La desdolarización es posible
Julián Denaro
El regreso de un modelo Nacional y Popular debería restablecer el camino hacia el modelo industrial como organizador de la sociedad, complementándose estratégicamente con el esquema agroexportador.



El presupuesto para la Administración Central de la Nación Argentina correspondiente al año 2021, confía en un crecimiento del PBI del 5,5%, reducción de la tasa de inflación desde el 55% del 2019 al 29%, precio del dólar oficial hacia diciembre 2021 en 102 pesos, duplicación de la inversión pública con acento en Investigación y Desarrollo, Conectividad, Infraestructura, Salud y Educación, mantener congelamiento de las tarifas de servicios públicos, estimular la actividad, la industria, la generación de empleo y promover el desarrollo que implica una más justa distribución del ingreso. Pero todo esto se sostiene sólo a condición del cumplimiento de uno de los elementos anteriores: la estabilidad cambiaria.

La economía argentina tiene una sensibilidad cambiaria muy particular y excepcionalmente acentuada. Pero debe tenerse presente que antes de la nefasta Dictadura Cívico – Militar que inició una tenebrosa destrucción del país en 1976, inclusive las operaciones inmobiliarias se efectuaban en pesos. El cambio de modelo de organización social, económica, comercial, financiera y cultural destruyó todas las relaciones. La espiral inflacionaria que culminó en hiperinflación, con tasas de incremento de precios superiores al 3.000% anual (tres mil por ciento anual, trescientos por ciento cada mes), deterioró por completo el valor de nuestra moneda nacional, haciéndole perder casi todas sus propiedades. Ya no servía como depósito de valor, ya que la única forma de conservar el valor de los ahorros era en otra herramienta que no se desvalorice con el paso del tiempo. Tampoco servía como unidad de cuenta, ya que todo comenzó a valuarse en dólares.

Atender a las formas de destrucción es imprescindible para diseñar mecanismos de reconstrucción, por lo cual se consideran aspectos cruciales para tal desafiante propósito. La apertura indiscriminada de importaciones destruyó nuestra industria generadora de empleo y a la vez ocasionó un déficit comercial permanente, con una sangría constante de divisas pagando al exterior productos que anteriormente producía nuestro país. La liberación del dólar, que significó aplicar el modelo de valorización financiera, conocido como bicicleta financiera, se constituyó en un mecanismo de saqueo permanente a manos del poder concentrado del mundo. Las privatizaciones de empresas públicas con liberación para la extracción de utilidades conformaron una pérdida constante de divisas. La creación de una deuda externa asfixiante puso al país de rodillas frente al poder financiero trasnacional que le cobraba intereses y le imponía condiciones. Y el déficit constante de divisas no hizo más que engordar ininterrumpidamente la deuda externa y la dependencia del dólar.

Hubo un período denominado Nacional y Popular, desde 2003 hasta fin de 2015, que estabilizó los procesos devaluatorios y aquietó la inflación a menos del 30% promedio, aunque a niveles elevados si se compara con la mayoría de los países del mundo. Administrando el comercio exterior de la nación, habiendo recuperado empresas estratégicas mediante nacionalizaciones, desendeudando al país y reduciendo a su mínima expresión el mecanismo de valorización financiera, se acercó a la desdolarización. Pero el estrangulamiento de divisas ocasionado por lo que se denomina Restricción Externa, que refiere a la gran cantidad de dólares que demanda la industria para comprar los bienes de capital que necesita para desarrollarse, hizo que la presión sobre el dólar nunca se alivie por completo. Existen empero algunas lecturas de lo ocurrido, sugiriendo que de haber continuado ese modelo Nacional y Popular, el desarrollo y la desdolarización hubiesen ya comenzado hace algunos años, analizándolo desde octubre de 2020.

Pero la vuelta a un modelo de valorización financiera bajo la presidencia de Macri, que ingresa dólares especulativos, los pone a capitalizarse con altas tasas de interés que destruyen la economía real pero engorda la riqueza de la especulación financiera, consiguió desarmar el entramado productivo, concentrar la riqueza en los sectores dominantes y volver a endeudar el país a niveles escalofriantes. Las devaluaciones permanentes, las tarifas dolarizadas, las elevadas tasas de interés y la especulación dominante elevaron la inflación a más del 50% configurando un escenario de carrera loca entre inflación, devaluación, tasas de interés y agigantamiento de la deuda externa. Esta última vez, por suerte, ese modelo duró sólo cuatro años.

El regreso de un modelo Nacional y Popular debería restablecer el camino hacia el modelo industrial como organizador de la sociedad, complementándose estratégicamente con el esquema agroexportador. El primer paso consistió en reestructurar la deuda externa recibida, calmando la agitación devaluatoria y suavizando causas inflacionarias, en conjunto con la desdolarización y congelamiento de las tarifas de servicios públicos y transporte. Haber vuelto a administrar el comercio exterior de la Nación, para reducir las importaciones de bienes que nosotros podemos producir, y asignar los recursos hacia la industria generadora de empleo, desarmando la bicicleta financiera, es algo conveniente para el conjunto de la sociedad, pero no para los sectores de poder concentrado, que han manifestado explícitamente que ellos prefieren el modelo de valorización financiera y de exportación de materias primas. Claramente, se trata de las disputas de poder. Y en simultáneo, se están produciendo de manera inconexa la mayor cantidad de incendios de la historia del país, lo que inevitablemente mueve el pensamiento asociativo y reflexivo, que no disfruta las acusaciones pero es inquieto buscando explicaciones.

Argentina, el 8º país más grande del mundo y 31º en población, tiene una característica muy particular. La tercera parte de la población de todo el territorio nacional se concentra en el AMBA, aglomerado metropolitano de Buenos Aires, conformando el quinto aglomerado urbano más poblado del mundo saliendo de Asia y África. Distribuir de manera más racional a los habitantes de nuestro país contribuiría a anclar de manera definitiva, persistente y permanente a la Industria con las fuentes de Materias Primas. Hacer industria donde sólo hay economía primaria, elaborando productos agregando valor a la enorme riqueza primaria que ofrece nuestro suelo. De esa manera, se reduciría la pobreza que por cierto es un rasgo común de todos los grandes aglomerados urbanos del mundo, y serviría para mejorar nuestros saldos exportables. Por un lado, porque dejarán de importarse los bienes que nosotros producimos, y por otro lado, porque aumentarán las exportaciones con valor trabajo incorporado, sabiendo que las exportaciones industriales son las que mayor cantidad de dinero traen al país.

Sin embargo, ha quedado en evidencia que este plan está en contra de los intereses del poder concentrado, y es este el motivo por el cual están intentando desestabilizar por todos los medios posibles a este gobierno que intenta volver a transformar un país reprimarizado y financiero en uno industrial, tecnológico, científico, aéreo, satelital, marítimo y fluvial. El poder fáctico quiere provocar una devaluación desestabilizadora, que los enriquezca a ellos pero aumentando la inflación, con ello la pobreza, y así desarticulando la viabilidad del presupuesto presentado.

Los argentinos tenemos que sostener el tipo de cambio oficial, por más que el precio del dólar ilegal se escape. Este último lo manejan los especuladores y la economía informal. Pero el tipo de cambio oficial es el que regula el comercio exterior de la Nación respecto a la actividad formal y registrada. Tenemos que conseguir que YPF Agro, como empresa del Estado Argentino, sirva para transparentar y organizar la cadena de producción y formación de precios de nuestros alimentos, evitando los abusos de poder de las corporaciones y el fraude al Estado. Si sostenemos una estabilización confiable del precio del dólar, bajamos la inflación paulatinamente hasta niveles deseados, y conseguimos incrementar la participación industrial con desarrollo, entonces habremos recuperado la previsibilidad de las variables que asustan a los temerosos y conservadores. En ese momento, habrá que pesificar todas las operaciones inmobiliarias, y cuando cada vez menos gente se acuerde de que alguna vez refugió sus ahorros en el dólar, porque ya no es necesario, estaremos en condiciones de decir que habremos desdolarizado a la Argentina. Pero nunca hay que relajarse, nunca hay que confiar, porque los sectores dominantes ya lo dijeron explícitamente, que no es lo que quieren.

Y de cara al 12 de octubre, día del respeto a la diversidad cultural, recordemos que acá había población en el momento que ellos llegaron para saquearnos. Galeano decía: “Vinieron. Ellos tenían la biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “cierren los ojos y recen”. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la biblia”.

10 de octubre de 2020


El presupuesto para la Administración Central de la Nación Argentina correspondiente al año 2021, confía en un crecimiento del PBI del 5,5%, reducción de la tasa de inflación desde el 55% del 2019 al 29%, precio del dólar oficial hacia diciembre 2021 en 102 pesos, duplicación de la inversión pública con acento en Investigación y Desarrollo, Conectividad, Infraestructura, Salud y Educación, mantener congelamiento de las tarifas de servicios públicos, estimular la actividad, la industria, la generación de empleo y promover el desarrollo que implica una más justa distribución del ingreso. Pero todo esto se sostiene sólo a condición del cumplimiento de uno de los elementos anteriores: la estabilidad cambiaria.

La economía argentina tiene una sensibilidad cambiaria muy particular y excepcionalmente acentuada. Pero debe tenerse presente que antes de la nefasta Dictadura Cívico – Militar que inició una tenebrosa destrucción del país en 1976, inclusive las operaciones inmobiliarias se efectuaban en pesos. El cambio de modelo de organización social, económica, comercial, financiera y cultural destruyó todas las relaciones. La espiral inflacionaria que culminó en hiperinflación, con tasas de incremento de precios superiores al 3.000% anual (tres mil por ciento anual, trescientos por ciento cada mes), deterioró por completo el valor de nuestra moneda nacional, haciéndole perder casi todas sus propiedades. Ya no servía como depósito de valor, ya que la única forma de conservar el valor de los ahorros era en otra herramienta que no se desvalorice con el paso del tiempo. Tampoco servía como unidad de cuenta, ya que todo comenzó a valuarse en dólares.

Atender a las formas de destrucción es imprescindible para diseñar mecanismos de reconstrucción, por lo cual se consideran aspectos cruciales para tal desafiante propósito. La apertura indiscriminada de importaciones destruyó nuestra industria generadora de empleo y a la vez ocasionó un déficit comercial permanente, con una sangría constante de divisas pagando al exterior productos que anteriormente producía nuestro país. La liberación del dólar, que significó aplicar el modelo de valorización financiera, conocido como bicicleta financiera, se constituyó en un mecanismo de saqueo permanente a manos del poder concentrado del mundo. Las privatizaciones de empresas públicas con liberación para la extracción de utilidades conformaron una pérdida constante de divisas. La creación de una deuda externa asfixiante puso al país de rodillas frente al poder financiero trasnacional que le cobraba intereses y le imponía condiciones. Y el déficit constante de divisas no hizo más que engordar ininterrumpidamente la deuda externa y la dependencia del dólar.

Hubo un período denominado Nacional y Popular, desde 2003 hasta fin de 2015, que estabilizó los procesos devaluatorios y aquietó la inflación a menos del 30% promedio, aunque a niveles elevados si se compara con la mayoría de los países del mundo. Administrando el comercio exterior de la nación, habiendo recuperado empresas estratégicas mediante nacionalizaciones, desendeudando al país y reduciendo a su mínima expresión el mecanismo de valorización financiera, se acercó a la desdolarización. Pero el estrangulamiento de divisas ocasionado por lo que se denomina Restricción Externa, que refiere a la gran cantidad de dólares que demanda la industria para comprar los bienes de capital que necesita para desarrollarse, hizo que la presión sobre el dólar nunca se alivie por completo. Existen empero algunas lecturas de lo ocurrido, sugiriendo que de haber continuado ese modelo Nacional y Popular, el desarrollo y la desdolarización hubiesen ya comenzado hace algunos años, analizándolo desde octubre de 2020.

Pero la vuelta a un modelo de valorización financiera bajo la presidencia de Macri, que ingresa dólares especulativos, los pone a capitalizarse con altas tasas de interés que destruyen la economía real pero engorda la riqueza de la especulación financiera, consiguió desarmar el entramado productivo, concentrar la riqueza en los sectores dominantes y volver a endeudar el país a niveles escalofriantes. Las devaluaciones permanentes, las tarifas dolarizadas, las elevadas tasas de interés y la especulación dominante elevaron la inflación a más del 50% configurando un escenario de carrera loca entre inflación, devaluación, tasas de interés y agigantamiento de la deuda externa. Esta última vez, por suerte, ese modelo duró sólo cuatro años.

El regreso de un modelo Nacional y Popular debería restablecer el camino hacia el modelo industrial como organizador de la sociedad, complementándose estratégicamente con el esquema agroexportador. El primer paso consistió en reestructurar la deuda externa recibida, calmando la agitación devaluatoria y suavizando causas inflacionarias, en conjunto con la desdolarización y congelamiento de las tarifas de servicios públicos y transporte. Haber vuelto a administrar el comercio exterior de la Nación, para reducir las importaciones de bienes que nosotros podemos producir, y asignar los recursos hacia la industria generadora de empleo, desarmando la bicicleta financiera, es algo conveniente para el conjunto de la sociedad, pero no para los sectores de poder concentrado, que han manifestado explícitamente que ellos prefieren el modelo de valorización financiera y de exportación de materias primas. Claramente, se trata de las disputas de poder. Y en simultáneo, se están produciendo de manera inconexa la mayor cantidad de incendios de la historia del país, lo que inevitablemente mueve el pensamiento asociativo y reflexivo, que no disfruta las acusaciones pero es inquieto buscando explicaciones.

Argentina, el 8º país más grande del mundo y 31º en población, tiene una característica muy particular. La tercera parte de la población de todo el territorio nacional se concentra en el AMBA, aglomerado metropolitano de Buenos Aires, conformando el quinto aglomerado urbano más poblado del mundo saliendo de Asia y África. Distribuir de manera más racional a los habitantes de nuestro país contribuiría a anclar de manera definitiva, persistente y permanente a la Industria con las fuentes de Materias Primas. Hacer industria donde sólo hay economía primaria, elaborando productos agregando valor a la enorme riqueza primaria que ofrece nuestro suelo. De esa manera, se reduciría la pobreza que por cierto es un rasgo común de todos los grandes aglomerados urbanos del mundo, y serviría para mejorar nuestros saldos exportables. Por un lado, porque dejarán de importarse los bienes que nosotros producimos, y por otro lado, porque aumentarán las exportaciones con valor trabajo incorporado, sabiendo que las exportaciones industriales son las que mayor cantidad de dinero traen al país.

Sin embargo, ha quedado en evidencia que este plan está en contra de los intereses del poder concentrado, y es este el motivo por el cual están intentando desestabilizar por todos los medios posibles a este gobierno que intenta volver a transformar un país reprimarizado y financiero en uno industrial, tecnológico, científico, aéreo, satelital, marítimo y fluvial. El poder fáctico quiere provocar una devaluación desestabilizadora, que los enriquezca a ellos pero aumentando la inflación, con ello la pobreza, y así desarticulando la viabilidad del presupuesto presentado.

Los argentinos tenemos que sostener el tipo de cambio oficial, por más que el precio del dólar ilegal se escape. Este último lo manejan los especuladores y la economía informal. Pero el tipo de cambio oficial es el que regula el comercio exterior de la Nación respecto a la actividad formal y registrada. Tenemos que conseguir que YPF Agro, como empresa del Estado Argentino, sirva para transparentar y organizar la cadena de producción y formación de precios de nuestros alimentos, evitando los abusos de poder de las corporaciones y el fraude al Estado. Si sostenemos una estabilización confiable del precio del dólar, bajamos la inflación paulatinamente hasta niveles deseados, y conseguimos incrementar la participación industrial con desarrollo, entonces habremos recuperado la previsibilidad de las variables que asustan a los temerosos y conservadores. En ese momento, habrá que pesificar todas las operaciones inmobiliarias, y cuando cada vez menos gente se acuerde de que alguna vez refugió sus ahorros en el dólar, porque ya no es necesario, estaremos en condiciones de decir que habremos desdolarizado a la Argentina. Pero nunca hay que relajarse, nunca hay que confiar, porque los sectores dominantes ya lo dijeron explícitamente, que no es lo que quieren.

Y de cara al 12 de octubre, día del respeto a la diversidad cultural, recordemos que acá había población en el momento que ellos llegaron para saquearnos. Galeano decía: “Vinieron. Ellos tenían la biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “cierren los ojos y recen”. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la biblia”.

10 de octubre de 2020


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