Cuando en muchos países se empezó apenas a poner en práctica una cuarentena total, ésta cumplió casi dos meses de vigencia en China y a punto de quedar levantada. Por supuesto, una cuarentena de tal envergadura trajo un costo super alto: parálisis de las actividades económicas y productivas, corte de los vínculos familiares y sociales, suspensión de asistencia a otras enfermedades, discriminación contra los enfermos o sus estrechos contactos. También estaban presentes el pánico, la paranoia, la psicosis, la hipocondría que muchos pueblos compartían con nosotros incluso antes de que el virus arribara a sus países.
Desde el inicio en enero del brote hasta el día en que escribo la nota –el 18 de marzo-, el balance de la pandemia en mi país es el siguiente: 80.928 casos de infección (70.420 de alta) y 3.245 víctimas mortales.
Detrás de cada dígito está una historia que vale la pena recordar no sólo para el propio infectado, sino también para toda la sociedad.
De hecho, en las redes sociales se hizo viral recientemente el reclamo por la construcción de un monumento a los caídos en el centro de la ciudad Wuhan, a fin de que las lecciones que venimos aprendiendo de la catástrofe nunca pasaran a la historia.
Los datos de la misma fecha a escala nacional -34 nuevos casos de infección, 23 sospechosos y 8 muertos- trasmiten un signo trascendente: por primera vez el país no registró ningún caso de contagio local mientras que todos los nuevos son importados de otros países, lo cual nos llevó a la segunda fase de la batalla, la prevención de la importación del coronavirus. No será una fase menos difícil que la primera, porque cuando un corredor cree que está alcanzando el punto de llegada suele bajar la guardia y el rival tiene posibilidad de volver a sobrepasarlo.
La situación fuera de las fronteras es alarmante: 135.695 casos confirmados (14.895 de alta) y 5.534 víctimas mortales, según publicó la OMS el 18 de marzo. El COVID-19 deambula como turista hoy por todos los continentes menos la Antártida.
Desde China cada día estamos más preocupados por el resto del mundo.
La salud de nuestros seres queridos que trabajan o estudian allá, el impacto impredecible sobre la economía mundial y consecuentemente la china, la incógnita del reinicio de los intercambios en otras áreas (educativa, artística, científica, etc.)… Si bien cada cual tiene su propio motivo de preocupación, existe un denominador común: el destino de los pueblos que nos echaron la mano.
Según informa la Cancillería china, 79 países y 10 organismos internacionales nos enviaron los materiales médicos necesitados en el periodo más complicado de la lucha contra la pandemia –Pakistán donó todos los barbijos que podía encontrar en su país-, a los cuáles se sumaron los saludos de solidaridad, en forma de cartas o videos, que muchos pueblos nos trasmitieron, en nombre de su gobierno o de la sociedad civil.
En China tenemos un refrán clásico: a quien me ofrezca una gota de agua –para salvarme de la sed- le voy a devolver un río.
El primer país al que devolvimos el río fue Italia, el segundo epicentro de la pandemia.
En mayo de 2008, el municipio Wenchuan de la provincia de Sichuan, situada en el oeste de China, sufrió un gravísimo terremoto –de 8 en la escala de Richter- que cobró la vida de 69,2 mil personas. Italia fue el primer país occidental en enviarnos el equipo de rescate junto con los materiales de emergencia. Doce años después, China pasó a ser el primer país del mundo en echarle la mano. En este momento, una veintena de especialistas chinos trabajan hombro a hombro con sus pares italianos para ofrecer lo mejor posible el tratamiento a los enfermos, en función de sus experiencias de la lucha en Wuhan. A su vez, los aviones despegaron de los aeropuertos de Beijing y Shanghai trasladando toneladas de materiales médicos hacia la península itálica.
América Latina no está olvidada. En el caso de Argentina, según confirmó el embajador Zou Xiaoli en su último encuentro con el presidente Alberto Fernández –el 17 de marzo-, las empresas, sociedad civil, ciudades hermanas de nuestro país, junto con la comunidad china en Argentina, están dedicadas a la donación de una decena de tipos de materiales médicos que incluyen 5 mil uniformes protectores, 66 mil barbijos N95, 130 mil barbijos ordinarios, 2 mil lentes protectores, 2,5 mil test kits, 3 juegos de detector de temperatura, etc. Los médicos del Hospital de la Universidad de Zhejiang, donde trabaja mi padre, están a la orden de sus pares argentinos para intercambiar las experiencias de tratamiento por medio de la videoconferencia.
El coronavirus sigue su avance por el mundo. Si bien la pandemia dentro de China está bajo el control, en el contexto de la globalización, ningún país se permitirá el lujo de declarar la victoria hasta que el virus quede eliminado en todos los continentes. Frente a un desafío tan universal como éste, la cooperación internacional constituye el arma más letal, condicionada únicamente por la unidad y la solidaridad.
(*) Gabriel Shan, doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, coordinador de asuntos con América Latina de la Federación de la Juventud de China.
Cuando en muchos países se empezó apenas a poner en práctica una cuarentena total, ésta cumplió casi dos meses de vigencia en China y a punto de quedar levantada. Por supuesto, una cuarentena de tal envergadura trajo un costo super alto: parálisis de las actividades económicas y productivas, corte de los vínculos familiares y sociales, suspensión de asistencia a otras enfermedades, discriminación contra los enfermos o sus estrechos contactos. También estaban presentes el pánico, la paranoia, la psicosis, la hipocondría que muchos pueblos compartían con nosotros incluso antes de que el virus arribara a sus países. Desde el inicio en enero del brote hasta el día en que escribo la nota –el 18 de marzo-, el balance de la pandemia en mi país es el siguiente: 80.928 casos de infección (70.420 de alta) y 3.245 víctimas mortales. La situación fuera de las fronteras es alarmante: 135.695 casos confirmados (14.895 de alta) y 5.534 víctimas mortales, según publicó la OMS el 18 de marzo. El COVID-19 deambula como turista hoy por todos los continentes menos la Antártida. El primer país al que devolvimos el río fue Italia, el segundo epicentro de la pandemia. En mayo de 2008, el municipio Wenchuan de la provincia de Sichuan, situada en el oeste de China, sufrió un gravísimo terremoto –de 8 en la escala de Richter- que cobró la vida de 69,2 mil personas. Italia fue el primer país occidental en enviarnos el equipo de rescate junto con los materiales de emergencia. Doce años después, China pasó a ser el primer país del mundo en echarle la mano. En este momento, una veintena de especialistas chinos trabajan hombro a hombro con sus pares italianos para ofrecer lo mejor posible el tratamiento a los enfermos, en función de sus experiencias de la lucha en Wuhan. A su vez, los aviones despegaron de los aeropuertos de Beijing y Shanghai trasladando toneladas de materiales médicos hacia la península itálica. Hasta la fecha, el gobierno chino envió materiales médicos a decenas de países del mundo, con prioridad a los que no disponen de un sistema de salud de calidad. Las empresas chinas también cumplieron con su responsabilidad social. El gigantesco grupo de comercio electrónico Alibaba, a instancia de su fundador Jack Ma, está poniendo en marcha la donación a cada país africano 100 mil barbijos, mil uniformes protectores, mil máscaras de uso médico y 20 mil test kits. América Latina no está olvidada. En el caso de Argentina, según confirmó el embajador Zou Xiaoli en su último encuentro con el presidente Alberto Fernández –el 17 de marzo-, las empresas, sociedad civil, ciudades hermanas de nuestro país, junto con la comunidad china en Argentina, están dedicadas a la donación de una decena de tipos de materiales médicos que incluyen 5 mil uniformes protectores, 66 mil barbijos N95, 130 mil barbijos ordinarios, 2 mil lentes protectores, 2,5 mil test kits, 3 juegos de detector de temperatura, etc. Los médicos del Hospital de la Universidad de Zhejiang, donde trabaja mi padre, están a la orden de sus pares argentinos para intercambiar las experiencias de tratamiento por medio de la videoconferencia. El coronavirus sigue su avance por el mundo. Si bien la pandemia dentro de China está bajo el control, en el contexto de la globalización, ningún país se permitirá el lujo de declarar la victoria hasta que el virus quede eliminado en todos los continentes. Frente a un desafío tan universal como éste, la cooperación internacional constituye el arma más letal, condicionada únicamente por la unidad y la solidaridad. (*) Gabriel Shan, doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, coordinador de asuntos con América Latina de la Federación de la Juventud de China. |
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