Nicaragua es un pequeño país de América Central que tiene una población 50 veces y una superficie 75 veces menor que la de Estados Unidos. El PIB estadounidense (en 2019) fue 1.772 veces superior al de Nicaragua el mismo año. Estados Unidos tiene 5.113 ojivas nucleares, 11 portaviones y 18 submarinos nucleares, Nicaragua ninguno. ¿Puede alguien creer en su sano juicio que Nicaragua sea una amenaza para Estados Unidos?
Si el problema fuera la democracia, vale preguntarse ¿Cuánta preocupación le genera a Estados Unidos la democracia en Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos o en nuestra región Paraguay, Brasil, Honduras, Venezuela Haití o Chile donde ha planificado, organizado y apoyado golpes de Estado en contra de la democracia?
Eso por no hablar del pasado cuando apoyó a cuánta dictadura hubo en la región. En la propia Nicaragua, Estados Unidos fue mentor de Somoza quien según el presidente Roosevelt era “un hijo de puta”, pero era “nuestro hijo de puta”.
¿De dónde viene entonces el furibundo odio que los sucesivos gobiernos de Estados Unidos han sentido y sienten por Nicaragua? Sin duda alguna de su historia. Ningún país de América Latina y el Caribe le ha propinado a Estados Unidos tantas derrotas como la patria de Rubén Darío y Augusto C. Sandino.
Veamos. Su posición geográfica dentro de la cintura centroamericana le valió desde muy temprano la mirada ambiciosa de las potencias. Así, a mediados del siglo XIX, el filibustero estadounidense William Walker (hoy le diríamos mercenario) con el visto bueno tácito del gobierno de Estados Unidos, invadió Nicaragua con una fuerza militar que lo llevó incluso (aupado por un sector de los siempre presentes indignos y aleves que aparecen en todo proceso político) a la presidencia de la República. Las fuerzas patriotas se vieron abocadas a la Guerra Nacional para resistir la invasión extranjera. Tras avances y retrocesos que intentaba para consolidar su control sobre el país, Walker sufrió una contundente derrota el 14 de septiembre de 1856 en la batalla de San Jacinto a manos de los patriotas nicaragüenses que eran doblados en número, dirigidos por el coronel José Santos Estrada. Fue el principio del fin, por muchos más intentos que Walker hizo para sostenerse en el poder fue perseguido, acosado y finalmente fusilado en Honduras en 1860. El intento estadounidense de apoderarse de Nicaragua fue derrotado por primera vez.
Un poco más de medio siglo después, en 1912 -tras varios intentos fallidos- nuevamente Nicaragua fue ocupada por Estados Unidos. El objetivo era el mismo: asegurar el territorio para que Estados Unidos construyese un canal antes que lo hiciera algún contendiente. En 1916 se firmó entre Estados Unidos y Nicaragua el Tratado Bryan-Chamorro que transformó el país en un virtual protectorado yanqui. Como parte del control que estableció, en 1928 Estados Unidos creó una Guardia Nacional, como fuerza nativa de ocupación de su propio país al servicio de la potencia norteamericana.
En 1927, en contra de la presencia norteamericana que ya ascendía a 5000 soldados y alrededor de 500 oficiales y también en contra de la traición (como se ve, siempre presente) del general José María Moncada que había firmado con Estados Unidos el llamado “Pacto del Espino Negro” se alzó el General Augusto C. Sandino” bajo la consigna de “No me vendo ni me rindo. Yo quiero Patria Libre o Morir”, desatando una guerra de carácter regular hasta que el empleo de la aviación estadounidense en contra de ciudades inermes que producían grandes bajas a la población civil lo convencieron de la necesidad del uso de la lucha de guerrillas comandando un ejército de campesinos que la poetisa chilena Gabriela Mistral bautizó como “pequeño ejército loco de voluntad de sacrificio”. La guerra se fue expandiendo por todo el territorio nacional en la misma medida que crecían los éxitos de Sandino hasta que el ejército norteamericano se vio obligado a retirarse derrotado de Nicaragua en enero de 1933. Segunda derrota de Estados Unidos en Nicaragua, ésta de carácter militar, que a su vez fue la primera de ese tipo que sufrió Estados Unidos en América Latina.
El asesinato de Sandino aunque produjo una temporal paralización de la lucha del pueblo nicaragüense, no detuvo su ímpetu libertario. Las ideas de Sandino se generalizaron, cobraron vida entre los jóvenes y en 1961 se hizo organización y estructura cuando se funda bajo el liderazgo del Comandante Carlos Fonseca Amador, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que tras una larga lucha de 18 años con la participación masiva del pueblo nicaragüense logra derrotar al “hijo de puta de Estados Unidos” al que defendió hasta último momento protegiendo su huida sin que momentáneamente pagara por sus crímenes en contra del pueblo. Nueva derrota de Estados Unidos, esta vez de carácter político, porque en Nicaragua se instauró un gobierno popular y revolucionario que por primera vez en la historia institucionalizó el país creando un sólido ejército garante de la soberanía y la integridad territorial, que además – también por primera vez- no rendía cuentas a ninguna potencia extranjera.
Solo el agotamiento producido por verse obligados a vivir bajo una brutal guerra intervencionista que según algunas fuentes provocó alrededor de 150 mil víctimas entre muertos, heridos y discapacitados, hizo que el pueblo desalojara al FSLN del poder por vía electoral. Sin embargo, en el interregno en junio de 1986 la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya votó a favor de Nicaragua una sentencia por la demanda interpuesta contra Estados Unidos por promover la guerra e inestabilidad en los años de gobierno sandinista. Nueva derrota de Estados Unidos ante Nicaragua, esta vez diplomática y jurídica que puso en evidencia a nivel internacional el carácter imperialista e intervencionista de su política exterior.
A partir de 1990, se entronizaron en el país una serie de gobiernos neoliberales que hicieron retroceder los índices de desarrollo social a los niveles que había dejado la dictadura. Pero el FSLN con el Comandante Daniel Ortega a la cabeza no se amilanó aunque la derrota electoral produjo nuevas e importantes deserciones y algunas traiciones como –repito- siempre ha ocurrido en todo momento.
El FSLN comenzó entonces a construir una nueva historia en la que se impuso durante 17 años (casi los mismos que mediaron entre la fundación del FSLN y el triunfo de la revolución) la perseverancia de Daniel frente al desgano, la confianza en el pueblo frente a la suspicacia respecto de sus capacidades, la voluntad frente al cansancio, la firmeza frente a la ambigüedad y el FSLN volvió al poder de la misma manera que lo había perdido: por vía electoral. Nueva derrota de Estados Unidos –de carácter político- que no podía comprender como los gobiernos neoliberales que “administraron” el país desde 1990 hasta 2007 habían sido defenestrados a pesar de todo el apoyo imperial.
El gobierno sandinista se volcó a reconstruir el país. Se llegó al hecho insólito de tener que hacer una nueva campaña de alfabetización (Nicaragua es el único país del mundo declarado dos veces libre de analfabetismo por la Unesco). La población volvió a tener acceso a la salud pública porque el país había sido llevado a los niveles de salud previos a la revolución en cuanto a mortalidad infantil, camas por habitantes, presupuesto, vacunación infantil, mortalidad materna, eliminación de enfermedades endémicas y otros. Nuevamente la seguridad social retornó a la preocupación del gobierno y se elevaron los presupuestos sociales en materia de recreación, cultura deportes y otros. El país volvió -literalmente- de las tinieblas, cuando tenía hasta 12 horas diarias de apagones para crear una red nacional de abastecimiento eléctrico desarrollando las energías alternativas como ningún otro país de América Latina.
Y todo eso en un marco de paz ciudadana, de convivencia democrática, con un ejemplar modelo de economía mixta en la que los empresarios invertían en su país por la estabilidad que el gobierno había generado. En septiembre de 2008, solo un año después de que el FSLN regresara al poder, al concluir el análisis del desempeño económico del país, la Junta Ejecutiva del Fondo Monetario Internacional (FMI) determinó que “las políticas macroeconómicas de Nicaragua siguen siendo prudentes y que su programa para mitigar la pobreza es satisfactorio”. Casi ocho años después, en abril de 2016, el mismo organismo financiero internacional, después de la visita de una Comisión al país dictaminó que: “La economía nicaragüense sigue registrando tasas de crecimiento elevadas y políticas macroeconómicas sostenibles. En 2015, el Producto Interno Bruto (PIB) creció 4.9% y el promedio de los últimos cinco años (5.2%) es uno de los más altos de la región”. Nueva derrota de Estados Unidos, esta vez de carácter económico pero con incidencia en lo político: el gobierno del FSLN demostró que su modelo político de crecimiento sustentable era viable y verosímil en el tiempo.
Era más de lo que Estados Unidos podía soportar, entendió que se estaba gestando un modelo que podría ser replicado en otras latitudes: un pequeño país con recursos escasos era capaz de construir un experimento soberano de economía mixta y desarrollo social en el marco de la democracia y la paz ciudadana. El recién inaugurado presidente Donald Trump ordenó acelerar todos los planes subversivos siempre presentes en la carpeta de las agencias de inteligencia y ordenó el derrocamiento del gobierno, contando para ello con el siempre presente apoyo de fuerzas locales, sobre todo de empresarios no contentos con la riqueza habida y ávidos de mayor lucro, sectores de la derecha tradicional que piensan en inglés, la jerarquía católica opuesta al papa Francisco y grupos de ex sandinistas desgajados del tronco original por diversos motivos, válidos o no, pero que en cualquier caso no justifican ponerse al servicio de una potencia extranjera y transformarse en asalariados de ella.
En abril de 2018 se desató un brutal intento de golpe de Estado que los medios de comunicación nacional e internacional se apresuraron a decretar victorioso sin contar con la voluntad de resistencia del pueblo nicaragüense, la fortaleza institucional del país, en particular del ejército y el liderazgo del FSLN y del comandante Daniel Ortega. La intentona se saldó con casi 200 muertos entre ellos 20 policías, así como severos daños a la economía nacional. Fueron destruidos 252 edificios públicos y privados, 209 kilómetros de calles o carreteras, se incendiaron 278 maquinarias y equipos de construcción y 389 vehículos. Al final, la ofensiva insurreccional opositora en la que la embajada de Estados Unidos tuvo pública participación fue otra vez derrotada, sin embargo los daños causados a la economía retrotrajeron los avances de varios años que habían significado un mejoramiento ostensible de las condiciones de vida del pueblo.
No obstante a eso, ya en plena pandemia el 21 de febrero de 2020, el Directorio Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI) realizó una nueva consulta en Nicaragua. En su informe concluía que: “Desde abril de 2018, los disturbios sociales y sus secuelas erosionaron la confianza y produjeron grandes salidas de capitales y depósitos bancarios, lo cual afectó negativamente a la actividad económica nicaragüense. Se estima que el PIB real sufrió otra contracción en 2019 de 5,7% (el crecimiento de 2018 fue de -3,8%) debido al deterioro de la demanda agregada, la consolidación fiscal y las sanciones”. En este punto, recomiendo al lector que vuelva líneas atrás y vea al informe del organismo en 2016 para que establezca las comparaciones, así mismo debe incluir en su análisis el último factor mencionado: el de las sanciones que comenzaron a gravitar en el desarrollo del país como parte de la agresión imperial de Estados Unidos.
El informe agrega que: “Si bien la desaceleración económica se tradujo en un superávit en cuenta corriente en 2018 y 2019, la mejora quedó íntegramente neutralizada por la reversión que experimentó la cuenta financiera. Las autoridades adoptaron políticas menos restrictivas en el ámbito monetario y del sistema financiero en 2018–19 a fin de evitar una espiral económica descendente”. De esta forma se da muestra, de manera precisa, de la capacidad institucional del país para enfrentar las adversidades producidas, no de forma casual, sino por la renovada agenda intervencionista de una potencia extranjera como ha quedado demostrado con las pruebas de tal instrumentación mostradas por las autoridades del país. Nueva derrota de Estados Unidos que no pudo ni derrocar al gobierno ni impedir su nuevo camino a la normalización ya no solo en medio de la agresión, también de la pandemia.
Pero no ha sido suficiente, ahora en la cercanía de las elecciones presidenciales pautadas para este año, Estados Unidos una vez más ha soltado a sus huestes para deslegitimar las instituciones del país, cuestionar el ordenamiento constitucional e intentar por vía externa lo que una oposición menoscabada, desprestigiada y dividida no puede lograr con el esfuerzo propio. Como no puede ser menos para un país que se respete, Nicaragua ha hecho valer todo el peso de la ley para salvaguardar la estabilidad y la paz del país.
Ante esto, un nuevo coro se ha desatado para intentar la enésima agresión contra Nicaragua. La mejor prueba de que lo que está haciendo el gobierno de Nicaragua es acertado es el rechazo a las medidas tomadas por parte de la OEA, su secretario general Luis Almagro y los gobiernos de Estados Unidos y España entre otros. Son señales claras de que se ha emprendido el camino correcto.
En este caso, la coral está acompañada por sectores de la derecha socialdemócrata y socialcristiana internacional y ciertos sectores de una izquierda de salón que posee un discurso muy radical pero no supera las normas de análisis de la democracia representativa. Hay que saber lo que significa un día, todos los días, una semana, todas las semanas, un mes, todos los meses, un año, todos los años, es decir transitar toda la vida bajo acoso, con agresiones, intervenciones militares, sanciones económicas, bloqueos, intentos de asesinato de los dirigentes e innumerables expedientes terroristas que se alojan en las agendas de la política imperial. Con todo respeto, quiero decir que hay que vivirlo para saber de que se trata. Sin menoscabar a nadie, los que hemos tenido la suerte de vivir el tiempo de los fusiles y actuar con ellos, en el tiempo de la política para hacerla honestamente y también el tiempo de los lápices y las computadoras para usarlos en la misma lucha, sabemos la diferencia entre unas y otras. Y en estos momentos –disculpen que lo repita tanto- siempre recuerdo al Comandante Tomás Borge cuando me decía: “Si estás confundido, fíjate siempre dónde está Fidel. Ahí hay que estar”. Y Fidel nos enseñaba que había que saber en qué trinchera está el imperialismo para ponerse en la trinchera del frente”. Para mí, en el largo camino de la revolución esa es orientación y guía. A lo largo de la historia siempre ha habido traidores y desertores. ¿Dónde está el general Rafael del Pino, héroe de Playa Girón? ¿Dónde Dariel Alarcón “Benigno” compañero del Che en Bolivia? ¿A quién sirve hoy Joaquín Villalobos, ex jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo de El Salvador? ¿ Que se hicieron algunos ministros y altos funcionarios del gobierno de Salvador Allende que por más de 30 años se han hecho ricos administrando el modelo neoliberal chileno a expensas de su defensa de la Constitución de Pinochet? ¿Es que acaso todos los que acompañaron al Comandante Chávez el 4 de febrero de 1992, están siguiendo sus ideas hoy? Si a alguien le interesa el tema, revise la Constitución venezolana de 1999, vean quienes la firmaron y averigüen donde están hoy. Hasta Eduardo Galeano y José Saramago cuestionaron y rompieron con la revolución cubana por estar en contra de medidas extremas que tuvo que tomar el país ante la persistente agresión estadounidense. Como hombres inteligentes, al cabo del tiempo comprendieron la situación y fallecieron en sana paz con Fidel y el pueblo cubano. Boaventura de Souza ha sido permanente y fuerte crítico del proceso bolivariano. Hay que ser capaz de diferenciar entre la crítica y la traición. Finalmente debe imperar aquella máxima del Comandante Camilo Cienfuegos: “Esos que luchan, no importa dónde, son nuestros hermanos”. ¿Quién no comete errores? ¿Acaso 25 siglos de sociedades de clases pueden ser superados en cortos lapsos de tiempo? ¿No traen los constructores de la nueva sociedad, vicios y lacras del pasado? ¿Dónde esta el manual de construcción de esa nueva sociedad y el modelo que se debe seguir? No existe, porque este un proceso vivo, dialéctico, sustentado en el ensayo y error. Son seres humanos de carne y hueso no exentos de equivocaciones los que se proponen el asalto al poder para entregárselo al pueblo. El precepto cristiano dice que: “El que esté libre de pecados que tire la primera piedra”. En el caso de Nicaragua, nadie me puede contar la historia. Yo fui errónea e injustamente expulsado de forma ignominiosa del país cuando fui embajador de Venezuela enviado por el Comandante Hugo Chávez. No es tema de este escrito, solo una referencia para decir que no puede ser el ámbito de lo propio el que motive la acción de un revolucionario. Y tampoco puede ser el resentimiento, el afán de protagonismo y la sobrevaloración individual lo que mueva su vida a favor del pueblo. No somos los revolucionarios los que hemos planteado la disyuntiva del todo o nada. Las consignas de “Patria o Muerte Venceremos” y “Patria Libre o Morir” fueron adoptadas por Fidel y por Sandino después que las circunstancias se las impusieron. Vale recordar el brutal decreto de Guerra a Muerte que Bolívar se vio obligado a firmar en 1813 en medio del fragor de la lucha independentista contra España y en el que no se aceptaban medias tintas. En algún momento, tanto en Cuba como en Nicaragua disminuyó el uso de esos lemas que identificaban su vocación revolucionaria como forma de aflojar las tensiones, pero la agresión no cesó. Fue el imperialismo el que planteó el “todo o nada”. Y en estas condiciones lamentablemente no hay espacio para las terceras opciones. O estás con el imperialismo o estás con la Patria. Que cada quien elija su trinchera. Yo no tengo dudas de cuál es la mía.
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