El teatro es indispensable, irreemplazable, insoslayable, inexpresable. Muchos in a los que se podrían seguir sumando innumerables más, todos dirigidos a expresar la indiscutible necesidad del teatro para la sociedad. Tal vez por eso en estos tiempos en que las salas han permanecido cerradas y ha sido como si las ciudades tuvieran detenido el corazón, el teatro tuvo que recordar su presencia y reafirmar su existencia a través de la virtualidad. ¿Era acaso necesario sumarse a la virtualización de todas las actividades humanísticas, en especial las más indispensables, como la educación, para lograr la continuidad del arte más polémico, inquieto y discutido de todos los tiempos? ¿No podía el teatro esperar a que terminase la cuarentena para convocar a los espectadores a sus salas reabiertas y volver a brindar la ficción en el lugar que le es natural e histórico: el escenario? ¿Por qué el teatro debió reducirse al tamaño de una pantalla de computadora (y a veces de celular), y llevar a sus espectadores a una posición incluso más televisiva que cinematográfica, y a los actores a la soledad de los monólogos en el living de sus propias casas, ya que son las únicas posibilidades que da la virtualidad a una puesta en escena? Y además de todo esto, ¿es válido seguir hablando sobre teatro en un mundo al borde del totalitarismo autoritario más grande y globalizado de su historia?
Tras cuarenta y cinco años en el mundo del teatro, y para empezar por la última pregunta, creo que es vicioso filosofar tanto sobre el arte teatral y robar esa energía al entrenamiento, a los ensayos, al estudio de los textos. En estos últimos tiempos tengo la impresión de que la Filosofía hubiera agotado sus fuentes de reflexión y estuviera abrevando del teatro, que no necesita de tanta disquisición sino que precisa acción, trabajo constante hecho de músculos, tendones, sangre, carne, voz. Con esto no quiero decir que no sean necesarios la reflexión y el debate sobre el arte teatral, sino que cuando el discurso aplasta el hecho mismo que lo ha generado, estamos en grave peligro. En este mundo cada vez más homologado y triste, el teatro de acción es no ya necesario, sino indispensable. Es más, el teatro es la única voz que se puede alzar contra la dictadura del sistema, el avasallamiento del materialismo absoluto y el engaño del consumismo.
En cuanto al teatro virtual, como teatrista, dramaturgo, director y ex actor, nunca me podrá gustar ver una obra en una pantalla. Es más, nunca miré ni siquiera las filmaciones de mis propias obras. Sin embargo, en estos tiempos en que las salas teatrales están cerradas, pienso que el teatro virtual es necesario. No porque el mundo se vaya a olvidar lo que significa el teatro -si bien la mayor parte de la gente no ha pisado ni pisará jamás una sala teatral-, sino porque el concepto mismo de teatro existe en la humanidad a pesar de que los gobiernos y el sistema hagan de todo para borrar de la memoria colectiva las fuentes artísticas del pensamiento y la reflexión. Tampoco debe existir el teatro virtual en estas épocas únicamente porque para muchos artistas representa la única fuente de ingreso, aunque sea éste un argumento de una solidez indiscutible. El teatro virtual debe existir porque los teatristas corren el peligro de morir de tristeza. Y si bien nada sería más apetecible para los sicarios del sistema que la desaparición de los artistas, es algo que no podemos permitir que suceda. Por eso el teatro es indispensable, bajo la forma que sea.
En la abigarrada floresta de sesudas disquisiciones acerca del teatro, cundió en estos tiempos de cuarentena el término “tecnovivio”, como contraposición a “convivio”, que sería algo así como la experiencia teatral, pero dicha de manera más complicada (como explicaba Don Quijote a Sancho, hay que poner algún latín aquí y allá para que el relato sea más pomposo). En esta esfera de un teatro audiovisual fueron germinando y rápidamente floreciendo las propuestas de monólogos filmados, la mayor parte de las veces con celular, y todas las veces en los interiores de las casas de los artistas. Como consecuencia y por directa contaminación, estas puestas paulatinamente adquirieron mayor sofisticación en lo técnico, pero muy rara vez en lo teatral propiamente dicho. Sin el necesario tamiz de la elección concienzuda de textos, de la mirada permanente del director y de los innumerables e indispensables ensayos, estas escenas muchas veces sólo cumplieron con uno de sus cometidos, que era gritar que el teatro y los teatristas seguían vivos y que necesitaban trabajar.
Hay algo que no puede dejar de tenerse en cuenta, y que es innegable: el teatro se hace, se vive y se ve fuera del ámbito doméstico. Hay experiencias de teatro realizadas en habitaciones de casas, pero no son nuestra propia casa, no estamos en ropa interior mirándolo, y esa casa en la que se representa ha sido adecuada y convertida en una sala teatral de muchos escenarios. También surgió una propuesta llamada “audioguía”, que propuso escuchar audios de whatsapp (obviamente grabados por actores famosos de Buenos Aires) con distintos personajes de una historia extremadamente simple en su argumento, y que se prolongaban varios días durante los cuales llegaban esos mensajes, por lo general referidos a una historia de amor infeliz.
Como los delfines que volvían a los canales de Venecia (¿alguna vez hubo delfines en Venecia?) la fantástica ilusión de que el fin de la cuarentena provocaría que al reabrirse las salas un público sediento de teatro haría cola para ver obras, no deja de ser una utopía que sólo puede ser creída por quienes no están en el mundo del verdadero teatro. Es obvio que el teatro va a seguir existiendo, va a seguir haciéndose, y también es obvio que quien no asistía al teatro antes de la pandemia, tampoco lo hará después.
Es vicioso proseguir una discusión que sólo nos va a llevar a un callejón sin salida. Festejemos (los que amamos el teatro) que las salas se reabran, que los artistas vuelvan a trabajar, y que los asiduos amantes del teatro regresen a las butacas para disfrutar del espectáculo. Lo demás, es tecnología.
Tras cuarenta y cinco años en el mundo del teatro, y para empezar por la última pregunta, creo que es vicioso filosofar tanto sobre el arte teatral y robar esa energía al entrenamiento, a los ensayos, al estudio de los textos. En estos últimos tiempos tengo la impresión de que la Filosofía hubiera agotado sus fuentes de reflexión y estuviera abrevando del teatro, que no necesita de tanta disquisición sino que precisa acción, trabajo constante hecho de músculos, tendones, sangre, carne, voz. Con esto no quiero decir que no sean necesarios la reflexión y el debate sobre el arte teatral, sino que cuando el discurso aplasta el hecho mismo que lo ha generado, estamos en grave peligro. En este mundo cada vez más homologado y triste, el teatro de acción es no ya necesario, sino indispensable. Es más, el teatro es la única voz que se puede alzar contra la dictadura del sistema, el avasallamiento del materialismo absoluto y el engaño del consumismo. En cuanto al teatro virtual, como teatrista, dramaturgo, director y ex actor, nunca me podrá gustar ver una obra en una pantalla. Es más, nunca miré ni siquiera las filmaciones de mis propias obras. Sin embargo, en estos tiempos en que las salas teatrales están cerradas, pienso que el teatro virtual es necesario. No porque el mundo se vaya a olvidar lo que significa el teatro -si bien la mayor parte de la gente no ha pisado ni pisará jamás una sala teatral-, sino porque el concepto mismo de teatro existe en la humanidad a pesar de que los gobiernos y el sistema hagan de todo para borrar de la memoria colectiva las fuentes artísticas del pensamiento y la reflexión. Tampoco debe existir el teatro virtual en estas épocas únicamente porque para muchos artistas representa la única fuente de ingreso, aunque sea éste un argumento de una solidez indiscutible. El teatro virtual debe existir porque los teatristas corren el peligro de morir de tristeza. Y si bien nada sería más apetecible para los sicarios del sistema que la desaparición de los artistas, es algo que no podemos permitir que suceda. Por eso el teatro es indispensable, bajo la forma que sea. En la abigarrada floresta de sesudas disquisiciones acerca del teatro, cundió en estos tiempos de cuarentena el término “tecnovivio”, como contraposición a “convivio”, que sería algo así como la experiencia teatral, pero dicha de manera más complicada (como explicaba Don Quijote a Sancho, hay que poner algún latín aquí y allá para que el relato sea más pomposo). En esta esfera de un teatro audiovisual fueron germinando y rápidamente floreciendo las propuestas de monólogos filmados, la mayor parte de las veces con celular, y todas las veces en los interiores de las casas de los artistas. Como consecuencia y por directa contaminación, estas puestas paulatinamente adquirieron mayor sofisticación en lo técnico, pero muy rara vez en lo teatral propiamente dicho. Sin el necesario tamiz de la elección concienzuda de textos, de la mirada permanente del director y de los innumerables e indispensables ensayos, estas escenas muchas veces sólo cumplieron con uno de sus cometidos, que era gritar que el teatro y los teatristas seguían vivos y que necesitaban trabajar. Hay algo que no puede dejar de tenerse en cuenta, y que es innegable: el teatro se hace, se vive y se ve fuera del ámbito doméstico. Hay experiencias de teatro realizadas en habitaciones de casas, pero no son nuestra propia casa, no estamos en ropa interior mirándolo, y esa casa en la que se representa ha sido adecuada y convertida en una sala teatral de muchos escenarios. También surgió una propuesta llamada “audioguía”, que propuso escuchar audios de whatsapp (obviamente grabados por actores famosos de Buenos Aires) con distintos personajes de una historia extremadamente simple en su argumento, y que se prolongaban varios días durante los cuales llegaban esos mensajes, por lo general referidos a una historia de amor infeliz. Como los delfines que volvían a los canales de Venecia (¿alguna vez hubo delfines en Venecia?) la fantástica ilusión de que el fin de la cuarentena provocaría que al reabrirse las salas un público sediento de teatro haría cola para ver obras, no deja de ser una utopía que sólo puede ser creída por quienes no están en el mundo del verdadero teatro. Es obvio que el teatro va a seguir existiendo, va a seguir haciéndose, y también es obvio que quien no asistía al teatro antes de la pandemia, tampoco lo hará después. Es vicioso proseguir una discusión que sólo nos va a llevar a un callejón sin salida. Festejemos (los que amamos el teatro) que las salas se reabran, que los artistas vuelvan a trabajar, y que los asiduos amantes del teatro regresen a las butacas para disfrutar del espectáculo. Lo demás, es tecnología. |
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