I
— Una. Una sola vez voy a decírtelo pendejo de mierda y lo vas a entender.
Se acercó, lo tomó de los hombros y lo sacudió.
Al chico se le movió el flequillo, como si fuera viento. Pero no era.
La madre acercó la boca a la cara del chico .
La mujer sacó la mano de un hombro y le apretó las mejillas. La boca del chico quedó como una mueca.
—¡Me duele ma!- dijo de manera rara.
— Vas, golpeás hasta que te abra, porque el muy hijo de puta va a espiar y no va a querer abrir. Vos pateá, gritá, rompé la puerta si podés. Pero que te abra.
El chico dijo que sí con la cabeza y una lágrima finita había empezado a caer por su cara.
La madre seguía, ajena.
— Cuando te abra, no le des tiempo, y así (hizo un gesto como de abrazo) lo agarrás de las piernas y le decís ¡hola papito! ¡Pero no lo sueltes eh! Tenelo abrazado.
El chico seguía diciendo que sí con la cabeza.
— Después, ahí nomás, le decís que se te cayó un diente y le mostrás, abrís la boca y le mostrás…y le decís que con la plata que te trajo el ratón Pérez no podés comprarte las zapatillas y ahí nomás se las mostrás…a las zapatillas…
El chico seguía diciendo que sí.
Preguntó:
— ¿No puedo ir con los zapatos de la escuela?
— ¡Ves que sos un pelotudo! Vas como yo te digo, decís lo que te digo que digas… ¡pendejo de mierda!
Ya lo había soltado. Al chico le habían quedado dos marcas rojas en la cara. La mujer se sentó, como despatarrada, en una silla. Prendió un cigarrillo. Miró hacia la esquina de la pieza. El cochecito lleno de ropa sucia, zapatos y zapatillas, botellas y cajas de vino… todo parecía amontonarse en esa casa. El chico la miraba como ausente.
En ese momento estaba pensando que a Huguito el ratón Pérez le había traído 18 pesos, pero él no tenía que usarlos para comprar zapatillas, el vio como se las compraba la madre una tarde, y hasta las elegía. Pensó que a él, aunque su mamá le hiciera decir otra cosa, el ratón Pérez no le había traído nada.
— Ya vendrá…ya vendrá. No es con todos los dientes, es con los importantes- le dijo un día.
Esto pensaba el chico cuando un ruido como de piedras cayendo, muy lento, hizo que mirara hacia donde estaba la madre. Se le hizo un nudo en la panza. Se dio cuenta que estaba llorando, y lloraba como en silencio, lloraba raro su mamá.
— No llores mami. Le voy a decir todo. Yo le digo todo y le muestro que me falta el diente y le digo que en el cole me va bien y le digo…
— ¡Calláte! –gritó la madre- si no quiero un muestrario de tus maravillas. Lo que quiero es que le saques plata, ¿entendés? …decime, ¿entendés?
El chico dijo que sí con la cabeza y salió. Todas las semanas pasaba lo mismo.
Un día era el diente, otro la libreta, una vez fue una receta..
El chico sale. Le parece que su mamá tiene mucha imaginación, por eso del ratón Pérez y los dientes importantes…igual, él no sabría decir qué diente importante había perdido Huguito, porque estaba en el mismo lugar que el suyo…
Llega hasta la esquina. Sabe que si dobla para la izquierda, a tres cuadras nomás, está la casa del padre. La última vez le dijo que se mandara a mudar. Si dobla a la derecha y sigue, llega a la estación, veinte cuadras más o menos. Se acuerda de una vez que viajaron sin boleto con la madre, y fue divertido, cruzaban de vagón a vagón, y el tren andando y la madre que le decía, dale, dale, que ese señor juega a que nos persigue y le estamos ganando…
A lo mejor se lo encuentra otra vez y pueden jugar un rato.
Sí, ya está. Se va a la estación.
Después de todo, un día le dijo, -¿Por qué no vas vos mami? A vos te quiere, te invita a entrar y te dice que tenés el pelo lindo…dale, andá vos.
Se sube al tren. Y vuelve a sentir un nudo en la panza. Lo único fiero va a ser dormir en Constitución piensa. Y encima allí, el ratón Pérez no va a encontrarlo.
II
— Que se vaya, sí, que me deje de joder de una vez por todas…que el diente, y los ratones y la puta madre que lo remil parió…que se vaya, como el padre y como los otros, al fin y al cabo es para lo único que sirven…para irse.
La mujer está en una esquina de la pieza, sentada en una silla. Apenas murmura y mira todo desde sus ojos nublados por el vino. “Ojos sucios”, así le había dicho la patrona una vez: —Vos mirás con ojos sucios… primero le dio bronca, pero después lo pensó mejor. —¿Cómo se lava la mirada, pelotuda?- pensó- ¿Con tu jaboncito perfumado?— Y quiso soltarle todo como una bocanada áspera, todo lo que sabía y lo que creía saber (después de todo, que el marido le tocara el culo y le metiera mano no significaba que fuera cornuda), pero no lo hizo.
La mujer respira de manera pesada, como entrecortada, y el chico la mira con insistencia, como esperando algo.
Entonces se acuerda de golpe de cuando ella tenía esa edad, sí, andaría por los nueve o diez …la madre la había “dado” a una familia muy buena, que además de hacerla fregar todo el día, la molía a palos, “por las dudas” decían.
Ella había perdido también los dientes, a veces ella sola y otras (dos dientes) cuando el marido de la señora le pegó esa trompada, y qué ratón Pérez ni ratón Pérez…y de más chica también, la mandaban a pedir o a “moniar” que era lo mismo pero con una payasada.
Antes de darla, cada tarde, la madre la peinaba con agua, bien achataditos los pelos, y le sobaba las rodillas con el mismo trapo que limpiaba los platos. Ella entonces ya sabía qué seguía:
— Vos le decís a don Luis que te fíe hasta más tarde nomás… y si te pone cara fiera, miralo fijo, fijo a los ojos, a ver…así, sí…así, y tocale la pierna, un poquito más arriba… y hacete la simpática ¿entendés? Con esa cara de susto al viejo no le sacás ni un pan…
Ahora que lo piensa fue el viejo el que le dijo eso de los dientes importantes, y ella lo había creído. A esa edad les creía todo.
Hasta lo de esa mañana, cuando el marido de la señora le pegó. Siempre le habían pegado, pero la idea se le vino a la cabeza esa mañana…. porque el bife vino sin aviso, en la boca, que estaba llena de ese puñado de azúcar blanquito que guardaban en el tarro decorado con un paisaje de barcos y nubes.
— ¡Ladrona de mierda! Y la boca, hasta ese momento dulce, se le llenó de sangre y de tristeza.
Salió corriendo.
Se acordó de eso de “los dientes importantes”… ¿Y éstos que se le cayeron cuáles serían?
Llegó hasta la esquina.
Sabía que si doblaba para la izquierda, a una cuadras nomás, estaba la casa de su madre. La última vez, cuando llegó llorando a pedirle que la dejara quedarse, le dijo que se mandara a mudar.
— Si doblo a la derecha y sigo, llego a la estación.
— Los trenes te llevan lejos— dijo don Luis un día, que al final era el único que le decía cosas útiles.
Sí, ya está- piensa- se va a la estación.
El vestidito le queda medio largo (es para alguien más alto que ella) y como se limpió con la mano la sangre de la boca, y después se lo quiso acomodar, tiene unas manchas, pero se mezclan con las flores de la tela.
Si la viera su mamá, los pelos parados, ahí nomás se los achataría con agua, y con el trapo ese sucio que limpia todo quizá le sacaría la sangre seca de la boca.
La estación está casi vacía cuando sube al tren…
Cuando siente el ruido de la puerta se sobresalta, y se da cuenta que su hijo se fue…. ruega bajito para que consiga algo.
III
Cuando el chico vuelve ya es muy tarde. Sabe lo que le espera, pero está acostumbrado. Menos mal que pudo subirse al último tren…
Lo pensó mejor. A su papá no lo encontró, pero cree que sí estaba, y no quiso verlo.
Abre despacito la puerta. La madre está dormida en la silla, contra la pared. Un hilo de baba le cae de la boca entreabierta. Se siente pesado el olor del vino. Se nota que estuvo llorando. ¡A él le da una lástima tan grande verla así! A veces quisiera peinarla un poquito, acomodarle la ropa, pero sabe que en cuanto despierte, todo volverá a empezar.
No hace ruido.
Se acuesta y piensa en Huguito y en los dientes importantes.
Y cree, cree con fuerza que eso debe ser así. Porque él sabe que su mamá guarda dos dientes chiquitos en una caja con un vestidito de flores y cada tanto los mira con tristeza o con orgullo, no sabe muy bien. Pero los guarda como algo importante.
Entonces se duerme pensando en la única cosa que dice su mamá a veces: -irse es la misma mierda que quedarse.
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Adriana Petrigliano
Nació en Buenos Aires en 1956, y desde hace casi cincuenta años reside en La Rioja, donde ejerce su profesión de poeta, narradora y susurradora de poesía. Coordinadora del Taller de Creación literaria “Los Imagineros”. Creadora de los Ciclos “Nada que ver con otra historia”, “Decires y Cantares”, y creadora de las Colecciones “Los papeles que nunca nos unieron”, “Tengo poco por decir”, “La breve Palabra alucinada” entre otros.
Creadora del Proyecto ATRAPALETRAS.
Libros publicados: Los días de octubre; Poemas para la tarde de otro siglo; Cebollas en Juliana; Papelitos para Pedro; Los días sobre mí; Poemas de otra.
Columnista de Puente Alado.
I El chico seguía diciendo que sí.
Cuando siente el ruido de la puerta se sobresalta, y se da cuenta que su hijo se fue…. ruega bajito para que consiga algo.
Lo pensó mejor. A su papá no lo encontró, pero cree que sí estaba, y no quiso verlo. Adriana Petrigliano |
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