González Tuñón, crónica contra el olvido
Alberto Fortunato
La unidad de la vida y la obra de Raúl González Tuñón se manifiestan en una trayectoria coherente de afirmación del poeta de su ciudad y del mundo.


El 29 de marzo de 1905 nació en el barrio del Once en el número 614 de la calle Saavedra. Un hogar obrero, sus padres Remigio González y Consuelo Tuñón, inmigrantes españoles. Fue el sexto de siete hermanos y hasta los siete años –cuando murió su madre- disfrutó de su niñez en esa casa que tenía dos patios y un níspero. Una casa grande donde también vivían sus abuelos maternos y dos tías. Poeta porteño y ciudadano del mundo, se lo ubica en la generación renovadora de la poesía argentina en los años 20 del siglo pasado. Sus primeras publicaciones se realizaron en las revistas Inicial, Martín Fierro y Proa. Formó parte de la propuesta estética martinfierrista (Grupo de Florida) aunque su temprana militancia social y su posterior opción por el comunismo lo acercan al rival Grupo de Boedo. Se destacó como periodista en Crítica, La Nación y Clarín. Es co-fundador en 1941 del diario El Siglo del Partido Comunista de Chile donde colaboró hasta 1946. Publicó más de veinte libros de poesía y prosa poética y algunos de teatro entre los que destacamos El violín del diablo (1926), Miércoles de ceniza (1928), La calle del agujero en la media (1930), Todos Bailan (poemas de Juancito Caminador) (1935), La rosa blindada (1936), Primer canto argentino (1946), A la sombra de los barrios amados (1957), La cueva caliente (1957), Demanda contra el olvido (1963), El rumbo de las islas perdidas (1969), La veleta y la antena (1969). Con posterioridad a su muerte en la Ciudad de Buenos Aires el 14 de agosto de 1974 fueron publicados La literatura resplandeciente (1976) y El banco en la plaza. Los melancólicos canales del tiempo (1977).


Crónicas contra el olvido (26 de abril de 2006)
El miércoles 26 de abril allí, en el corazón de la porteñeidad, en el moderno edificio del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini ubicado en calle Corrientes al 1500, viví momentos inolvidables. Yo iba dispuesto a presenciar la presentación de una reedición del libro Demanda contra el olvido de Raúl González Tuñón. Apenas transpuse una de las puertas de la entrada me encuentro con Carmelo. Carmelo es un empleado todoterreno del CCC, amable, solícito, sobrio en el hablar. A Carmelo lo conozco desde hace varios años. Trabajaba como conserje en el edificio de Maipú 666 donde se encontraban en el tercer piso las oficinas del Instituto de la Cooperación –IDELCOOP- cuyo Director era en ese tiempo el economista sanjuanino Julio Gambina. Julio oficiaba, a la vez, como Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas –FISyP- y por su gestión la FISyP , de la que yo era integrante, ocupaba una pequeña oficina en ese piso. Le pregunté a Carmelo si no había visto a Mangieri (José Luis), el editor del libro, y me indicó la posibilidad de que se encontrara en los fondos de la planta baja del local donde funciona la cafetería del Centro. Además de la cafetería, en ese amplio espacio, se encuentra a la derecha la disquería y librería de CLACSO, a la izquierda, separada por paneles la sala de Exposiciones Abraham Vigo y, a continuación de la cafetería la Sala Osvaldo Pugliese que es sede permanente de las iniciativas tangueras del amigo y periodista Ricardo Horvath. En la cafetería no encontré a Mangieri aunque siempre puedo encontrar a amigos y compañeros que comparten conmigo inquietudes sociales, culturales y políticas.

En una de las mesas estaba el tano Caputo, secretario de Organización del PC. En la barra que se encuentra a la izquierda del salón, estaba Atilio Borón, sociólogo y Secretario ejecutivo de CLACSO quien, celular en mano, tomaba un café. Me acerqué a la barra y conversé brevemente con Atilio y le obsequié un ejemplar del Manifiesto Comunista recientemente editado por el Movimiento Cultural Acercándonos. Tomé uno de los ascensores para bajar al segundo subsuelo y allí me encontré con Ana María Ramb, delicada escritora y compañera de aventuras radiales en los principios de “PUENTE UNO” el programa radial de la FISyP quien, solícita y a mi pedido me presentó a José Luis Mangieri quien estaba conversando con otros amigos en las afueras de la Sala Solidaridad. Mangieri acortó enseguida distancias: “-Si me tratás de Usted no seguimos hablando” y allí acordamos encontrarnos en fecha próxima para hablar sobre Raúl González Tuñón.

Ya acomodado en la vasta Sala saludé a Nélida Rodríguez Marqués, la última compañera de Tuñón. Hacía poco tiempo que la visité en su departamento de la calle Rivadavia al 1200. y me atendió amablemente, facilitándome fotografías de Raúl y contándome de la muerte de Amparo Mom, quien falleció de cáncer de útero en 1940 y brindándome una taza de té como una muestra de amistad.

La mesa de presentación de Demanda contra el olvido la integraban Daniel Freidemberg, Julio E. Royano, José Luis Mangieri y Jorge Testero. Testero presentó a los panelistas y se refirió cálidamente a Raúl y su aventura poética y de vida; Mangieri que coordinaba el panel de poetas señaló que “Otra vez Raúl González Tuñón –muy tozudo él, como lo dije alguna vez- está entre nosotros, en un título que le editamos por primera vez en 1963, con una reedición al año siguiente. Muy modestamente me permito afirmar que Raúl fue el primero que utilizó la poesía como un arma para luchar contra el olvido; por eso este libro se subtitula “Cantata a nuestros muertos”, que abarca desde Juan Ingalinella hasta Bertolt Brecht, entre sus entrañables. Hoy que los Derechos Humanos y la Memoria campean por las calles del país, este libro es un arma mortal contra los que pretenden olvidar a nuestros treinta mil detenidos/desaparecidos. Ya Raúl nos lo dijo hace mucho:”los muertos viven en la memoria de los vivos”. “ y terminaba diciendo: Raúl no está solo. Jamás lo estará. Poetas, pintores lectores no sólo lo leen. Tienen por igual incorporados su ética y su poesía. Acompañado, Raúl vence al tiempo”.

El poeta Daniel Freidemberg leyó algunos poemas y Julio F. Royano leyó un pequeño ensayo de su autoría que dice, entre otras frases: Tuñón ha sido fiel a sí mismo en su Demanda contra el olvido, Porque su poesía es bella y triste. La belleza es la que se ocupa de mantener la eternidad y la tristeza es la que, un poco más burocráticamente, presenta la demanda Y nosotros, el lector, corremos de la pena a la dulzura de la sonrisa; de la memoria de lo que creíamos saber y ahora nos parece nuevo, a la expectativa de lo que nos aguarda a la vuelta del verso. El mundo poético de Tuñón es siempre novedoso, como un cartel que, en una carretera nos diera aviso de una curva desconocida, pero su intimidad poética es unívoca: siempre dice Raúl....Este caminador de todos los caminos, es también un abrazador de todos los hombres y un conciliador de pasados, presentes y futuros...Dijo Raúl que hay un tiempo de Pushkin y una Rusia de Tolstoi, nosotros, en una impostergable “demanda contra el olvido”, debemos repetir sus versos y su nombre para que nunca se pierda una múltiple y casi imponderable argentina de Tuñón,” Termina su trabajo Royano diciendo: “Todos los paisajes nos hacen pequeños, dijo (Raúl) y se sintió pequeño porque fue el más grande creador y recreador de paisajes de nuestras letras. Como un Cristo en la cruz, señaló con sus brazos extendidos, con una mano, las inocentes y feroces hazañas del poeta medieval y con la otra, el camino del hombre hacia el infinito, que él imagina como la poesía inacabable. En definitiva, es por eso que no tolera el olvido.”

Culminó el acto con la actuación del músico y compositor Juan Carlos “Tata” Cederrón quien relató anécdotas y vivencias y cantó La cerveza del pescador Schiltisgheim y la Milonga de la ganzúa culminando una noche inolvidable.




Raúl, el nuestro
La unidad de la vida y la obra de Raúl González Tuñón se manifiestan en una trayectoria coherente de afirmación del poeta de su ciudad y del mundo. Sus obras trasmiten con brillantez rotunda los momentos vividos, desde la niñez y como en una moviola nos muestra sus esquinas, los rincones del barrio, sus boliches y las paredes como mapas, a sus amigos poetas. También los payasos y saltimbanquis y a sus abuelos y los puertos.

”Una esquina en el barrio, tristona y pintoresca
como un destartalado, gris, espectral telón,
cayendo en un teatro de suburbio sombrío,
cuando todos han muerto, sin el apuntador...
y ahí están, los saludo, la calle solitaria,
esta noche y los árboles del otoño que hablan,
con su sombra, un dialecto que sólo entenderían
Chaplín, los faroleros, las gaviotas y vos”

La tienda de ultramarinos, el barco encerrado en una botella y la sangre de Aída Lafuente, La Libertaria, pero antes el París de la Calle del agujero en la media y después el Madrid de la lucha antifacista, pero siempre sus barrios amados y la luna que baja hasta sus patios. ¿Y sus amores? Amparo Mom y los tambores y violines de la lluvia acunando sus noches,

“Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos dos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.”

Y su hermano Enrique, sus tangos y su muerte (“Su cintura de polvo le envidian las cigarras...”) y su Juancito Caminador y los Nueve negros de Scottboro y la esperanza y la Revolución y el Partido Comunista.

“El porvenir es un niño desnudo...”

El 29 de marzo de 1905 nació en el barrio del Once en el número 614 de la calle Saavedra. Un hogar obrero, sus padres Remigio González y Consuelo Tuñón, inmigrantes españoles. Fue el sexto de siete hermanos y hasta los siete años –cuando murió su madre- disfrutó de su niñez en esa casa que tenía dos patios y un níspero. Una casa grande donde también vivían sus abuelos maternos y dos tías. Raúl –un amigo entrañable al que no conocí-, en sus últimos años en conversación con Horacio Salas, adjudica a sus dos abuelos, Estanislao González y Manuel Tuñón un papel determinante en sus líneas poéticas: “Mirá, creo que el hecho de haber nacido oyendo los pitazos de una estación de ferrocarril, el haber ido todos los domingos durante mi infancia al puerto a comer pescaditos fritos con mi abuelo Manuel Tuñón, y las historias que me contaba mi padre sobre mi otro abuelo, el imaginero, incidieron en mi vida extraordinariamente. Porque mi amor por los puertos y el vagabundaje y los viajes me vienen de ahí. Y en mi sangre y en mi poesía siguen presentes. El imaginero que es Juancito Caminador, aparece en mi último libro. Y el poeta social, que sería de algún modo, Manuel Tuñón” Este último, nacido en Mieres, en la cuenca minera de Asturias, militante socialista, lo llevó, por primera vez, a una manifestación socialista en la Plaza Once. a los nueve años de Raúl. “Yo estaba fascinado” confesó Raúl.

Su adolescencia, en una Buenos Aires que dejaba de ser aldea e incorporaba a los inmigrantes y a sus hijos a la producción y desplazaba al Gobierno conservador y llevaba a la presidencia a Hipólito Yrigoyen, lo encuentra como alumno del Colegio Nacional Central, donde, en 1918, año de la Reforma Universitaria, participa de una huelga y escucha una arenga del joven Aníbal Ponce. Vive en esa época en el barrio de Constitución. El Parque Lezama, el Cine Select y el Bar y Billares Buen Orden son por él y sus amigos frecuentados. Raúl descubre a Darío y Baudelaire y la poesía de Evaristo Carriego y Héctor Pedro Blomberg. Junto con su hermano Enrique, tres años mayor, lee en el periódico anarquista La Protesta a Roberto J. Payró y también las colaboraciones de Carriego. Pedro Orgambide refiere que “escribe sus primeros poemas en la mesa de una lechería y en un banco de la plaza Garay... Los hermanos Tuñón, heterodoxos en política y estética, les gusta el tango, la música del café concert, asisten a los teatros y forman parte de la claque.” Nora Domínguez escribe: “Le atraían los lugares desconocidos, los viajes: adolescente aún, recorría los puertos de Buenos Aires y del interior, sus bares, compartía noches y charlas en el café “el puchero misterioso” o “El café de la puñalada”, relacionándose con personajes y anécdotas que avivaban su imaginación o estimulaban sus primeros versos.

Raúl abandona el Colegio Nacional y entra a trabajar en la sección empaque de la fábrica Sánchez y González y luego –en su afán viajero fue vendedor de calzado en la ciudad de Santa Fe por poco tiempo. En esa ciudad, en un cafetín del puerto conoció a un ayudante de cocina de un barco llamado Warner Land que había fabricado “una especie de monstruoso violoncelo, al cual castigaba con una suerte de arco arrancándole histéricos sonidos” Una noche le preguntó Raúl cómo se llamaba ese instrumento tan raro. El otro respondió con bronca Violín del Diablo

En 1922, a los 17 años escribe Eche veinte centavos en la ranura, poema que se incluye en su primer libro El Violín del Diablo (1926) Ese poema recoge la impresión causada en el joven poeta por los boliches y piringundines del bajo (el viejo Paseo de Julio –hoy Leandro Alem-), con sus putas y marineros borrachos.

“Cien lucecitas, Maravilla / de reflejos funambulescos.
Aquí hay mujer y manzanilla / Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres / para los hombres de los puertos
Que prenden como alfileres / sus ojos en los ojos muertos.”

El recordado editor Manuel Gleizer organizó en 1925 un concurso literario cuyos jurados eran Alfonsina Storni, Carlos Alberto Leumann y Evar Méndez. Raúl se encontraba trabajando en La Rioja en el periódico El látigo y su hermano Enrique decidió presentar los manuscritos del Violín...”Eran textos escritos por Raúl entre los quince y diecisiete años, la mayoría improvisados en cafés y bares de Buenos Aires” escribe Pedro Orgambide en la obra antes citada. También en tranvías y algunos en la ciudad de Montevideo. Con el voto de Evar Méndez y Alfonsina Storni fue consagrado ganador del concurso. Su primer crítico Luis Emilio Soto escribió que Raúl encontró los motivos de sus poemas “en el puerto, en el suburbio, en el conventillo” “Raúl, que apenas tiene veinte años es digno sucesor de Evaristo Carriego”.

Entre 1922 y 1925 publica en Caras y Caretas y colabora en Inicial , Proa y se incorpora a la redacción de Martín Fierro. Su vocación de periodista, siguiendo a su admirado hermano Enrique, es simultánea con su temperamento de poeta. En 1925 comienza realmente su carrera de periodista en el importante Diario Crítica a instancias de su hermano Enrique, ya escritor premiado en su primer libro. Allí conoce al legendario Natalio Botana, el director del diario quien, en una ocasión, lo mandó a llamar impresionado por el poema que Raúl había escrito por la muerte del Mono Taborda, uno de los dibujantes del diario

“En vos hemos llorado de una vez para siempre
a los pájaros todos que gastaron sus trinos,
en la calle, en la mesa del café, en el tapete.
Vos quedás en el humo, en la copa, en el tango
Y en el viejo organito rengueando hacia el ocaso.
¿Qué dirán los obreros del Parque y las Barracas,
los afiches del otoño, rantes en el Paseo,
los footbaliers de Almagro, los taitas de Palermo,
los gringos de la Boca, los muchachos del Centro?
La Cortada registra tus risas todavía
Como guarda la pena de Evaristo Carriego”

En la redacción de Crítica, trabajaban escritores consagrados como Conrado Nalé Roxlo y una pléyade brillante de poetas, escritores, hombres de teatro, todos periodistas que dejarían huellas: Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Sixto Pondal Ríos, Nicolás Olivari, Carlos de la Púa, Ulises Petit de Murat, Córdova Iturburu, González Carbalho, Edmundo Guibourg, Roberto Tálice, Pablo Rojas Paz, Pablo Suero, Enrique Guastavino y el critico de cine Arturo S. Mom, entre otros notables. En dicho Diario, Raúl, en la sección “Crónicas de la Semana” desarrolló apuntes periodísticos sobre hechos cotidianos y de la calle. Merced a la buena disposición del Director, Natalio Botana, Raúl se convirtió en un corresponsal viajero, lo que le permitió viajar a diversos puntos de nuestro país. “Para mí el periodismo no fue una cosa ingrata. Me dio la oportunidad de viajar, de contemplar la vida”.


Florida y Boedo
Su incorporación a la Segunda Época de PROA en 1924, nos muestra al poeta de 19 años entreverado en las vanguardias culturales. La revista era dirigida por Jorge Luis Borges, Brandán Caraffa, Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz y en su número uno se incluyen dos poemas de Raúl: Humo y Lobos de Mar

Marinos
de todos los caminos;
el cafetín es un altar.
. . . . . . . . . . . . . . . . .
¿En dónde están los mares, los puertos, los navíos,
y las blancas gaviotas
y las extrañas prostitutas
de las tierras ignotas?
. . . Ventosa noche –tiene asma-
Fumad; presumo
Que el humo gris es el fantasma
De vuestros sueños, que son humo.

Esas vanguardias culturales incorporan la influencia europea de posguerra. El ultraísmo, el surrealismo, el dadaísmo, el futurismo, el cubismo... Ismos que modifican las formas de ver y expresar la realidad cotidiana. En ese Buenos Aires de 1924 llegan de Europa Emilio Pettoruti y Xul Solar; comienza a publicarse la Revista Martín Fierro, fundada por el poeta Evar Méndez con el apoyo de Samuel Glusberg, desde donde una nueva generación de escritores defenderá y se jugará por la vanguardia. Dice Raúl: “Allí estaba la gente de Florida, que representaba una inquietud, la búsqueda de nuevas formas expresivas. No todo fue conseguido felizmente, pero era una cosa muy notable. Igualmente respetable era la inquietud social del grupo Boedo. Ambos son dos grupos interesantes de la pequeña historia literaria porteña.” La llamada Generación del 22, protagonista de esa pequeña historia literaria porteña generó una polémica con ecos perdurables donde participaron Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo (quien redactó principalmente el Manifiesto inicial), Norah Lange, Francisco Luis Bernardez, Eduardo González Lanuza, Pablo Rojas Paz, Leopoldo Marechal y el mismo Raúl y su hermano Enrique en la vereda de Florida. En la “vereda de enfrente” estaban los de Boedo, los cultores de la literatura social, entre ellos, Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Roberto Mariani, Leonidas Barletta y Gustavo Riccio. Escribe Pedro Orgambide : “Raúl González Tuñón comparte con la mayoría de ellos –los martinfierristas- el gusto por el verso libre y la sátira versificada, el inconformismo, la irreverencia frente a los hispanófilos, el tono criollo y provocador del idioma argentino, los cuestionamientos a Leopoldo Lugones, poeta canónico de la Argentina”. En el párrafo siguiente, Orgambide, destaca que la aparente bonanza que vive la Argentina en la década del 20, bajo el gobierno del radicalismo –en donde se veían representadas las capas medias- “se vivía el sueño del progreso indefinido.” Y agrega: “Sofocada en 1919 la rebelión obrera de la Semana Trágica, asesinados en la Patagonia en 1921 y 1922, los peones insurrectos, la oligarquía reaseguraba sus intereses, su tradicional dependencia con el imperio británico. . .Ese fue el tiempo que vivió el joven poeta Raúl González Tuñón. Con su hermano Enrique participó de la bohemia literaria, de los banquetes, las bromas, las publicaciones y controversias del llamado grupo Florida” En realidad Raúl, participaba de la inquietud social aunque no de las formas literarias del grupo Boedo y junto con su hermano Enrique y su amigo Nicolás Olivari fueron una especie de puente en la relación entre los dos grupos literarios. La denominada “guerrilla literaria” de los 20 culminó con el golpe de Estado de los sectores oligárquicos y filo fascistas realizado en 1930 contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen. Un símbolo gráfico es la fotografía del presidente de facto Uriburu ladeado por Leopoldo Lugones en oportunidad del discurso de toma de mando.


Miércoles de cenizas
En 1928 obtiene el Segundo Premio Municipal con Miércoles de Ceniza, un libro que muestra al poeta en plena evolución temática y de estilo y en donde asoma cierto revisionismo histórico (en Epitafio para una tumba argentina en Inglaterra donde exalta la figura de Juan Manuel de Rosas) y expresa algún rastro de los poetas anarquistas que leyó en La Protesta

La vida para mí
es un siempre partir y un poco quedar,
y para el tren que me ha llevar
no tomaré boleto y al guarda le diré:
-¡Epa, epa’ Así es la vida.

También rememora episodios e imágenes de sus vivencias durante un año en la Provincia de La Rioja. Lo cierto es que, con el premio obtenido viaja a Europa con su entonces amigo, el escritor Sixto Pondal Ríos. Un largo viaje en un buque español que culmina en París luego de parar en puertos de Latinoamérica y España. Recuerda Pedro Orgambide: “Fue en ese París de los años 1929 y 1930, donde Raúl González Tuñón escribió uno de sus libros más hermosos: La calle del agujero en la media


La calle del agujero en la media
Su primer viaje a Europa dura un año; recorre algunas ciudades españolas y se instala en París y merced al apoyo solidario del corresponsal de Crítica en esa ciudad, Edmundo Guibourg pudo sostenerse él y su amigo Pondal Ríos hasta poder equilibrar sus ingresos mediante su trabajo de periodista. La calle del agujero en la media es producto de su contacto personal con los surrealistas franceses y la transfiguración, al pasar por su prisma de porteño y argentino cordial y viajero, de los rincones y boliches de París, de sus casas, sus mujeres y sus usinas entrevistas ora bajo la lluvia, ora mojadas por la luna o el sol de la esperanza y la revolución que sale por el agujero de la media que cose la amada y llena todo el cuarto de luz.

“Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
-cada ventana paga su pedazo de sol con una canción-,
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo y alegre como una revolución
Y entonces pensé: ¿qué haré ahora de mi vida?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Una noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos
-la luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes-
yo vi como en un alto balcón
se amaban un muchacho y una muchacha”’


 

El 29 de marzo de 1905 nació en el barrio del Once en el número 614 de la calle Saavedra. Un hogar obrero, sus padres Remigio González y Consuelo Tuñón, inmigrantes españoles. Fue el sexto de siete hermanos y hasta los siete años –cuando murió su madre- disfrutó de su niñez en esa casa que tenía dos patios y un níspero. Una casa grande donde también vivían sus abuelos maternos y dos tías. Poeta porteño y ciudadano del mundo, se lo ubica en la generación renovadora de la poesía argentina en los años 20 del siglo pasado. Sus primeras publicaciones se realizaron en las revistas Inicial, Martín Fierro y Proa. Formó parte de la propuesta estética martinfierrista (Grupo de Florida) aunque su temprana militancia social y su posterior opción por el comunismo lo acercan al rival Grupo de Boedo. Se destacó como periodista en Crítica, La Nación y Clarín. Es co-fundador en 1941 del diario El Siglo del Partido Comunista de Chile donde colaboró hasta 1946. Publicó más de veinte libros de poesía y prosa poética y algunos de teatro entre los que destacamos El violín del diablo (1926), Miércoles de ceniza (1928), La calle del agujero en la media (1930), Todos Bailan (poemas de Juancito Caminador) (1935), La rosa blindada (1936), Primer canto argentino (1946), A la sombra de los barrios amados (1957), La cueva caliente (1957), Demanda contra el olvido (1963), El rumbo de las islas perdidas (1969), La veleta y la antena (1969). Con posterioridad a su muerte en la Ciudad de Buenos Aires el 14 de agosto de 1974 fueron publicados La literatura resplandeciente (1976) y El banco en la plaza. Los melancólicos canales del tiempo (1977).


Crónicas contra el olvido (26 de abril de 2006)
El miércoles 26 de abril allí, en el corazón de la porteñeidad, en el moderno edificio del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini ubicado en calle Corrientes al 1500, viví momentos inolvidables. Yo iba dispuesto a presenciar la presentación de una reedición del libro Demanda contra el olvido de Raúl González Tuñón. Apenas transpuse una de las puertas de la entrada me encuentro con Carmelo. Carmelo es un empleado todoterreno del CCC, amable, solícito, sobrio en el hablar. A Carmelo lo conozco desde hace varios años. Trabajaba como conserje en el edificio de Maipú 666 donde se encontraban en el tercer piso las oficinas del Instituto de la Cooperación –IDELCOOP- cuyo Director era en ese tiempo el economista sanjuanino Julio Gambina. Julio oficiaba, a la vez, como Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas –FISyP- y por su gestión la FISyP , de la que yo era integrante, ocupaba una pequeña oficina en ese piso. Le pregunté a Carmelo si no había visto a Mangieri (José Luis), el editor del libro, y me indicó la posibilidad de que se encontrara en los fondos de la planta baja del local donde funciona la cafetería del Centro. Además de la cafetería, en ese amplio espacio, se encuentra a la derecha la disquería y librería de CLACSO, a la izquierda, separada por paneles la sala de Exposiciones Abraham Vigo y, a continuación de la cafetería la Sala Osvaldo Pugliese que es sede permanente de las iniciativas tangueras del amigo y periodista Ricardo Horvath. En la cafetería no encontré a Mangieri aunque siempre puedo encontrar a amigos y compañeros que comparten conmigo inquietudes sociales, culturales y políticas.

En una de las mesas estaba el tano Caputo, secretario de Organización del PC. En la barra que se encuentra a la izquierda del salón, estaba Atilio Borón, sociólogo y Secretario ejecutivo de CLACSO quien, celular en mano, tomaba un café. Me acerqué a la barra y conversé brevemente con Atilio y le obsequié un ejemplar del Manifiesto Comunista recientemente editado por el Movimiento Cultural Acercándonos. Tomé uno de los ascensores para bajar al segundo subsuelo y allí me encontré con Ana María Ramb, delicada escritora y compañera de aventuras radiales en los principios de “PUENTE UNO” el programa radial de la FISyP quien, solícita y a mi pedido me presentó a José Luis Mangieri quien estaba conversando con otros amigos en las afueras de la Sala Solidaridad. Mangieri acortó enseguida distancias: “-Si me tratás de Usted no seguimos hablando” y allí acordamos encontrarnos en fecha próxima para hablar sobre Raúl González Tuñón.

Ya acomodado en la vasta Sala saludé a Nélida Rodríguez Marqués, la última compañera de Tuñón. Hacía poco tiempo que la visité en su departamento de la calle Rivadavia al 1200. y me atendió amablemente, facilitándome fotografías de Raúl y contándome de la muerte de Amparo Mom, quien falleció de cáncer de útero en 1940 y brindándome una taza de té como una muestra de amistad.

La mesa de presentación de Demanda contra el olvido la integraban Daniel Freidemberg, Julio E. Royano, José Luis Mangieri y Jorge Testero. Testero presentó a los panelistas y se refirió cálidamente a Raúl y su aventura poética y de vida; Mangieri que coordinaba el panel de poetas señaló que “Otra vez Raúl González Tuñón –muy tozudo él, como lo dije alguna vez- está entre nosotros, en un título que le editamos por primera vez en 1963, con una reedición al año siguiente. Muy modestamente me permito afirmar que Raúl fue el primero que utilizó la poesía como un arma para luchar contra el olvido; por eso este libro se subtitula “Cantata a nuestros muertos”, que abarca desde Juan Ingalinella hasta Bertolt Brecht, entre sus entrañables. Hoy que los Derechos Humanos y la Memoria campean por las calles del país, este libro es un arma mortal contra los que pretenden olvidar a nuestros treinta mil detenidos/desaparecidos. Ya Raúl nos lo dijo hace mucho:”los muertos viven en la memoria de los vivos”. “ y terminaba diciendo: Raúl no está solo. Jamás lo estará. Poetas, pintores lectores no sólo lo leen. Tienen por igual incorporados su ética y su poesía. Acompañado, Raúl vence al tiempo”.

El poeta Daniel Freidemberg leyó algunos poemas y Julio F. Royano leyó un pequeño ensayo de su autoría que dice, entre otras frases: Tuñón ha sido fiel a sí mismo en su Demanda contra el olvido, Porque su poesía es bella y triste. La belleza es la que se ocupa de mantener la eternidad y la tristeza es la que, un poco más burocráticamente, presenta la demanda Y nosotros, el lector, corremos de la pena a la dulzura de la sonrisa; de la memoria de lo que creíamos saber y ahora nos parece nuevo, a la expectativa de lo que nos aguarda a la vuelta del verso. El mundo poético de Tuñón es siempre novedoso, como un cartel que, en una carretera nos diera aviso de una curva desconocida, pero su intimidad poética es unívoca: siempre dice Raúl....Este caminador de todos los caminos, es también un abrazador de todos los hombres y un conciliador de pasados, presentes y futuros...Dijo Raúl que hay un tiempo de Pushkin y una Rusia de Tolstoi, nosotros, en una impostergable “demanda contra el olvido”, debemos repetir sus versos y su nombre para que nunca se pierda una múltiple y casi imponderable argentina de Tuñón,” Termina su trabajo Royano diciendo: “Todos los paisajes nos hacen pequeños, dijo (Raúl) y se sintió pequeño porque fue el más grande creador y recreador de paisajes de nuestras letras. Como un Cristo en la cruz, señaló con sus brazos extendidos, con una mano, las inocentes y feroces hazañas del poeta medieval y con la otra, el camino del hombre hacia el infinito, que él imagina como la poesía inacabable. En definitiva, es por eso que no tolera el olvido.”

Culminó el acto con la actuación del músico y compositor Juan Carlos “Tata” Cederrón quien relató anécdotas y vivencias y cantó La cerveza del pescador Schiltisgheim y la Milonga de la ganzúa culminando una noche inolvidable.




Raúl, el nuestro
La unidad de la vida y la obra de Raúl González Tuñón se manifiestan en una trayectoria coherente de afirmación del poeta de su ciudad y del mundo. Sus obras trasmiten con brillantez rotunda los momentos vividos, desde la niñez y como en una moviola nos muestra sus esquinas, los rincones del barrio, sus boliches y las paredes como mapas, a sus amigos poetas. También los payasos y saltimbanquis y a sus abuelos y los puertos.

”Una esquina en el barrio, tristona y pintoresca
como un destartalado, gris, espectral telón,
cayendo en un teatro de suburbio sombrío,
cuando todos han muerto, sin el apuntador...
y ahí están, los saludo, la calle solitaria,
esta noche y los árboles del otoño que hablan,
con su sombra, un dialecto que sólo entenderían
Chaplín, los faroleros, las gaviotas y vos”

La tienda de ultramarinos, el barco encerrado en una botella y la sangre de Aída Lafuente, La Libertaria, pero antes el París de la Calle del agujero en la media y después el Madrid de la lucha antifacista, pero siempre sus barrios amados y la luna que baja hasta sus patios. ¿Y sus amores? Amparo Mom y los tambores y violines de la lluvia acunando sus noches,

“Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos dos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.”

Y su hermano Enrique, sus tangos y su muerte (“Su cintura de polvo le envidian las cigarras...”) y su Juancito Caminador y los Nueve negros de Scottboro y la esperanza y la Revolución y el Partido Comunista.

“El porvenir es un niño desnudo...”

El 29 de marzo de 1905 nació en el barrio del Once en el número 614 de la calle Saavedra. Un hogar obrero, sus padres Remigio González y Consuelo Tuñón, inmigrantes españoles. Fue el sexto de siete hermanos y hasta los siete años –cuando murió su madre- disfrutó de su niñez en esa casa que tenía dos patios y un níspero. Una casa grande donde también vivían sus abuelos maternos y dos tías. Raúl –un amigo entrañable al que no conocí-, en sus últimos años en conversación con Horacio Salas, adjudica a sus dos abuelos, Estanislao González y Manuel Tuñón un papel determinante en sus líneas poéticas: “Mirá, creo que el hecho de haber nacido oyendo los pitazos de una estación de ferrocarril, el haber ido todos los domingos durante mi infancia al puerto a comer pescaditos fritos con mi abuelo Manuel Tuñón, y las historias que me contaba mi padre sobre mi otro abuelo, el imaginero, incidieron en mi vida extraordinariamente. Porque mi amor por los puertos y el vagabundaje y los viajes me vienen de ahí. Y en mi sangre y en mi poesía siguen presentes. El imaginero que es Juancito Caminador, aparece en mi último libro. Y el poeta social, que sería de algún modo, Manuel Tuñón” Este último, nacido en Mieres, en la cuenca minera de Asturias, militante socialista, lo llevó, por primera vez, a una manifestación socialista en la Plaza Once. a los nueve años de Raúl. “Yo estaba fascinado” confesó Raúl.

Su adolescencia, en una Buenos Aires que dejaba de ser aldea e incorporaba a los inmigrantes y a sus hijos a la producción y desplazaba al Gobierno conservador y llevaba a la presidencia a Hipólito Yrigoyen, lo encuentra como alumno del Colegio Nacional Central, donde, en 1918, año de la Reforma Universitaria, participa de una huelga y escucha una arenga del joven Aníbal Ponce. Vive en esa época en el barrio de Constitución. El Parque Lezama, el Cine Select y el Bar y Billares Buen Orden son por él y sus amigos frecuentados. Raúl descubre a Darío y Baudelaire y la poesía de Evaristo Carriego y Héctor Pedro Blomberg. Junto con su hermano Enrique, tres años mayor, lee en el periódico anarquista La Protesta a Roberto J. Payró y también las colaboraciones de Carriego. Pedro Orgambide refiere que “escribe sus primeros poemas en la mesa de una lechería y en un banco de la plaza Garay... Los hermanos Tuñón, heterodoxos en política y estética, les gusta el tango, la música del café concert, asisten a los teatros y forman parte de la claque.” Nora Domínguez escribe: “Le atraían los lugares desconocidos, los viajes: adolescente aún, recorría los puertos de Buenos Aires y del interior, sus bares, compartía noches y charlas en el café “el puchero misterioso” o “El café de la puñalada”, relacionándose con personajes y anécdotas que avivaban su imaginación o estimulaban sus primeros versos.

Raúl abandona el Colegio Nacional y entra a trabajar en la sección empaque de la fábrica Sánchez y González y luego –en su afán viajero fue vendedor de calzado en la ciudad de Santa Fe por poco tiempo. En esa ciudad, en un cafetín del puerto conoció a un ayudante de cocina de un barco llamado Warner Land que había fabricado “una especie de monstruoso violoncelo, al cual castigaba con una suerte de arco arrancándole histéricos sonidos” Una noche le preguntó Raúl cómo se llamaba ese instrumento tan raro. El otro respondió con bronca Violín del Diablo

En 1922, a los 17 años escribe Eche veinte centavos en la ranura, poema que se incluye en su primer libro El Violín del Diablo (1926) Ese poema recoge la impresión causada en el joven poeta por los boliches y piringundines del bajo (el viejo Paseo de Julio –hoy Leandro Alem-), con sus putas y marineros borrachos.

“Cien lucecitas, Maravilla / de reflejos funambulescos.
Aquí hay mujer y manzanilla / Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres / para los hombres de los puertos
Que prenden como alfileres / sus ojos en los ojos muertos.”

El recordado editor Manuel Gleizer organizó en 1925 un concurso literario cuyos jurados eran Alfonsina Storni, Carlos Alberto Leumann y Evar Méndez. Raúl se encontraba trabajando en La Rioja en el periódico El látigo y su hermano Enrique decidió presentar los manuscritos del Violín...”Eran textos escritos por Raúl entre los quince y diecisiete años, la mayoría improvisados en cafés y bares de Buenos Aires” escribe Pedro Orgambide en la obra antes citada. También en tranvías y algunos en la ciudad de Montevideo. Con el voto de Evar Méndez y Alfonsina Storni fue consagrado ganador del concurso. Su primer crítico Luis Emilio Soto escribió que Raúl encontró los motivos de sus poemas “en el puerto, en el suburbio, en el conventillo” “Raúl, que apenas tiene veinte años es digno sucesor de Evaristo Carriego”.

Entre 1922 y 1925 publica en Caras y Caretas y colabora en Inicial , Proa y se incorpora a la redacción de Martín Fierro. Su vocación de periodista, siguiendo a su admirado hermano Enrique, es simultánea con su temperamento de poeta. En 1925 comienza realmente su carrera de periodista en el importante Diario Crítica a instancias de su hermano Enrique, ya escritor premiado en su primer libro. Allí conoce al legendario Natalio Botana, el director del diario quien, en una ocasión, lo mandó a llamar impresionado por el poema que Raúl había escrito por la muerte del Mono Taborda, uno de los dibujantes del diario

“En vos hemos llorado de una vez para siempre
a los pájaros todos que gastaron sus trinos,
en la calle, en la mesa del café, en el tapete.
Vos quedás en el humo, en la copa, en el tango
Y en el viejo organito rengueando hacia el ocaso.
¿Qué dirán los obreros del Parque y las Barracas,
los afiches del otoño, rantes en el Paseo,
los footbaliers de Almagro, los taitas de Palermo,
los gringos de la Boca, los muchachos del Centro?
La Cortada registra tus risas todavía
Como guarda la pena de Evaristo Carriego”

En la redacción de Crítica, trabajaban escritores consagrados como Conrado Nalé Roxlo y una pléyade brillante de poetas, escritores, hombres de teatro, todos periodistas que dejarían huellas: Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Sixto Pondal Ríos, Nicolás Olivari, Carlos de la Púa, Ulises Petit de Murat, Córdova Iturburu, González Carbalho, Edmundo Guibourg, Roberto Tálice, Pablo Rojas Paz, Pablo Suero, Enrique Guastavino y el critico de cine Arturo S. Mom, entre otros notables. En dicho Diario, Raúl, en la sección “Crónicas de la Semana” desarrolló apuntes periodísticos sobre hechos cotidianos y de la calle. Merced a la buena disposición del Director, Natalio Botana, Raúl se convirtió en un corresponsal viajero, lo que le permitió viajar a diversos puntos de nuestro país. “Para mí el periodismo no fue una cosa ingrata. Me dio la oportunidad de viajar, de contemplar la vida”.


Florida y Boedo
Su incorporación a la Segunda Época de PROA en 1924, nos muestra al poeta de 19 años entreverado en las vanguardias culturales. La revista era dirigida por Jorge Luis Borges, Brandán Caraffa, Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz y en su número uno se incluyen dos poemas de Raúl: Humo y Lobos de Mar

Marinos
de todos los caminos;
el cafetín es un altar.
. . . . . . . . . . . . . . . . .
¿En dónde están los mares, los puertos, los navíos,
y las blancas gaviotas
y las extrañas prostitutas
de las tierras ignotas?
. . . Ventosa noche –tiene asma-
Fumad; presumo
Que el humo gris es el fantasma
De vuestros sueños, que son humo.

Esas vanguardias culturales incorporan la influencia europea de posguerra. El ultraísmo, el surrealismo, el dadaísmo, el futurismo, el cubismo... Ismos que modifican las formas de ver y expresar la realidad cotidiana. En ese Buenos Aires de 1924 llegan de Europa Emilio Pettoruti y Xul Solar; comienza a publicarse la Revista Martín Fierro, fundada por el poeta Evar Méndez con el apoyo de Samuel Glusberg, desde donde una nueva generación de escritores defenderá y se jugará por la vanguardia. Dice Raúl: “Allí estaba la gente de Florida, que representaba una inquietud, la búsqueda de nuevas formas expresivas. No todo fue conseguido felizmente, pero era una cosa muy notable. Igualmente respetable era la inquietud social del grupo Boedo. Ambos son dos grupos interesantes de la pequeña historia literaria porteña.” La llamada Generación del 22, protagonista de esa pequeña historia literaria porteña generó una polémica con ecos perdurables donde participaron Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo (quien redactó principalmente el Manifiesto inicial), Norah Lange, Francisco Luis Bernardez, Eduardo González Lanuza, Pablo Rojas Paz, Leopoldo Marechal y el mismo Raúl y su hermano Enrique en la vereda de Florida. En la “vereda de enfrente” estaban los de Boedo, los cultores de la literatura social, entre ellos, Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Roberto Mariani, Leonidas Barletta y Gustavo Riccio. Escribe Pedro Orgambide : “Raúl González Tuñón comparte con la mayoría de ellos –los martinfierristas- el gusto por el verso libre y la sátira versificada, el inconformismo, la irreverencia frente a los hispanófilos, el tono criollo y provocador del idioma argentino, los cuestionamientos a Leopoldo Lugones, poeta canónico de la Argentina”. En el párrafo siguiente, Orgambide, destaca que la aparente bonanza que vive la Argentina en la década del 20, bajo el gobierno del radicalismo –en donde se veían representadas las capas medias- “se vivía el sueño del progreso indefinido.” Y agrega: “Sofocada en 1919 la rebelión obrera de la Semana Trágica, asesinados en la Patagonia en 1921 y 1922, los peones insurrectos, la oligarquía reaseguraba sus intereses, su tradicional dependencia con el imperio británico. . .Ese fue el tiempo que vivió el joven poeta Raúl González Tuñón. Con su hermano Enrique participó de la bohemia literaria, de los banquetes, las bromas, las publicaciones y controversias del llamado grupo Florida” En realidad Raúl, participaba de la inquietud social aunque no de las formas literarias del grupo Boedo y junto con su hermano Enrique y su amigo Nicolás Olivari fueron una especie de puente en la relación entre los dos grupos literarios. La denominada “guerrilla literaria” de los 20 culminó con el golpe de Estado de los sectores oligárquicos y filo fascistas realizado en 1930 contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen. Un símbolo gráfico es la fotografía del presidente de facto Uriburu ladeado por Leopoldo Lugones en oportunidad del discurso de toma de mando.


Miércoles de cenizas
En 1928 obtiene el Segundo Premio Municipal con Miércoles de Ceniza, un libro que muestra al poeta en plena evolución temática y de estilo y en donde asoma cierto revisionismo histórico (en Epitafio para una tumba argentina en Inglaterra donde exalta la figura de Juan Manuel de Rosas) y expresa algún rastro de los poetas anarquistas que leyó en La Protesta

La vida para mí
es un siempre partir y un poco quedar,
y para el tren que me ha llevar
no tomaré boleto y al guarda le diré:
-¡Epa, epa’ Así es la vida.

También rememora episodios e imágenes de sus vivencias durante un año en la Provincia de La Rioja. Lo cierto es que, con el premio obtenido viaja a Europa con su entonces amigo, el escritor Sixto Pondal Ríos. Un largo viaje en un buque español que culmina en París luego de parar en puertos de Latinoamérica y España. Recuerda Pedro Orgambide: “Fue en ese París de los años 1929 y 1930, donde Raúl González Tuñón escribió uno de sus libros más hermosos: La calle del agujero en la media


La calle del agujero en la media
Su primer viaje a Europa dura un año; recorre algunas ciudades españolas y se instala en París y merced al apoyo solidario del corresponsal de Crítica en esa ciudad, Edmundo Guibourg pudo sostenerse él y su amigo Pondal Ríos hasta poder equilibrar sus ingresos mediante su trabajo de periodista. La calle del agujero en la media es producto de su contacto personal con los surrealistas franceses y la transfiguración, al pasar por su prisma de porteño y argentino cordial y viajero, de los rincones y boliches de París, de sus casas, sus mujeres y sus usinas entrevistas ora bajo la lluvia, ora mojadas por la luna o el sol de la esperanza y la revolución que sale por el agujero de la media que cose la amada y llena todo el cuarto de luz.

“Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
-cada ventana paga su pedazo de sol con una canción-,
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo y alegre como una revolución
Y entonces pensé: ¿qué haré ahora de mi vida?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Una noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos
-la luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes-
yo vi como en un alto balcón
se amaban un muchacho y una muchacha”’


 


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