Venezuela y la lucha de las fuerzas de cambio en Nuestra América
Astolfo Sangronis Godoy
Los países de Nuestra América no pueden dejar pasar la oportunidad de aprender de lo bueno y de lo malo que acontece en la cuna de Simón Bolívar, la revolución venezolana para superar las estructuras capitalistas de dominio busca una transición a mecanismo alternativos (socialismo del siglo XXI) que reduzcan la dependencia imperial



Durante décadas las fuerzas conservadoras han luchado por el control de los gobiernos en Nuestra América, ya sea por mecanismos electorales (no necesariamente democráticos) o por medio de gobiernos fascistas imponiendo crueles dictaduras. Para las fuerzas de cambio (o de izquierda) no ha sido fácil ya que la lucha por llegar al poder (poder entendido como la capacidad para transformar la sociedad, no para dominarla), es tan compleja como la lucha por mantenerlo y, más difícil aún, avanzar en la transformación social a pesar de los obstáculos. Esta lucha a la que nos referimos ha asumido otras características en el siglo XXI. La aceptación generalizada de la democracia como forma de gobierno basada en principios como; la defensa de los derechos humanos, el rechazo a la intervención militar extranjera y la realización de elecciones para dirimir las diferencias, obligaron a rediseñar los mecanismos de intervención imperiales que tuvieron tanto éxito en el siglo pasado. A esto se le suma el nivel de conciencia y organización de las fuerzas de cambio, que también han perfeccionado los métodos para alcanzar, mantener y avanzar desde los gobiernos.

La percepción de la opinión pública, el marco jurídico internacional y el impacto político son algunos de los límites que tienen estas fuerzas imperialistas para intervenir en nuestros países. Es inaceptable, en el siglo XXI, un golpe de Estado militar como el de Pinochet o el de Videla, por eso la política intervencionista se ha adaptado a un mundo donde se deben respetar los mecanismos democráticos, por lo menos en la apariencia. De allí que ha surgido un nuevo tipo de intervención que va desde lo más sencillo a lo más complejo, derivando en una nueva forma de hacer la guerra, la Guerra Integral. Esta guerra se caracteriza por la realización de sus ataques por medio de todos los ámbitos del Estado-Nación al mismo tiempo; el legal, el político, el económico, el informático, la seguridad (ciudadana y militar), entre otros. Al mismo tiempo tiene como objetivo la desintegración de los componentes del Estado-Nación: la población, el gobierno y el territorio. Predominan dos tipos de agresiones; la psicomaterial, que se esfuerza en acciones que niegan a la población el acceso a bienes y servicios básicos para vivir, además de estimular la enfermedad física y mental de la sociedad. La segunda forma de agresión es la física, destinada expresamente al daño de la infraestructura o al asesinato de la población.

Desde este punto de vista Venezuela ha servido de ejemplo de cómo es posible hacer la revolución y repeler el intervencionismo siendo gobierno (igual que lo hizo Cuba en los años sesenta, pero con el uso de las armas). Sesenta años después Venezuela ha demostrado que se puede acceder y mantener una revolución sin el uso de las armas, aunque este escenario nunca se ha descartado. El nivel de intensidad de la arremetida intervencionista es proporcional al nivel de transformación social que se realice, en este sentido diferenciamos a las fuerzas de cambio progresistas -que priorizan su gestión a las consecuencias del modo de producción capitalista buscando mejorar la calidad de vida de la sociedad- y las fuerzas revolucionarias -que atienden las consecuencias, pero también pretender atacan las causas estructurales-, lo que explica por qué el imperialismo ha sido más fuerte con algunos gobiernos de izquierda que con otros. El nivel del intervencionismo en nuestra región es proporcional al tipo de cambio ejecutado por las fuerzas de cambio, revolucionarias o progresistas. Esto significa que mientras que las fuerzas de cambio no toquen las estructuras capitalistas y mantengan el status quo, es posible una convivencia en términos democráticos. Como por ejemplo la alternancia de gobiernos conservadores y progresistas como Argentina o Uruguay. No obstante, en países con transformaciones más profundas las fuerzas conservadoras revelan su verdadero carácter antidemocrático, asumiendo las formas democráticas sólo cuando les conviene.

En este punto, se desarrolla el intervencionismo con todas sus variantes iniciales para concluir, en caso de no tener éxito, haciendo la guerra integral con toda su intensidad con el fin de incitar la desestabilización que facilite las condiciones para salidas violentas. En Venezuela se han visto todas las etapas de esta forma de guerra, desde sus inicios intervencionistas, donde los ataques eran dirigidos al gobierno (1999-2004), época caracterizada por los intentos de magnicidio y golpes de Estado y, posteriormente (2005-2020), en donde las agresiones fueron contra el gobierno pero también contra el pueblo y su territorio. Los países de Nuestra América no pueden dejar pasar la oportunidad de aprender de lo bueno y de lo malo que acontece en la cuna de Simón Bolívar, la revolución venezolana para superar las estructuras capitalistas de dominio busca una transición a mecanismo alternativos (socialismo del siglo XXI) que reduzcan la dependencia imperial; la salida de FMI, del Banco Mundial, de la OEA, son sólo algunos ejemplos positivos. Sin embargo, el camino recorrido no ha sido fácil, también se han implementado agresiones duras como; un aparente gobierno paralelo (como los hubo en Libia e Irak antes de ser derrocados) que, apoyado en sanciones ilegales y la devaluación inducida de la moneda, han reducido los ingresos del país e incrementado la crisis social.

En la misma medida en que fortalezca el nivel de conciencia de las fuerzas de cambio y predominen las fuerzas revolucionarias la lucha se hará más difícil, no más fácil. Por eso es importante tomar el ejemplo venezolano para aprender que la respuesta ante cada embestida es profundizar la revolución, pisar el acelerador y no el freno. Asimismo, es importante tener presente que el enemigo no puede subestimarse y, en el caso de Venezuela, sigue propinando ataques insuperables hasta hoy. Por eso la respuesta de todas las fuerzas de cambio (revolucionarias y progresistas) es la unidad que permita retroalimentarnos para no cometer errores predecibles, como lo hizo Bolivia al legitimar como árbitro a la OEA quien terminó validando el golpe de Estado a ese país, o como sucedió en Ecuador cuando el líder de la revolución ciudadana se desligó completamente del gobierno hasta el punto de neutralizarse asimismo ante cualquier acción de enemigo, dejando en bandeja de plata el gobierno a un traidor. Las fuerzas de cambio tienen el gran reto de impedir el avance de las fuerzas fascistas -como el gobierno de Colombia o Brasil- y, al mismo tiempo, buscar mecanismos eficientes que permitan mantener el poder y avanzar simultáneamente en paz.




Durante décadas las fuerzas conservadoras han luchado por el control de los gobiernos en Nuestra América, ya sea por mecanismos electorales (no necesariamente democráticos) o por medio de gobiernos fascistas imponiendo crueles dictaduras. Para las fuerzas de cambio (o de izquierda) no ha sido fácil ya que la lucha por llegar al poder (poder entendido como la capacidad para transformar la sociedad, no para dominarla), es tan compleja como la lucha por mantenerlo y, más difícil aún, avanzar en la transformación social a pesar de los obstáculos. Esta lucha a la que nos referimos ha asumido otras características en el siglo XXI. La aceptación generalizada de la democracia como forma de gobierno basada en principios como; la defensa de los derechos humanos, el rechazo a la intervención militar extranjera y la realización de elecciones para dirimir las diferencias, obligaron a rediseñar los mecanismos de intervención imperiales que tuvieron tanto éxito en el siglo pasado. A esto se le suma el nivel de conciencia y organización de las fuerzas de cambio, que también han perfeccionado los métodos para alcanzar, mantener y avanzar desde los gobiernos.

La percepción de la opinión pública, el marco jurídico internacional y el impacto político son algunos de los límites que tienen estas fuerzas imperialistas para intervenir en nuestros países. Es inaceptable, en el siglo XXI, un golpe de Estado militar como el de Pinochet o el de Videla, por eso la política intervencionista se ha adaptado a un mundo donde se deben respetar los mecanismos democráticos, por lo menos en la apariencia. De allí que ha surgido un nuevo tipo de intervención que va desde lo más sencillo a lo más complejo, derivando en una nueva forma de hacer la guerra, la Guerra Integral. Esta guerra se caracteriza por la realización de sus ataques por medio de todos los ámbitos del Estado-Nación al mismo tiempo; el legal, el político, el económico, el informático, la seguridad (ciudadana y militar), entre otros. Al mismo tiempo tiene como objetivo la desintegración de los componentes del Estado-Nación: la población, el gobierno y el territorio. Predominan dos tipos de agresiones; la psicomaterial, que se esfuerza en acciones que niegan a la población el acceso a bienes y servicios básicos para vivir, además de estimular la enfermedad física y mental de la sociedad. La segunda forma de agresión es la física, destinada expresamente al daño de la infraestructura o al asesinato de la población.

Desde este punto de vista Venezuela ha servido de ejemplo de cómo es posible hacer la revolución y repeler el intervencionismo siendo gobierno (igual que lo hizo Cuba en los años sesenta, pero con el uso de las armas). Sesenta años después Venezuela ha demostrado que se puede acceder y mantener una revolución sin el uso de las armas, aunque este escenario nunca se ha descartado. El nivel de intensidad de la arremetida intervencionista es proporcional al nivel de transformación social que se realice, en este sentido diferenciamos a las fuerzas de cambio progresistas -que priorizan su gestión a las consecuencias del modo de producción capitalista buscando mejorar la calidad de vida de la sociedad- y las fuerzas revolucionarias -que atienden las consecuencias, pero también pretender atacan las causas estructurales-, lo que explica por qué el imperialismo ha sido más fuerte con algunos gobiernos de izquierda que con otros. El nivel del intervencionismo en nuestra región es proporcional al tipo de cambio ejecutado por las fuerzas de cambio, revolucionarias o progresistas. Esto significa que mientras que las fuerzas de cambio no toquen las estructuras capitalistas y mantengan el status quo, es posible una convivencia en términos democráticos. Como por ejemplo la alternancia de gobiernos conservadores y progresistas como Argentina o Uruguay. No obstante, en países con transformaciones más profundas las fuerzas conservadoras revelan su verdadero carácter antidemocrático, asumiendo las formas democráticas sólo cuando les conviene.

En este punto, se desarrolla el intervencionismo con todas sus variantes iniciales para concluir, en caso de no tener éxito, haciendo la guerra integral con toda su intensidad con el fin de incitar la desestabilización que facilite las condiciones para salidas violentas. En Venezuela se han visto todas las etapas de esta forma de guerra, desde sus inicios intervencionistas, donde los ataques eran dirigidos al gobierno (1999-2004), época caracterizada por los intentos de magnicidio y golpes de Estado y, posteriormente (2005-2020), en donde las agresiones fueron contra el gobierno pero también contra el pueblo y su territorio. Los países de Nuestra América no pueden dejar pasar la oportunidad de aprender de lo bueno y de lo malo que acontece en la cuna de Simón Bolívar, la revolución venezolana para superar las estructuras capitalistas de dominio busca una transición a mecanismo alternativos (socialismo del siglo XXI) que reduzcan la dependencia imperial; la salida de FMI, del Banco Mundial, de la OEA, son sólo algunos ejemplos positivos. Sin embargo, el camino recorrido no ha sido fácil, también se han implementado agresiones duras como; un aparente gobierno paralelo (como los hubo en Libia e Irak antes de ser derrocados) que, apoyado en sanciones ilegales y la devaluación inducida de la moneda, han reducido los ingresos del país e incrementado la crisis social.

En la misma medida en que fortalezca el nivel de conciencia de las fuerzas de cambio y predominen las fuerzas revolucionarias la lucha se hará más difícil, no más fácil. Por eso es importante tomar el ejemplo venezolano para aprender que la respuesta ante cada embestida es profundizar la revolución, pisar el acelerador y no el freno. Asimismo, es importante tener presente que el enemigo no puede subestimarse y, en el caso de Venezuela, sigue propinando ataques insuperables hasta hoy. Por eso la respuesta de todas las fuerzas de cambio (revolucionarias y progresistas) es la unidad que permita retroalimentarnos para no cometer errores predecibles, como lo hizo Bolivia al legitimar como árbitro a la OEA quien terminó validando el golpe de Estado a ese país, o como sucedió en Ecuador cuando el líder de la revolución ciudadana se desligó completamente del gobierno hasta el punto de neutralizarse asimismo ante cualquier acción de enemigo, dejando en bandeja de plata el gobierno a un traidor. Las fuerzas de cambio tienen el gran reto de impedir el avance de las fuerzas fascistas -como el gobierno de Colombia o Brasil- y, al mismo tiempo, buscar mecanismos eficientes que permitan mantener el poder y avanzar simultáneamente en paz.




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