En la era contemporánea, las Tecnologías de la Información y Comunicación (TICs) han ejercido una profunda influencia en todas las esferas de la vida humana, incluida la comunicación. Es esencial examinar cómo han alterado la dinámica comunicativa y las estructuras socioeconómicas subyacentes, aportando tanto avances como desafíos.
Las relaciones sociales y la organización económica son los pilares fundamentales de la sociedad, en este sentido, la centralidad de las TICs en la comunicación moderna puede entenderse como una extensión de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Las TIC han transformado la forma en que se producen, distribuyen y consumen bienes y servicios, creando una nueva infraestructura tecnológica que modifica la dinámica de la comunicación y el trabajo.
Desde esta perspectiva, las TIC pueden interpretarse como un resultado de las contradicciones inherentes al sistema capitalista. La búsqueda constante de maximizar las ganancias lleva a la innovación tecnológica, lo que, a su vez, afecta la forma en que las personas interactúan y se comunican. La creciente digitalización de la economía conlleva una concentración de capital en manos de empresas tecnológicas dominantes, lo que acentúa las desigualdades económicas y de poder.
Un aspecto crucial es el cambio en las relaciones laborales. Las TIC han permitido la emergencia de formas de trabajo flexibles y descentralizadas, como el teletrabajo y la economía gig (1). Si bien esto puede ofrecer cierta autonomía, también conlleva la precarización laboral y la pérdida de derechos laborales ganados en épocas anteriores. La gig economy, por ejemplo, tiende a fragmentar la fuerza laboral y a debilitar la capacidad de los trabajadores para organizarse colectivamente y luchar por sus derechos.
En cuanto a la comunicación, las TIC se han democratizado en parte el acceso a la información y la capacidad de expresión. Las redes sociales y las plataformas en línea han permitido que las voces que antes eran marginadas puedan ser escuchadas a nivel global. No obstante, esta aparente democratización esconde las estructuras de poder subyacentes. Las grandes plataformas controlan algoritmos que determinan qué contenidos se muestran a cada usuario, influyendo así en la formación de opiniones y en la agenda pública. Además, la monetización de la atención y la recopilación masiva de datos personales son prácticas que reflejan la explotación capitalista en la esfera digital.
La concentración de poder en manos de unas pocas empresas tecnológicas también plantea interrogantes sobre la propiedad de la información y la comunicación. Bajo el capitalismo, la propiedad privada de los medios de producción conduce a la explotación de los trabajadores. En el contexto de las TIC, esta lógica se aplica a la propiedad privada de los datos, lo que genera un escenario donde las empresas pueden extraer valor de la información personal sin una justa compensación.
En conclusión, la centralidad de las TICs en la comunicación revela un paisaje complejo. Si bien estas tecnologías han abierto oportunidades para la comunicación global y la expresión individual, también han exacerbado las desigualdades económicas y de poder. Las estructuras capitalistas subyacentes siguen influyendo en la forma en que las TIC se desarrollan y se utilizan. Para abordar estos problemas, es necesario un enfoque crítico que cuestione las dinámicas de explotación y busque alternativas más equitativas en la era digital.
(1) Término que hace referencia a un nuevo formato de relación laboral. En este, las empresas encargan tareas específicas a un profesional autónomo o «freelance», que las ejecuta y las cobra de forma independiente, estableciéndose un plazo delimitado para ello.
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