Semblanza de Leonor García Hernando
Sergio Kisielewsky
Todos los que la escuchan saben que es una poeta de otro mundo en un territorio ajado, no tiene buenas costumbres y su moral es un diamante que deja una ética imborrable ...


La chica ya no está en el bar La Paz, no escribe junto a la ventana que da a la calle, no fuma sus cigarritos que saca de una tabaquera con brillo, ya no atraviesa Corrientes sin fijarse en los semáforos, dice cosas incorrectas en momentos incorrectos. No consigue trabajo, vive en pensiones, se enamora del hombre equivocado sin embargo huye con él, se casa de manera clandestina. Milita, reparte revistas en momentos más que difíciles, trabaja como secretaria en la SADE, es asistente de una gran cantante argentina, es una de las poetas que este país puso debajo de la alfombra con cierta incomodidad, algo generó su obra, por eso es necesario quebrar ese silencio y abrirse a su poesía. Leonor García Hernando nació en Buenos Aires en 1955, pero su época más feliz fue en Tucumán. Y le gustaba decir que su nacimiento fue un accidente de la historia. Su poesía corta por la mitad al lector, es un tatuaje a fondo, no se ve a simple vista. “La belleza ocupó todo su corazón” y por donde quiera que se mire su poética es una sombra que da luz, un esbozo narrativo incontenible como si las palabras huyeran a su origen. En la mesa del bar La Paz estaba siempre El cementerio marino de Valery, los libros de London y Baudelaire, siempre, subrayados y, por sobre todo, Los niños terribles de Jean Cocteau. Siempre atenta a lo nuevo que traían los clásicos, desembozada para vivir y escribir, falleció a los 46 años, un 31 de marzo de 2001.



Ninguna obra se hace de hoy para mañana, pero, sus libros arrancan de cuajo una tradición para crear un imaginario en erupción. “La lujuria de esta luz blanca de los faros errando en un pavimento desolado”. Leonor avanza por la Avenida, come en Los Muchachos con Mirta Satz y Horacio el mozo de siempre dibuja una cuenta más cercana al arte que a las cifras. Coordina el Taller Literario Mario Jorge De Lellis entre 1974 y 1977, vende aros en el antiguo Consejo Deliberante, la platea se viene abajo al escuchar sus poemas en la obra Los poetas de Mascaró, estrenada en 2011, en el Centro Cultural de la Cooperación con la dirección de Leonor Manso y grandes actores, que crean una dramaturgia con poemas entre las manos. Patricio Contreras, Elena Tasisto, Ingrid Pellicori, Alejandro Awada, Walter Quiroz entre otros. Leonor me dice “Escribí más chiquito”, critica el poema, lo hace de una manera para que el próximo texto sea mejor, trabaja la imagen, la síntesis, la emoción lírica sin corta pistas, la épica hecha de un andamiaje sutil, cortante. Leonor habla con sus amigas, le alaban las piernas y escapa, se va con sus ojos azules a otra parte, cocina las mejores empanadas del mundo: las tucumanas.
Tiene la paciencia de que el terremoto en 2001 está al caer ¿Será social, será el amor, será una casa propia? Todos los que la escuchan saben que es una poeta de otro mundo en un territorio ajado, no tiene buenas costumbres y su moral es un diamante que deja una ética imborrable, creó una obra sin respaldo alguno desde lo material y dio a la poesía una respiración distinta, versos extensos, encabalgados, sin adjetivos contando la verdad desde la herida. Sin embargo la derrota no es un precipicio, no es un señuelo final apenas es un relámpago, como definió Auden, a la muerte en el medio de un pic nic. Leonor no esclavizaba al lector con los tajos y las partidas, su universo está al borde del pudor, una saliva que se toca al leer, el vértigo de quien todo lo tiene y no lo sabe. En una reunión de la Revista Mascaró nombró a los poetas que se debía publicar. Nada más generoso que una lista de estéticas diversas, orígenes disímiles pero supo ver más lejos que todos. Admiraba a Walter Adet, Juan Carlos Moisés, Rafael Bielsa, Pedro Donangelo y Luis Eduardo Alonso. Es asombroso, al leer su obra, que, a pesar de la derrota política, está teñida de esa misma ética que no le permitía decaer (“Lisa, como serían tus ojos azules antes de 1976?”) ningún mapa represivo que, en muchas ocasiones, le mordió los talones la tuvo en el bando de la queja.
La militancia orgánica no era su fuerte pero su empuje la llevaba a construir redes de solidaridad y reclamo por los escritores desaparecidos. El amor es otro tropiezo un vector donde decir algo con más sentido que el que suele escucharse de a miles. El casamiento clandestino con un hombre de color se realizó a espaldas de sus padres fue el comienzo de una paradoja, se escondió para ser feliz ¿escribir es esconderse? Tal vez en esa época la felicidad estaba mal vista, tenía mala prensa, así las cosas contra viento y marea Leonor fue feliz, breve fue su matrimonio pero feliz mientras duró. La juventud es algo que ocurre a veces y ella fue joven siempre hasta el último aliento. Cómo se llega a ser una poeta de esa espesura es aún temprano para desentrañarlo. Lee a los poetas franceses, los románticos alemanes, consume biografías de poetas y comienza un movimiento sutil que cambia las maneras de decir. Como el Taller por momentos era numeroso ella en forma natural se convirtió en un referente inevitable, una líder peculiar pero líder al fin en especial por su abordaje de la lectura y crítica de los otros textos. Siempre constructiva, punzante, deliberada y con fundamento. Una imagen en poesía no se construye de la noche al amanecer pero de noche y de mañana hay que trabajar las palabras, cortar la maleza, dejar que florezca lo mejor. Rigor, lecturas, tachaduras, notas al margen.
Desde Mudanzas, su primer libro Leonor, lee a Pizarnik su otro yo, es una Alejandra que bien pudo ser su compañera de cuarto. Ya sabemos lo que ocasiona la convivencia por tanto una como otra hurgaron en materias muy disímiles, cunetas insalvables y fueron hasta el hueso. No son casuales las referencias en la poesía de Leonor hacia Pizarnik más como una hermandad que como una influencia. Los estilos son diversos pero hay un momento de las poéticas que se tocan y no porque se parezcan. Leonor entra a Pernambuco, un bar sobre Corrientes, a metros de Rodríguez Peña, hay actores y actrices. Sale de cuadro, allí los escritores van poco. Comienza un diálogo novedoso para esos tiempos, reparte sus poemas, escucha, conoce un mundo que le trae otras resonancias, el trabajo colectivo para crear en equipo, para generar obras de teatro. Si Proust la llevaba a sus juegos y vivencias en Tucumán los actores también daban en la misma tecla. Actrices y actores estaban allí, se compartía la mesa, los proyectos, el riesgo de llevar a escena a Beckett, Pirandello, Brecht. Sin embargo hay poco elemento teatral en su poesía, hay un acto de decirlo todo de un plumazo. Volver a leerla es la mejor construcción.

Poema sin título

Ofrezco una espalda sin corazón delante.
Si el asesino viene, mi corazón no dará sombra.
Si duermo, seré un tamaño blanco entre sábanas blancas.
Ningún arquero arrojó su dardo amoroso a mi cama
estaré sola
con la espalda en la luz
el cabello caído en la madera.
Le pediré al asesino que me abrace.

(Del libro Negras ropas de mujer)


Poema sin título

de aquel hombre no le creo la herida.
Cuando la cicatriz estire una línea de escurridizo bordes llameantes
tampoco creeré su herida.
¿porqué confiar? Si yo hubiese sido así lastimada, a
nadie le daría una verdad
ni daría dátiles. No le daría nada a nadie.
los desesperados no son confiables. Sería un idiota el
que arriesgara por mí su moneda. Sería un encandilado por el quejido por
el frenesí del que ruega calmantes con labios blancos.
no hay gloria ninguna en la mutilación
ya no creo en heridas. No creo en la sangre derramada.

El viento se retuerce entre altos pastos. Los jugadores de cartas miran sus
diamantes y saben que es poco.
Las aguas turbulentas golpean ventanas opacas, de vidrios empañados
por un aliento roto y esa mirada desvalida del que perdió, se entierra en mi
garganta como una respiración intrusa.

de su herida no es cierto el tajo ni el olor de la
gangrena ni la navaja como un pez sutil ha quedado en el acuario
negro de mosaicos.
Sólo esa manera de aproximar el cuerpo al lavatorio,
de raspar con una esponja la falta, tiene algo de verdad
y no es amor lo que pierde la herida,
no es la fatalidad de una pasión insensata.
Es sólo sangre.

(Del libro Tangos del orfelinato/ Tangos del asesinato)

 

Poema sin título

Así, el amante tuerto mueve su boca de dos labios sus dedos
acostumbrados a interrumpir las conversaciones mueve sus lentes preparados
para ampliar los muslos de las mujeres.
El amante está seguro de su rara belleza de cómo cae la luz iluminando
el ojo sano.
El amante cortará mi corazón en pequeños trozos y con él alimentará a
su gato.

(Del libro La enagua colgada de un clavo en la pared)

 



La chica ya no está en el bar La Paz, no escribe junto a la ventana que da a la calle, no fuma sus cigarritos que saca de una tabaquera con brillo, ya no atraviesa Corrientes sin fijarse en los semáforos, dice cosas incorrectas en momentos incorrectos. No consigue trabajo, vive en pensiones, se enamora del hombre equivocado sin embargo huye con él, se casa de manera clandestina. Milita, reparte revistas en momentos más que difíciles, trabaja como secretaria en la SADE, es asistente de una gran cantante argentina, es una de las poetas que este país puso debajo de la alfombra con cierta incomodidad, algo generó su obra, por eso es necesario quebrar ese silencio y abrirse a su poesía. Leonor García Hernando nació en Buenos Aires en 1955, pero su época más feliz fue en Tucumán. Y le gustaba decir que su nacimiento fue un accidente de la historia. Su poesía corta por la mitad al lector, es un tatuaje a fondo, no se ve a simple vista. “La belleza ocupó todo su corazón” y por donde quiera que se mire su poética es una sombra que da luz, un esbozo narrativo incontenible como si las palabras huyeran a su origen. En la mesa del bar La Paz estaba siempre El cementerio marino de Valery, los libros de London y Baudelaire, siempre, subrayados y, por sobre todo, Los niños terribles de Jean Cocteau. Siempre atenta a lo nuevo que traían los clásicos, desembozada para vivir y escribir, falleció a los 46 años, un 31 de marzo de 2001.



Ninguna obra se hace de hoy para mañana, pero, sus libros arrancan de cuajo una tradición para crear un imaginario en erupción. “La lujuria de esta luz blanca de los faros errando en un pavimento desolado”. Leonor avanza por la Avenida, come en Los Muchachos con Mirta Satz y Horacio el mozo de siempre dibuja una cuenta más cercana al arte que a las cifras. Coordina el Taller Literario Mario Jorge De Lellis entre 1974 y 1977, vende aros en el antiguo Consejo Deliberante, la platea se viene abajo al escuchar sus poemas en la obra Los poetas de Mascaró, estrenada en 2011, en el Centro Cultural de la Cooperación con la dirección de Leonor Manso y grandes actores, que crean una dramaturgia con poemas entre las manos. Patricio Contreras, Elena Tasisto, Ingrid Pellicori, Alejandro Awada, Walter Quiroz entre otros. Leonor me dice “Escribí más chiquito”, critica el poema, lo hace de una manera para que el próximo texto sea mejor, trabaja la imagen, la síntesis, la emoción lírica sin corta pistas, la épica hecha de un andamiaje sutil, cortante. Leonor habla con sus amigas, le alaban las piernas y escapa, se va con sus ojos azules a otra parte, cocina las mejores empanadas del mundo: las tucumanas.
Tiene la paciencia de que el terremoto en 2001 está al caer ¿Será social, será el amor, será una casa propia? Todos los que la escuchan saben que es una poeta de otro mundo en un territorio ajado, no tiene buenas costumbres y su moral es un diamante que deja una ética imborrable, creó una obra sin respaldo alguno desde lo material y dio a la poesía una respiración distinta, versos extensos, encabalgados, sin adjetivos contando la verdad desde la herida. Sin embargo la derrota no es un precipicio, no es un señuelo final apenas es un relámpago, como definió Auden, a la muerte en el medio de un pic nic. Leonor no esclavizaba al lector con los tajos y las partidas, su universo está al borde del pudor, una saliva que se toca al leer, el vértigo de quien todo lo tiene y no lo sabe. En una reunión de la Revista Mascaró nombró a los poetas que se debía publicar. Nada más generoso que una lista de estéticas diversas, orígenes disímiles pero supo ver más lejos que todos. Admiraba a Walter Adet, Juan Carlos Moisés, Rafael Bielsa, Pedro Donangelo y Luis Eduardo Alonso. Es asombroso, al leer su obra, que, a pesar de la derrota política, está teñida de esa misma ética que no le permitía decaer (“Lisa, como serían tus ojos azules antes de 1976?”) ningún mapa represivo que, en muchas ocasiones, le mordió los talones la tuvo en el bando de la queja.
La militancia orgánica no era su fuerte pero su empuje la llevaba a construir redes de solidaridad y reclamo por los escritores desaparecidos. El amor es otro tropiezo un vector donde decir algo con más sentido que el que suele escucharse de a miles. El casamiento clandestino con un hombre de color se realizó a espaldas de sus padres fue el comienzo de una paradoja, se escondió para ser feliz ¿escribir es esconderse? Tal vez en esa época la felicidad estaba mal vista, tenía mala prensa, así las cosas contra viento y marea Leonor fue feliz, breve fue su matrimonio pero feliz mientras duró. La juventud es algo que ocurre a veces y ella fue joven siempre hasta el último aliento. Cómo se llega a ser una poeta de esa espesura es aún temprano para desentrañarlo. Lee a los poetas franceses, los románticos alemanes, consume biografías de poetas y comienza un movimiento sutil que cambia las maneras de decir. Como el Taller por momentos era numeroso ella en forma natural se convirtió en un referente inevitable, una líder peculiar pero líder al fin en especial por su abordaje de la lectura y crítica de los otros textos. Siempre constructiva, punzante, deliberada y con fundamento. Una imagen en poesía no se construye de la noche al amanecer pero de noche y de mañana hay que trabajar las palabras, cortar la maleza, dejar que florezca lo mejor. Rigor, lecturas, tachaduras, notas al margen.
Desde Mudanzas, su primer libro Leonor, lee a Pizarnik su otro yo, es una Alejandra que bien pudo ser su compañera de cuarto. Ya sabemos lo que ocasiona la convivencia por tanto una como otra hurgaron en materias muy disímiles, cunetas insalvables y fueron hasta el hueso. No son casuales las referencias en la poesía de Leonor hacia Pizarnik más como una hermandad que como una influencia. Los estilos son diversos pero hay un momento de las poéticas que se tocan y no porque se parezcan. Leonor entra a Pernambuco, un bar sobre Corrientes, a metros de Rodríguez Peña, hay actores y actrices. Sale de cuadro, allí los escritores van poco. Comienza un diálogo novedoso para esos tiempos, reparte sus poemas, escucha, conoce un mundo que le trae otras resonancias, el trabajo colectivo para crear en equipo, para generar obras de teatro. Si Proust la llevaba a sus juegos y vivencias en Tucumán los actores también daban en la misma tecla. Actrices y actores estaban allí, se compartía la mesa, los proyectos, el riesgo de llevar a escena a Beckett, Pirandello, Brecht. Sin embargo hay poco elemento teatral en su poesía, hay un acto de decirlo todo de un plumazo. Volver a leerla es la mejor construcción.

Poema sin título

Ofrezco una espalda sin corazón delante.
Si el asesino viene, mi corazón no dará sombra.
Si duermo, seré un tamaño blanco entre sábanas blancas.
Ningún arquero arrojó su dardo amoroso a mi cama
estaré sola
con la espalda en la luz
el cabello caído en la madera.
Le pediré al asesino que me abrace.

(Del libro Negras ropas de mujer)


Poema sin título

de aquel hombre no le creo la herida.
Cuando la cicatriz estire una línea de escurridizo bordes llameantes
tampoco creeré su herida.
¿porqué confiar? Si yo hubiese sido así lastimada, a
nadie le daría una verdad
ni daría dátiles. No le daría nada a nadie.
los desesperados no son confiables. Sería un idiota el
que arriesgara por mí su moneda. Sería un encandilado por el quejido por
el frenesí del que ruega calmantes con labios blancos.
no hay gloria ninguna en la mutilación
ya no creo en heridas. No creo en la sangre derramada.

El viento se retuerce entre altos pastos. Los jugadores de cartas miran sus
diamantes y saben que es poco.
Las aguas turbulentas golpean ventanas opacas, de vidrios empañados
por un aliento roto y esa mirada desvalida del que perdió, se entierra en mi
garganta como una respiración intrusa.

de su herida no es cierto el tajo ni el olor de la
gangrena ni la navaja como un pez sutil ha quedado en el acuario
negro de mosaicos.
Sólo esa manera de aproximar el cuerpo al lavatorio,
de raspar con una esponja la falta, tiene algo de verdad
y no es amor lo que pierde la herida,
no es la fatalidad de una pasión insensata.
Es sólo sangre.

(Del libro Tangos del orfelinato/ Tangos del asesinato)

 

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Así, el amante tuerto mueve su boca de dos labios sus dedos
acostumbrados a interrumpir las conversaciones mueve sus lentes preparados
para ampliar los muslos de las mujeres.
El amante está seguro de su rara belleza de cómo cae la luz iluminando
el ojo sano.
El amante cortará mi corazón en pequeños trozos y con él alimentará a
su gato.

(Del libro La enagua colgada de un clavo en la pared)

 




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