Este año, Argentina es la invitada de honor a la Feria Internacional de Shangai. Según se dice, ese sería el marco para firmar el acuerdo de venta de carne porcina. Por ahora, el tratado que pretendía firmar Felipe Solá, cuyos únicos beneficiarios serían unos pocos agroexportadores, pasó a un compás de espera. Agrupaciones socio-ambientales y los pequeños y medianos productores se oponen a las factorías porcinas por los múltiples problemas ambientales y sanitarios que generan y, porque una vez más, el negocio quedaría en manos de la oligarquía terrateniente.
El actual gobierno asumió sabiendo que debía hacer frente a una deuda externa descomunal, que el mismo gobierno cambiemita, unos meses antes de irse, reconoció que no podía pagar: a finales de agosto de 2019, el ministro de economía, Hernán Lacunza, declaró que -a raíz de la megadevaluación macrista- era imposible cumplir con los vencimientos de capital e intereses en las condiciones pautadas. Es decir que se fueron dejando a la Argentina en default.
Por este motivo, el primer objetivo del Ministro de Economía, Martín Guzmán, fue renegociar la deuda con el sector privado. Su trabajo fue exitoso, despejó vencimientos hasta el 2024. Ahora se apronta a negociar con el FMI, buscando también tirar para adelante los plazos de pago de los 45 mil millones de dólares pendientes de negociación. Gran parte de los argentinos espera, además, una investigación judicial para saber quién se llevó todo el dinero que ingresó durante los 4 años del gobierno macrista.
Ahora bien, si la macroeconomía está encaminada, la economía doméstica de la mayoría de las familias argentinas está tambaleando.
Ante una situación tan apremiante, el gobierno busca multiplicar el ingreso de divisas y negocia con los gigantes de la agroindustria. Para ellos también habría reservado un acuerdo con China que compraría miles de toneladas de carne de cerdo, criados en hacinamiento y alimentados con soja y maíz transgénico.
El pequeño club de exportadores que maneja el negocio de la soja se da el lujo de retener la venta -como pasa en la actualidad- y, cuando la jugada les sale mal, exigen devaluaciones, para seguir ganando lo mismo y más. ¿También les van a regalar las factorías de cerdos?
Se calcula que cada madre puede producir 30 lechones al año, por lo tanto, en un año, podrían coexistir 750.000 cerdos encerrados!!!
Cada megafábrica gasta millones de litros de agua que, mezclada con los excrementos y orines, se transforma en un líquido fétido y contaminante que debe ser tratado antes de su disposición final. ¿Más diques de cola contaminando tierra, aire y personas?
¿Por qué los chinos harían este negocio tan lejos de su hogar? Quizás la respuesta esté en la epidemia que sufrieron el año pasado que los obligó a matar más del 50% de su producción, o sea entre 150 y 200 millones de cerdos. La epidemia se inició en África, tierra de factorías chinas, y llegó a la gran potencia asiática.
Un informe de la ONU advierte: “La ganadería intensiva puede servir como puente para los patógenos, permitiéndoles pasar de animales silvestres a animales de granja y luego a humanos”.
Carlos Vicente, representante de Grain Internacional, puntualizó: “Los científicos están hablando de la 6° extinción, cuyo principal responsable es el modelo de agricultura industrial”.
En medio de una pandemia, causada por un virus zoonótico, agrupaciones socio-ambientales, investigadores, pequeños productores y miles de argentinos sensatos lograron que la propuesta de Solá -absolutamente inviable- entrara en un compás de espera hasta noviembre.
Depredar la ruralidad
La aprobación del paquete tecnológico soja transgénica/glifosato, en 1996, ejecutada por Felipe Solá, por aquel entonces secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, provocó la desaparición del 25% de las explotaciones agropecuarias de menor tamaño. Dicho de otra manera: se produjo una fabulosa concentración de la tierra en muy pocas manos. A esto hay que sumar: desplazamiento de poblaciones rurales; contaminación de agua, tierra y aire; aumento superlativo de cáncer, malformaciones de fetos, enfermedades alérgicas, en poblaciones afectadas por fumigaciones con agrotóxicos; deforestación de miles de hectáreas de bosques nativos; incendios de bosques y humedales. En definitiva, destrucción, muerte y pobreza para millones de argentinos y argentinas.
¿Se volverá a beneficiar a los agroexportadores? ¿Se seguirá castigando a los nadies, los cabecitas negras, los planeros, que viven lejos del puerto de Buenos Aires? “Éste es un proyecto profundamente racista y neocolonial, porque el olor a mierda no le va a llegar a Felipe Solá, lo van a oler los pobres del norte”, rugió Pedro Peretti, un chacarero del sur de Santa Fe.
Según el chacarero, “el proyecto de Solá tiene como único objetivo resolver el problema logístico a un minúsculo puñado de terratenientes que producen, en tierras previamente deforestadas, 8 millones de hectáreas de maíz”.
Recordando discursos
El censo agropecuario 2018 evidencia que “el latifundio está más vivo que nunca”, señaló Peretti y agregó: “En Salta, 70 familias son dueñas de dos millones de hectáreas que previamente fueron desmontadas y 2800 productores, que escaparon de la expulsión, tienen apenas 4800 hectáreas”.
¿Quiénes producen la comida que llega a los platos de las familias argentinas? Los pequeños productores. ¿Quiénes se quedan con la guita que produce el campo y además condicionan la economía nacional? Un puñado de agroexportadores.
Ante esta realidad, Diego Merlo, productor del Partido de General Rodríguez, provincia de Buenos Aires, advirtió: “Debemos diversificar la producción en muchas manos, para que muchos puedan participar del negocio. Nosotros no estamos en contra de venderle carne a China, estamos en contra del modelo de megagranja, porque así 4 o 5 vivos pueden terminar condicionando el mercado interno, porque si China, por algún motivo, rechaza la carne, la van a meter en el mercado interno y eso sería la muerte inmediata de los pequeños y medianos productores”.
Diego Merlo, al igual que Pedro Peretti, y todos los productores familiares, apuestan a un modelo productivo que genere arraigo, inversión local, puestos de trabajo, respeto por la naturaleza, con posibilidad no sólo de exportar sino de vender en el mercado interno. “Si esto se hace así, estamos totalmente de acuerdo con vender carne a China”.
Durante la apertura de las sesiones ordinarias legislativas, el Presidente de la Nación, Alberto Fernández, manifestó: “A favor de las condiciones de vida de nuestro pueblo, queremos construir una Argentina medioambientalmente sustentable”. También dijo: “Ningún negocio puede ser más importante que preservar el lugar donde vivimos”.
Dos modelos en pugna
El modelo de las factorías se basa en el hacinamiento de animales que, desde que nacen hasta que se faenan, no ven el sol.
Requiere diariamente el mal uso de miles de litros de agua para lavar las instalaciones y duchar a los animales por cuestiones sanitarias. “El tema del agua va atado a los excrementos, que se tratan como un efluente líquido porque la materia fecal termina licuada por el sistema de piso-rejilla que lavan todos los días y eso se diluye en una ciénaga que hay debajo del galpón. Son millones y millones de litros de agua que después hay que tratar de alguna manera para luego llevar a un depósito definitivo”.
El agua es un recurso muy preciado, finito. Algunos ya están anticipando que las próximas guerras serán por el agua.
El sistema de factoría también exige el uso preventivo de antibióticos y otros medicamentos a causa de la gran concentración de animales. ¡Qué gran negocio para las farmacéuticas!! Estos cerdos los van a comer los chinos, pero Paladini tiene dos megagranjas, una cerca de Rosario y otra en San Luis.
Los científicos advierten: la resistencia a los antibióticos, debido a su uso desmedido en la cría de animales, es una amenaza para la salud mundial.
Los productores familiares de la provincia de Buenos Aires tienen de 20 a 40 madres y “están en condiciones de duplicar esa cantidad si reciben ayuda financiera a devolver en kilos de carne, como ya fue el Plan Ovino”, comentó Merlo, que preside una asociación de productores del norte de la provincia de Buenos Aires. Asimismo, lo refuerza Peretti al recordar que, entre 2010 y 2018, multiplicaron por tres la producción de cerdos gracias a las políticas públicas.
Si cada granja duplica la cantidad de animales, duplica también la cantidad de trabajadores. “Hoy tenemos casi el 40% de la población concentrada en el área metropolitana, porque hay un modelo productivo, en todas las provincias, que lo único que hace es expulsar trabajadores y trabajadoras. No genera puestos de trabajo, no genera arraigo, no genera nada positivo. Genera contaminación, desmonte, atropello a las comunidades originarias. ¿Vamos a seguir impulsando este modelo productivo?”, preguntó Diego Merlo.
Con un modelo a campo, combinado con el sistema de cama profunda, los pequeños chacareros crían sus animales en condiciones más naturales, no desperdician agua, no acumulan excrementos, no usan antibióticos. Ya incorporados a un Registro Nacional de Agricultura Familiar, base que se actualiza permanentemente y se puede utilizar para saber en qué condiciones está cada uno, los productores están atentos para participar en el acuerdo con la República Popular China.
Empezar a modificar el sistema agrario, iniciar un proceso de desarrollo sustentable y repartir ganancias es el reclamo del pueblo argentino.
El economista chileno Manfred Max Neef sostuvo: cuando existe un gran problema, se deben implementar muchas pequeñas soluciones. Las granjas mixtas de producción agroecológica están disponibles.
Ahora bien, si la macroeconomía está encaminada, la economía doméstica de la mayoría de las familias argentinas está tambaleando. Un modelo inviable Según dicen, la República Popular China inició conversaciones con el gobierno anterior para instalar en nuestro país megafábricas de cerdos. Y Felipe Solá, actual canciller, siempre atento a la incorporación, en el campo argentino, de bombas de tiempo, recogió el guante y armó el negocito: 25 megagranjas con 25.000 madres cada una que serían ubicadas en las provincias del norte, esas que, para Domingo Cavallo, eran inviables. Se calcula que cada madre puede producir 30 lechones al año, por lo tanto, en un año, podrían coexistir 750.000 cerdos encerrados!!! Cada megafábrica gasta millones de litros de agua que, mezclada con los excrementos y orines, se transforma en un líquido fétido y contaminante que debe ser tratado antes de su disposición final. ¿Más diques de cola contaminando tierra, aire y personas? Depredar la ruralidad Recordando discursos Dos modelos en pugna |
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