No sé cómo decírselo, tengo miedo de que se aleje. Por ahora está todo más o menos estable, quizás porque aún no abrí la boca. ¿Y si hablara? No. No creo que sea conveniente. Estamos bien así. Bah, es un decir. A él lo veo bien, en cambio yo… digamos que hago lo que puedo.
Todas las noches me quedo despierta, esperando que regrese. Sufro de insomnio desde hace varios años, pero él no lo sabe. A esta altura puede que no sea un dato relevante. He descubierto diferentes maneras de sortear el tiempo mientras estoy en la cama: cuento las manchas de humedad que hay en el techo, proyecto en cada forma la imagen de algún animal, repaso minuciosamente las actividades del día siguiente. Cuando lo escucho llegar me hago la dormida. No quiero incomodarlo, aunque a veces pienso que él ni siquiera me advierte.
Claro que después me cuesta horrores conciliar el sueño y, a pesar de que me urge hablarle, siempre me quedo callada. Tampoco lo escucho a él decir una sola palabra. Cada uno guarda sus secretos, y está bien que así sea. Nada de andar hurgando en los bolsillos ajenos, decía mi abuela.
Yo sé que él, antes, estuvo con Clara. Nunca me lo confesó pero lo sabe todo el barrio. La semana pasada nos cruzamos con ella en la verdulería. Mientras yo elegía los duraznos, vi que él la miraba de reojo. Pude notar cierta melancolía en su mirada y comencé a sentir un leve ardor en el cuello.
Que la mire a Clara vaya y pase. Pero, hace un mes, mi vecina de enfrente me contó que lo vio salir con una compañera de trabajo. Y ahí fue cuando me salió la primer ronchita. Yo sé que en la oficina las cosas no andan muy bien. Parece que hubo una reestructuración en el Departamento de Compras y tuvieron que trasladarlo. Generalmente no habla con nadie, es demasiado tímido. Por eso me llamó la atención lo de su compañera.
A las pocas semanas me apareció otra ronchita en el brazo y después otra más en la espalda. Él no sabe que, aquella vez, yo me broté entera. ¿Cómo iba a saberlo? Todo el tiempo traté de disimularlo. Desde ese momento comencé a usar blusas con manga larga.
Cuando era chica mi mamá me vestía de blanco, decía que era el color de la pureza. Él no tiene madre, falleció el año pasado. Le dio una extraña enfermedad en los huesos. El último tiempo estuvo postrada. Con sus hermanos se turnaban para ir a cuidarla. Antes venían seguido por acá, me refiero a los hermanos. Pero desde que falleció la madre dejaron de hablarse. Yo nunca me metí en eso. Prefiero no preguntar.
De lunes a viernes se levanta a las seis y cuarenta y cinco. No es de dormir mucho. Y aunque el despertador me taladra la cabeza yo siempre sigo en la cama. Lo que más admiro de él es que es una persona precavida. A las siete y media abre el portón para sacar el auto. Tiene un Fiat verde, lo cambió cuando recibió parte de la herencia.
Apenas él se va, yo me pongo a limpiar la casa. Me gusta empezar por el living. El piso de parqué requiere cuidados especiales. Primero lo barro bien, para sacarle el polvo. Después le paso un trapo apenas húmedo. Hay que tener en cuenta que el exceso de agua puede dañar la madera. Una vez a la semana lo encero y le saco brillo con un paño seco. Luego sigo por la cocina y el baño. Generalmente dejo las habitaciones para la tarde que es cuando tengo más tiempo. Al medio día preparo algo rapidito. Siempre me queda comida para la noche.
Cuando llega temprano el corazón me explota de alegría. Ahí nomás salgo corriendo a ponerme la blusa. Trato de que el cuerpo quede bien cubierto. Desde hace unos días también uso una pañoleta porque las ronchitas aparecieron alrededor del cuello.
Apenas lo siento bajar del auto, prendo la hornalla. Él adora los fideos caseros y debo confesar que el aroma de la boloñesa llega hasta afuera. Igual yo sé que puedo preparar cualquier cosa y va a estar bien. Es una buena persona, nunca lo escuché quejarse de nada.
Sin embargo anoche sucedió algo extraño. Por primera vez dejó el auto en la vereda y cuando abrí la puerta se quedó mudo. No le quise preguntar nada pero sentí que me miraba de una manera distinta. Yo sólo pensaba en su cara de alegría por la boloñesa. Pero lo vi entrar, cerrar la puerta y después todo fue un largo silencio.
Quizás por eso hoy vine acá. Porque me preocupan las ronchitas pero más me preocupa Juan Ignacio. Lo noto distante. Creo que voy a tener que hablar con él lo antes posible. Pero cómo le digo todo esto ¿En qué momento? Porque aunque vive acá, bien pegadito a mi casa, jamás hemos cruzado una sola palabra.
No sé cómo decírselo, tengo miedo de que se aleje. Por ahora está todo más o menos estable, quizás porque aún no abrí la boca. ¿Y si hablara? No. No creo que sea conveniente. Estamos bien así. Bah, es un decir. A él lo veo bien, en cambio yo… digamos que hago lo que puedo. Todas las noches me quedo despierta, esperando que regrese. Sufro de insomnio desde hace varios años, pero él no lo sabe. A esta altura puede que no sea un dato relevante. He descubierto diferentes maneras de sortear el tiempo mientras estoy en la cama: cuento las manchas de humedad que hay en el techo, proyecto en cada forma la imagen de algún animal, repaso minuciosamente las actividades del día siguiente. Cuando lo escucho llegar me hago la dormida. No quiero incomodarlo, aunque a veces pienso que él ni siquiera me advierte. Claro que después me cuesta horrores conciliar el sueño y, a pesar de que me urge hablarle, siempre me quedo callada. Tampoco lo escucho a él decir una sola palabra. Cada uno guarda sus secretos, y está bien que así sea. Nada de andar hurgando en los bolsillos ajenos, decía mi abuela. Yo sé que él, antes, estuvo con Clara. Nunca me lo confesó pero lo sabe todo el barrio. La semana pasada nos cruzamos con ella en la verdulería. Mientras yo elegía los duraznos, vi que él la miraba de reojo. Pude notar cierta melancolía en su mirada y comencé a sentir un leve ardor en el cuello. Que la mire a Clara vaya y pase. Pero, hace un mes, mi vecina de enfrente me contó que lo vio salir con una compañera de trabajo. Y ahí fue cuando me salió la primer ronchita. Yo sé que en la oficina las cosas no andan muy bien. Parece que hubo una reestructuración en el Departamento de Compras y tuvieron que trasladarlo. Generalmente no habla con nadie, es demasiado tímido. Por eso me llamó la atención lo de su compañera. A las pocas semanas me apareció otra ronchita en el brazo y después otra más en la espalda. Él no sabe que, aquella vez, yo me broté entera. ¿Cómo iba a saberlo? Todo el tiempo traté de disimularlo. Desde ese momento comencé a usar blusas con manga larga. Cuando era chica mi mamá me vestía de blanco, decía que era el color de la pureza. Él no tiene madre, falleció el año pasado. Le dio una extraña enfermedad en los huesos. El último tiempo estuvo postrada. Con sus hermanos se turnaban para ir a cuidarla. Antes venían seguido por acá, me refiero a los hermanos. Pero desde que falleció la madre dejaron de hablarse. Yo nunca me metí en eso. Prefiero no preguntar. De lunes a viernes se levanta a las seis y cuarenta y cinco. No es de dormir mucho. Y aunque el despertador me taladra la cabeza yo siempre sigo en la cama. Lo que más admiro de él es que es una persona precavida. A las siete y media abre el portón para sacar el auto. Tiene un Fiat verde, lo cambió cuando recibió parte de la herencia. Apenas él se va, yo me pongo a limpiar la casa. Me gusta empezar por el living. El piso de parqué requiere cuidados especiales. Primero lo barro bien, para sacarle el polvo. Después le paso un trapo apenas húmedo. Hay que tener en cuenta que el exceso de agua puede dañar la madera. Una vez a la semana lo encero y le saco brillo con un paño seco. Luego sigo por la cocina y el baño. Generalmente dejo las habitaciones para la tarde que es cuando tengo más tiempo. Al medio día preparo algo rapidito. Siempre me queda comida para la noche. Cuando llega temprano el corazón me explota de alegría. Ahí nomás salgo corriendo a ponerme la blusa. Trato de que el cuerpo quede bien cubierto. Desde hace unos días también uso una pañoleta porque las ronchitas aparecieron alrededor del cuello. Apenas lo siento bajar del auto, prendo la hornalla. Él adora los fideos caseros y debo confesar que el aroma de la boloñesa llega hasta afuera. Igual yo sé que puedo preparar cualquier cosa y va a estar bien. Es una buena persona, nunca lo escuché quejarse de nada. Sin embargo anoche sucedió algo extraño. Por primera vez dejó el auto en la vereda y cuando abrí la puerta se quedó mudo. No le quise preguntar nada pero sentí que me miraba de una manera distinta. Yo sólo pensaba en su cara de alegría por la boloñesa. Pero lo vi entrar, cerrar la puerta y después todo fue un largo silencio. Quizás por eso hoy vine acá. Porque me preocupan las ronchitas pero más me preocupa Juan Ignacio. Lo noto distante. Creo que voy a tener que hablar con él lo antes posible. Pero cómo le digo todo esto ¿En qué momento? Porque aunque vive acá, bien pegadito a mi casa, jamás hemos cruzado una sola palabra. --- Lila Glass Licenciada en Trabajo Social. Desde el año 2012 ha participado en talleres de dramaturgia y creación literaria. Escribe cuentos, poesía y teatro. Participó como dramaturga en el Certamen “Cortodramas” y en el ciclo “Breves teatrales”. Fue guionista del corto documental “Más que dos”. Desde el año 2017 colabora activamente en la Revista Zero (Revista de rock y cultura de Mendoza). Ha integrado el colectivo VAU (Varieté de artistas Unidos). "No me vengas con el cuento", presentando un cuento de Lila Glass VER ENLACE |
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