Se está escribiendo mucho sobre los efectos sociales y hasta geopolíticos que tendrá la pandemia de coronavirus. O que ya está teniendo.
A quienes transitamos por la edad de riesgo nos cuesta aceptar que esto esté pasando realmente. De pronto, una película de ciencia ficción termina siendo realidad. O peor que ella.
Somos parte de un mundo en peligro, que algunos adjudican a la Naturaleza que se está vengando de nuestras macanas y otros culpan a las malas artes biotecnológicas y genéticas del Imperio de Creso en decadencia que no quiere ceder su lugar. Creo que ambas cosas pueden ser ciertas.
La Mapu, la Madre Tierra, Gaia o Pachamama, no importa el nombre, ya ha dado muchas muestras de enojo, aunque no las hayamos querido ver ni escuchar. Además, el Imperio ya ha dado suficiente testimonio de que está dispuesto a sacrificar cualquier cosa en el altar del Dios Dinero, que según Leopoldo Marechal se impuso cuando Creso se hizo del poder.
Como recordaremos, el autor de EL BANQUETE DE SEVERO ARCÁNGELO, antes de morir en 1970, hizo un resumen de la historia espiritual de la humanidad en una carta a su amigo Velasco. En ella señala que el primer dios de la Historia fue Tiresias, sacerdote, sucedido por Ayax, el guerrero, y luego por Creso, el dinero, aludiendo en este último caso al rey a quien se adjudica ser el inventor de las primeras monedas de oro hace unos 2.600 años, en Asia Menor … aunque … hay pruebas de que América Antigua (el actual Ecuador, México) tenía sus propias monedas al igual que China, en cuyos casos la moneda no había pasado de ser un instrumento, no el detentador del poder. Cada uno de los cuatro tiene una función, que sucesivamente fue prevaleciendo sobre las otras: las teocracias fueron sucedidas por las aristocracias militares y luego éstas por la burguesía poseedora. Todas usaron al cuarto personaje, Gutiérrez, como mano de obra perpetua y perpetuamente excluida del poder.
Marechal afirma que cada uno de los dioses atraviesa a los otros protagonistas sociales con su espíritu. Así, gracias a Creso, “antes en Argentina tuvimos guerreros, hoy sólo nos quedan Fuerzas Armadas”. Escrito esto en tiempos en que los golpes militares eran moneda corriente, era todo un anuncio del triunfo de la Patria Financiera en 1976, un año antes de que se sancionara la Ley de Entidades Financieras.
Pero Marechal no dijo eso. Se apresuró al anunciar que estábamos en la era de Creso y el advenimiento de la de Gutiérrez. Es claro, había estado en la Cuba de Fidel y vivía en una Argentina donde la Resistencia Populista no bajaba la guardia. Eran tiempos del Concilio Vaticano II, del Mayo Francés, la Primavera de Praga, los sacerdotes del Tercer Mundo, los Jaime De Nevares, Los Beatles y las minifaldas. Quizás el entusiasmo de la época lo llevó a creer en el fin de una historia que en realidad todavía no había llegado a su punto culminante.
Luego pasaron cosas, muchas cosas.
Creso se niega todavía a ceder su poder. Y hasta se envalentonó cuando desde 1989, luego de fracasar la experiencia socialista no democrática, consagró al pensamiento único neoliberal y proclamó el “fin de la historia”.
Pero… en eso llegó el siglo XXI y, con él, el populismo al poder político; entonces ya se le hizo peliaguda la cosa a Creso, que seguía detentando el poder económico. Gutiérrez estaba tomando fuerza en todo el mundo, con idas y venidas, contradicciones, traiciones y agachadas. Gutiérrez sigue resistiendo.
De lo que nadie seriamente duda es de que el régimen global neoliberal monetarista (el Creso de Marechal) no puede dar respuestas al reclamo de lo esencial: el derecho a la vida. Luego, el capitalismo ya ni siquiera sirve más que para generar objetos para el consumo de gente que no puede consumir, porque es pobre o porque está muerta de manera real o potencial. O porque hay muchos Gutiérrez que no quieren saber más nada con ese egoísmo.
Hace unos días, un joven militante que no había vivido la dictadura, denunciaba en un correo electrónico que “Alberto es un dictador”, que la cuarentena es “represión” y que se sentía “en cautiverio”. Y pensé “de qué cautiverio habla, si no conoce los horrores de las tiranías y hasta se da el lujo de comparar con Videla a un presidente elegido por el pueblo, sólo por el hecho de dar ´órdenes´?”.
Así fue que se nos dio por reflexionar sobre algo que está saliendo de las catacumbas en estos días de encierro: la solidaridad.
La solidaridad se diferencia de la caridad en que lo primero apela al “somos todos iguales y debemos ayudarnos unos a otros”. La caridad, en cambio, es cuando un rico le da a un pobre lo que le sobra. Ni una migaja más que lo que le sobra. Y si puede no dársela, mejor para sus negocios, total, está Tiresias para lavarle el cerebro al pobre, o está Ayax para disuadirlo de que se porte bien.
Caramba, pero parece ser que esa obediencia debida va dejando de funcionar en los términos en que Creso quería.
Los que confunden todo adrede cacerolean para que el presidente se baje el sueldo (siendo que ellos no lo hicieron cuando fueron gobierno), reclaman soluciones a un Estado que ellos mismos destruyeron. Juegan al Antón Perulero y al Salvese quien Pueda y predican virtudes que no practican. Su propio autismo terminará destruyéndolos. Gutiérrez debe seguir practicando la solidaridad y salir de las catacumbas cuando llegue el momento.
Decía Don Jaime De Nevares que la solidaridad sólo se practica entre pobres, porque los ricos nunca supieron qué es eso de pasar hambre. Por eso, porque existe la vivencia de ponerse en el lugar del otro, los pobres ayudan a los pobres. Pero los ricos no. Los ricos tampoco ayudan a los ricos, y eso es una ventaja para Gutiérrez, para el pueblo: ya está entrenado en la solidaridad, ya conoce en carne propia las consecuencias del egoìsmo.
Por eso es que los Gutiérrez del mundo pasan la cuarentena cantando, o jugando en casa. Por eso los Cresos se van de vacaciones en lugar de quedarse en casa; porque están seguros de que a ellos no les puede pasar nada; bajan la guardia, que es lo que no debe hacer nadie que está en peligro. O porque quizás inconscientemente avizoran que su final está cerca y entonces quieren jugar sus últimas fichas.
Acaba de morir en España el presidente del Banco Santander, por efecto del COVID 19, y el primer ministro inglés estuvo en terapia intensiva por el mismo motivo. La hija del banquero dijo, ante la mala noticia familiar, que el dinero no servía para nada, que su padre no se había llevado ni un centavo a la tumba.
En los países donde hay líderes serios se cierran las fronteras, nos encerramos en casa, la globalización liberal está en “peligro”; el universalismo económico está en la mesa de discusión; ya no más pensamiento único.
Los defensores del régimen temen que el keynessianismo que están aplicando algunos países (como Argentina, aunque muy tímidamente para nuestro gusto) de manera obligada, se convierta en una “mala costumbre” luego que pase el temblor, y entonces se quede. El sistema le tiene miedo a eso de “la Patria es el otro”, o “el amor vence al odio”.
Se está escribiendo mucho sobre los efectos sociales y hasta geopolíticos que tendrá la pandemia de coronavirus. O que ya está teniendo. Entonces, viviremos “con lo nuestro”, como ya están haciendo algunas personas que fabrican sus propios barbijos con pañuelos mientras los ricos acaparan esos y otros elementos de autoprotección. O los hacen con viejos pañales, como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, todo un símbolo histórico de la resistencia contra Creso (movimientos que surgieron casi paralelamente con la Ley de Entidades Financieras que aún nos azota). O los pequeños agricultores, que en algunos lugares están bregando para desplazar a los grandes pulpos multinacionales en la distribución de los alimentos que ellos mismos producen sin glifosato. El Estado Nacional está presente, quizás debería estarlo más, pero está presente. Por suerte no somos Brasil, ni ecuador, ni Chile, ni Estados Unidos, ni Inglaterra. Todos los días nos preguntamos qué sería de nosotros si el presidente no fuera Alberto sino Mauricio. Qué pasaría sin Ministerio de Salud, con Farmacity imponiendo precios a las farmacias, o un presidente diciendo que no hacen falta tantas universidades. De pronto, en nuestro encierro, encontramos, en nosotros mismos, que Fulano es un amigo al que no prestamos mucha atención, y nos vienen ganas de abrazarlo, como hacen los sobrevivientes que vuelven de la guerra. La cuarentena nos obliga a una introspección, hacia una búsqueda interior, allí encontramos a los seres queridos que nos habitan y de repente puede pasar que a todos nos aflore el Tiresias, el Ayax, el Creso … o el Gutiérrez que llevamos en el alma y cuyo trote deberíamos escuchar. También en nuestro fuero íntimo, llegó la hora de los pueblos. |
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