La memoria es selectiva en intensidad, lo cual resulta evidente cuando eventos que movilizan emociones y sensaciones extremas son recordados con mayor facilidad. Del mismo modo, sucesos que provocan severos daños se tornan registros de memoria imborrables, por más que se desee su eliminación al consistir en evocaciones penosas. Sin embargo, es de enorme utilidad que la mente funcione así, pues opera como un mecanismo de defensa, sirviendo como alarma que se enciende al aproximarse a lugares, hechos o situaciones que revisten peligro para la vida o las emociones. Esa frase que muchos utilizan de que cuando uno se quema con leche, luego ve una vaca y llora, refleja este mecanismo que sirve en términos defensivos, formando parte de un esquema instintivo al servicio del cuidado de la propia persona.
La memoria colectiva opera en el mismo sentido, siendo esta nutrida por aprendizajes y experiencias que se van compartiendo, enseñando y transfiriendo en el sentido transgeneracional, y que devienen en elementos constituyentes de la cultura. Los períodos de hiperinflación padecidos en la década de 1980, en la cual tasas que llegaron al 3.000% destruyeron las propiedades de nuestra moneda nacional, sucesivas devaluaciones inesperadas que incrementaron súbitamente el precio del dólar deteriorando con ello el valor en cambio de cualquier ahorro en pesos, y demás eventos que durante décadas volvieron a los argentinos dependientes del dólar, deterioraron la confianza en nuestro propio signo monetario.
Devaluar la moneda de un país endeudado sirve para varios motivos funcionales a los intereses de los poderes concentrados trasnacionales. Por un lado, para someter a ese país, mediante la transformación de una deuda pagable en una deuda impagable. Véase que si la deuda externa en dólares es de 10.000 millones, cuando el tipo de cambio es 10, se necesitan 100.000 millones de pesos, pero si el tipo de cambio asciende a 50, se necesitan 500.000 millones de pesos, con la misma deuda en dólares. Por otro lado, porque en sentido inverso, los que tienen dólares pueden comprar más barato, enriqueciéndose. Así las cosas, el poder financiero trasnacional, las grandes fortunas, las corporaciones empresarias y las oligarquías, permanentemente buscan una devaluación que los enriquezca. Su contracara es que la suba del precio del dólar se traslada a precios fogoneando procesos inflacionarios que deterioran el poder adquisitivo de toda la población argentina que cobra sus ingresos en pesos. Evidentemente, queda a la vista una parte troncal de las disputas de poder, quedando enfrentados los intereses de los grupos concentrados contra los intereses del conjunto de la sociedad.
Con el cambio de signo político en el gobierno, el pasado diez de diciembre, hemos cambiado un modelo especulativo financiero por otro productivo industrial. El primero, utiliza elevadas tasas de interés para engordar rápidamente el capital financiero, sin importar que las altas tasas de interés dañen la economía real al incrementar los costos operativos, y libera de regulación a todos los mercados, lo que concentra los ingresos y la riqueza en manos de las corporaciones que manejan los mercados. El segundo, aplica medidas proteccionistas que ajustan los controles, y baja las tasas de interés para aceitar la actividad, el consumo y la inversión. El problema del momento es que hubo una buena cantidad de dinero que ingresó con el anterior modelo y que no pudo salir antes de que se desate la crisis del propio sistema que empobrece y endeuda. Sucedió que para evitar una explosión financiera, económica y social, el anterior modelo no tuvo más remedio que aplicar controles, dentro de los cuales está la restricción al retiro de capitales financieros, y así algunos quedaron atrapados.
La intención de los dueños de esos capitales especulativos tiene dos aristas que se consiguen de igual modo. Una es desestabilizar un gobierno cuyo modelo económico no les es favorable a sus propios intereses, como sí lo es el otro modelo. Para esto, nada mejor que desgastar su gobernabilidad ocasionando mayor pobreza, para lo cual intentan subir sin techo el precio del dólar. Y la otra es enriquecerse, que también se consigue con una suba del precio del dólar. Adicionalmente, tienen el problema mencionado anteriormente. Con el anterior modelo ingresaron dólares al país, que cambiaron por pesos para colocarlos a altas tasas de interés, pero al cambiar el modelo económico ya no les sirve quedarse, y quieren retirar ese dinero, para lo cual tienen que volver a pasarlo a dólares.
Uno de los mecanismos utilizados es lo que llaman Contado Con Liqui (CCL) que consiste en, con esos pesos, comprar acciones que cotizan en el exterior, adonde las venden cobrándolas en dólares, que quedan depositados en cuentas que estos capitales especulativos poseen en el exterior. Su ansiedad por pasar esos montos a dólares se transforma en vender barato, lo que hace que muchos capitales extranjeros se vean atraídos hacia comprar acciones baratas. Pero ese accionar se traduce en una suba del tipo de cambio informal. Entiéndase con el siguiente ejemplo: se compra la acción con 100.000 pesos y luego se vende en el exterior. Si se la cobra a 1.000 dólares, se entregaron 100 pesos por cada dólar, pero si por la acción reciben 550 dólares, significa que entregaron 182 pesos por cada dólar. De esta manera, se hicieron de dólares aunque perdiendo un poco, y subieron el tipo de cambio informal, que sirve para incrementar la incertidumbre sobre el tipo de cambio oficial, que está en torno a los 80. Para completar la descripción, el Dólar Bolsa o MEP, opera parecido al CCL pero queda depositado en cuentas dentro del país, en tanto que el Dólar Blue, o Dólar Triste, como sería su traducción literal, es el que cotiza en casas de cambio.
Al mismo tiempo, las corporaciones exportadoras demoran las ventas al exterior a la espera de que si sube el precio del dólar, ellos se hacen más ricos haciendo exactamente el mismo trabajo. Pero precisamente ese accionar posterga el ingreso de dólares al país, lo cual contribuye a engordar el problema. Como se ve, es imprescindible que se consiga una previsibilidad y confiabilidad acerca de la estabilidad cambiaria para evitar estos accionares especulativos. Piénsese que no tendría ningún sentido para los exportadores esperar a que el dólar suba si supieran con certeza que eso no va a ocurrir. Asimismo, los sectores concentrados ahorrarían esfuerzos en intentar devaluar si un escenario de calma cambiaria estuviese plantado con firmeza.
El problema del CCL está siendo corregido a través de la emisión de Bonos en pesos atados al Dólar “Dollar Linked”, que significa que esos Títulos en pesos están protegidos frente a una hipotética devaluación, de modo que si llegase a subir el precio del dólar oficial, el valor de esas Letras en pesos se actualiza automáticamente, protegiendo el capital del ahorrista. Pues de esa forma se consiguió que disminuya la demanda de dólares, aliviando la presión y bajando su precio, y además se aprovecha para ajustar algunas cuestiones monetarias, retirando pesos del mercado, aliviando la causa monetarista de la inflación, y haciendo de recursos al propio Estado. Así las cosas, consiguiendo un tipo de cambio quieto y calmo, la formación especulativa de precios se relajará y bajará la inflación.
Por lo antedicho, para la recuperación productiva y para estimular el desarrollo industrial, es clave lograr la estabilización cambiaria. Es oportuno tomar nota de que en este momento están dadas todas las condiciones para reducir la brecha cambiaria a niveles aceptables, y conquistar la estabilidad que de confiabilidad y previsión. Vale decir, no hay motivos para que suba el dólar. No hay retraso cambiario, cuyo significado es que el dólar no está barato, por cuanto nuestras exportaciones son competitivas. No hay escasez de dólares en el país porque hay superávit comercial, y porque gracias a la exitosa reestructuración de deuda estamos eximidos de pagar por cuatro años la deuda externa creada por el gobierno de Macri. Adicionalmente, los precios de nuestras exportaciones tradicionales están subiendo.
Ahora sí, nuestro objetivo como sociedad será lograr una estabilización prolongada del precio del dólar y la inflación, para que los movimientos desestabilizadores y especulativos no tengan lugar y la confianza en el valor de nuestra moneda apacigüe los temores que ocasiona la incertidumbre. Sería un nuevo escenario futuro que deseamos construir, en el cual hasta las operaciones inmobiliarias sean realizadas en pesos. Cuando lo logremos, se irán aliviando las impresiones trágicas del aparato psíquico colectivo, empequeñeciéndose, mientras se agranda la confianza sobre un país industrial en desarrollo. La desdolarización es posible.
La memoria es selectiva en intensidad, lo cual resulta evidente cuando eventos que movilizan emociones y sensaciones extremas son recordados con mayor facilidad. Del mismo modo, sucesos que provocan severos daños se tornan registros de memoria imborrables, por más que se desee su eliminación al consistir en evocaciones penosas. Sin embargo, es de enorme utilidad que la mente funcione así, pues opera como un mecanismo de defensa, sirviendo como alarma que se enciende al aproximarse a lugares, hechos o situaciones que revisten peligro para la vida o las emociones. Esa frase que muchos utilizan de que cuando uno se quema con leche, luego ve una vaca y llora, refleja este mecanismo que sirve en términos defensivos, formando parte de un esquema instintivo al servicio del cuidado de la propia persona. La memoria colectiva opera en el mismo sentido, siendo esta nutrida por aprendizajes y experiencias que se van compartiendo, enseñando y transfiriendo en el sentido transgeneracional, y que devienen en elementos constituyentes de la cultura. Los períodos de hiperinflación padecidos en la década de 1980, en la cual tasas que llegaron al 3.000% destruyeron las propiedades de nuestra moneda nacional, sucesivas devaluaciones inesperadas que incrementaron súbitamente el precio del dólar deteriorando con ello el valor en cambio de cualquier ahorro en pesos, y demás eventos que durante décadas volvieron a los argentinos dependientes del dólar, deterioraron la confianza en nuestro propio signo monetario. Devaluar la moneda de un país endeudado sirve para varios motivos funcionales a los intereses de los poderes concentrados trasnacionales. Por un lado, para someter a ese país, mediante la transformación de una deuda pagable en una deuda impagable. Véase que si la deuda externa en dólares es de 10.000 millones, cuando el tipo de cambio es 10, se necesitan 100.000 millones de pesos, pero si el tipo de cambio asciende a 50, se necesitan 500.000 millones de pesos, con la misma deuda en dólares. Por otro lado, porque en sentido inverso, los que tienen dólares pueden comprar más barato, enriqueciéndose. Así las cosas, el poder financiero trasnacional, las grandes fortunas, las corporaciones empresarias y las oligarquías, permanentemente buscan una devaluación que los enriquezca. Su contracara es que la suba del precio del dólar se traslada a precios fogoneando procesos inflacionarios que deterioran el poder adquisitivo de toda la población argentina que cobra sus ingresos en pesos. Evidentemente, queda a la vista una parte troncal de las disputas de poder, quedando enfrentados los intereses de los grupos concentrados contra los intereses del conjunto de la sociedad. Con el cambio de signo político en el gobierno, el pasado diez de diciembre, hemos cambiado un modelo especulativo financiero por otro productivo industrial. El primero, utiliza elevadas tasas de interés para engordar rápidamente el capital financiero, sin importar que las altas tasas de interés dañen la economía real al incrementar los costos operativos, y libera de regulación a todos los mercados, lo que concentra los ingresos y la riqueza en manos de las corporaciones que manejan los mercados. El segundo, aplica medidas proteccionistas que ajustan los controles, y baja las tasas de interés para aceitar la actividad, el consumo y la inversión. El problema del momento es que hubo una buena cantidad de dinero que ingresó con el anterior modelo y que no pudo salir antes de que se desate la crisis del propio sistema que empobrece y endeuda. Sucedió que para evitar una explosión financiera, económica y social, el anterior modelo no tuvo más remedio que aplicar controles, dentro de los cuales está la restricción al retiro de capitales financieros, y así algunos quedaron atrapados. La intención de los dueños de esos capitales especulativos tiene dos aristas que se consiguen de igual modo. Una es desestabilizar un gobierno cuyo modelo económico no les es favorable a sus propios intereses, como sí lo es el otro modelo. Para esto, nada mejor que desgastar su gobernabilidad ocasionando mayor pobreza, para lo cual intentan subir sin techo el precio del dólar. Y la otra es enriquecerse, que también se consigue con una suba del precio del dólar. Adicionalmente, tienen el problema mencionado anteriormente. Con el anterior modelo ingresaron dólares al país, que cambiaron por pesos para colocarlos a altas tasas de interés, pero al cambiar el modelo económico ya no les sirve quedarse, y quieren retirar ese dinero, para lo cual tienen que volver a pasarlo a dólares. Uno de los mecanismos utilizados es lo que llaman Contado Con Liqui (CCL) que consiste en, con esos pesos, comprar acciones que cotizan en el exterior, adonde las venden cobrándolas en dólares, que quedan depositados en cuentas que estos capitales especulativos poseen en el exterior. Su ansiedad por pasar esos montos a dólares se transforma en vender barato, lo que hace que muchos capitales extranjeros se vean atraídos hacia comprar acciones baratas. Pero ese accionar se traduce en una suba del tipo de cambio informal. Entiéndase con el siguiente ejemplo: se compra la acción con 100.000 pesos y luego se vende en el exterior. Si se la cobra a 1.000 dólares, se entregaron 100 pesos por cada dólar, pero si por la acción reciben 550 dólares, significa que entregaron 182 pesos por cada dólar. De esta manera, se hicieron de dólares aunque perdiendo un poco, y subieron el tipo de cambio informal, que sirve para incrementar la incertidumbre sobre el tipo de cambio oficial, que está en torno a los 80. Para completar la descripción, el Dólar Bolsa o MEP, opera parecido al CCL pero queda depositado en cuentas dentro del país, en tanto que el Dólar Blue, o Dólar Triste, como sería su traducción literal, es el que cotiza en casas de cambio. Al mismo tiempo, las corporaciones exportadoras demoran las ventas al exterior a la espera de que si sube el precio del dólar, ellos se hacen más ricos haciendo exactamente el mismo trabajo. Pero precisamente ese accionar posterga el ingreso de dólares al país, lo cual contribuye a engordar el problema. Como se ve, es imprescindible que se consiga una previsibilidad y confiabilidad acerca de la estabilidad cambiaria para evitar estos accionares especulativos. Piénsese que no tendría ningún sentido para los exportadores esperar a que el dólar suba si supieran con certeza que eso no va a ocurrir. Asimismo, los sectores concentrados ahorrarían esfuerzos en intentar devaluar si un escenario de calma cambiaria estuviese plantado con firmeza. El problema del CCL está siendo corregido a través de la emisión de Bonos en pesos atados al Dólar “Dollar Linked”, que significa que esos Títulos en pesos están protegidos frente a una hipotética devaluación, de modo que si llegase a subir el precio del dólar oficial, el valor de esas Letras en pesos se actualiza automáticamente, protegiendo el capital del ahorrista. Pues de esa forma se consiguió que disminuya la demanda de dólares, aliviando la presión y bajando su precio, y además se aprovecha para ajustar algunas cuestiones monetarias, retirando pesos del mercado, aliviando la causa monetarista de la inflación, y haciendo de recursos al propio Estado. Así las cosas, consiguiendo un tipo de cambio quieto y calmo, la formación especulativa de precios se relajará y bajará la inflación. Por lo antedicho, para la recuperación productiva y para estimular el desarrollo industrial, es clave lograr la estabilización cambiaria. Es oportuno tomar nota de que en este momento están dadas todas las condiciones para reducir la brecha cambiaria a niveles aceptables, y conquistar la estabilidad que de confiabilidad y previsión. Vale decir, no hay motivos para que suba el dólar. No hay retraso cambiario, cuyo significado es que el dólar no está barato, por cuanto nuestras exportaciones son competitivas. No hay escasez de dólares en el país porque hay superávit comercial, y porque gracias a la exitosa reestructuración de deuda estamos eximidos de pagar por cuatro años la deuda externa creada por el gobierno de Macri. Adicionalmente, los precios de nuestras exportaciones tradicionales están subiendo. Ahora sí, nuestro objetivo como sociedad será lograr una estabilización prolongada del precio del dólar y la inflación, para que los movimientos desestabilizadores y especulativos no tengan lugar y la confianza en el valor de nuestra moneda apacigüe los temores que ocasiona la incertidumbre. Sería un nuevo escenario futuro que deseamos construir, en el cual hasta las operaciones inmobiliarias sean realizadas en pesos. Cuando lo logremos, se irán aliviando las impresiones trágicas del aparato psíquico colectivo, empequeñeciéndose, mientras se agranda la confianza sobre un país industrial en desarrollo. La desdolarización es posible. |
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