contexto, no se puede obviar en el análisis, la gira del canciller iraní Hossein Amir Abdollahian por la región. Al finalizar la misma, informó que existía la posibilidad de que se abrieran otros frentes contra Israel en medio de su actual conflicto con Palestina. En todo caso, el ministro persa dejó en claro que sería la Resistencia la que tomaría la decisión final sobre lo que llamó “la hora cero” para cualquier acción en caso de continuación de la agresión de Israel contra Gaza.

Amir alertó en el sentido de que si hubiera “dilación” por parte de la comunidad internacional, de Naciones Unidas y de los activistas que apoyan el belicismo del régimen sionista “la respuesta se dará en el momento oportuno y adecuado para la Resistencia. Siendo determinante para “cambiar el mapa actual de los territorios ocupados”.

Esta idea fue ratificada por el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Hoseiní Jameneí quien advirtió el pasado 17 de octubre que si los crímenes [de Israel] continúan, “los musulmanes y las fuerzas de resistencia perderán la paciencia y nadie podrá detenerlos”.

En este marco, el 19 de octubre, un vocero de Hezbollah afirmó que su organización estará en el centro de la batalla en curso. Además de las 12 operaciones llevadas a cabo contra posiciones fronterizas israelíes con la Palestina ocupada desde el lanzamiento de la ofensiva israelí contra la Franja de Gaza, Hezbollah participa en la sala de operaciones conjuntas de las facciones de la resistencia palestina que están trabajando “juntas de forma continua e intensa y se coordinan entre sí” después de acordar los pasos a seguir para enfrentar al enemigo sionista en los dos frentes palestino y libanés para lo cual se encuentran intercambiando información. Así mismo, dieron a conocer que todas las acciones sobre el terreno son decididas en esta sala de operaciones teniendo en cuenta los hechos y los enfoques políticos.

Estará por verse si Israel finalmente lanza su ofensiva terrestre sobre Gaza, y cuál será la respuesta del Eje de la Resistencia y del mundo musulmán en apoyo al pueblo palestino. Ello señalará el derrotero de este conflicto y el futuro del planeta, habida cuenta de la total inoperancia de la ONU que se ha marginada de su responsabilidad de tomar decisiones que conduzcan a impedir y evitar que este genocidio se siga produciendo.


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